MARÍA, VIRGEN SIEMPRE AGRADECIDA (II)
VIRTUDES DE NUESTRA MADRE
Continuamos
nuestra meditación acerca de la virtud del agradecimiento en nuestra Señora, la
Virgen: ella llena de toda gracia, siempre reconoció su indignidad por ser
criatura, y constantemente rendía gracias a Dios por haber obrado en ella
maravillas.
La
actitud de la Virgen contrasta con la de otra criatura, el ángel Luzbel, a
quién Dios había hecho más hermoso y lleno de perfecciones con respeto a los
otros ángeles… en cambio lleno de soberbia, se reveló y fue ingrato para con
Dios... Por su pecado, su belleza se convirtió en monstruosidad… Pensemos en
nuestros primeros padres, creados a imagen y semejanza de Dios, puesto como
señores y dueños de la creación, por encima de todos los otros seres creados…
su soberbia les llevó también a la desobediencia y a la falta de gratitud hacia
su Creador.
Es
necesaria por tanta la humildad para ser agradecidos. El que no es humilde se
cree el centro del universo, la fuente de todos sus dones, capacidades y
bienes. No tiene que dar gracias a nadie ni por nada, porque cree que todo es
fruto de su esfuerzo y de su trabajo, porque todo lo que tiene se lo merece por
ser el quién es…. Es definitiva, el soberbio es un ciego torpe. (((Pensemos en el
hijo mayor de la parábola de hoy. Es esta misma actitud hacia su padre.)))
En
cambio, la Virgen María cuantas más gracias recibía, más pequeña e indigna se
consideraba y más redoblaba su acción de gracia a Dios, porque ella es la
Virgen humilde, la Virgen agradecida. Y Dios no cesaba de desbordar en ella su
amor, porque cuanto más le daba, más ella engrandecía a su Señor. Su cántico
del Magníficat es la expresión en palabras de su constante acción de gracias
con sus labios, con su corazón, con sus obras…
¡Cuántas
veces recitaría la Virgen los salmos de acción de gracias de la Sagrada
Escritura! ¡Con que humildad, con que piedad y devoción, con recogimiento y
unción pronunciaría las palabras inspiradas al rey David: “Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante
de los ángeles tañeré para ti, me postraré hacia tu santuario, daré gracias a
tu nombre. (Sal 137. 1-2)
O
aquellas otras: “Dad gracias al Señor, porque Él es bueno; porque es eterna su
misericordia. Diga ahora Israel: eterna es su misericordia.” (Sal 117, 2-3)
A
aquella invitación del Salmo 92: “Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la
Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con
cantos. Porque el Señor es un Dios grande, soberano de todos los dioses.”
Suyas
hacia también estas palabras del salmista: “Doy gracias al Señor de todo
corazón, en compañía de los rectos, en la asamblea. Grandes son las obras del
Señor, dignas de estudio para los que las aman.”
Acción
de gracias constante en su oración, en su pensamiento y en su corazón, en sus
obras y labores cotidianas. Acción de gracias por saberse amada, acción de
gracias por saber beneficiada y enriquecida en todo. Acción de gracias de
saberse mirada por Dios y bajo su protección. Acción de gracias por todos los
cuidados de la Providencia divina, ya de forma directa, ya por las mediaciones
que Dios utiliza desde sus ángeles hasta las personas de nuestros padres, de nuestros
educadores, de nuestros familiares y amigos…
Recordemos
lo que nos enseña el Catecismo: “Todo acontecimiento y toda necesidad pueden
convertirse en ofrenda de acción de gracias. Las cartas de san Pablo comienzan
y terminan frecuentemente con una acción de gracias, y el Señor Jesús siempre
está presente en ella. “En todo dad gracias,
pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros” (1 Ts 5,
18). “Sed perseverantes en la oración,
velando en ella con acción de gracias” (Col 4, 2) (CIC 2638)
Pidamos
la intercesión de nuestra Señora para que nosotros sepamos imitarla en su
virtud del agradecimiento. Amén.