Homilía
de maitines
LUNES DE LA III SEMANA DE CUARESMA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
HOMILIA
DE SAN AMBROSIO, OBISPO
Libro 4 sobre el cap. 4 de San Lucas, después del
medio.
Vemos que la envidia que hacia Jesús sentían sus
conciudadanos, no fue mediocre, ya que les hizo olvidar aun el afecto que
suelen profesarse mutuamente las personas de un mismo lugar, y troco en odio
cruel los motivos que tenían de amarle. Este ejemplo y las palabras de Cristo
nos dan a entender que en vano esperaremos el auxilio de la celestial
misericordia, si envidiamos la virtud de nuestros hermanos. Pues el Señor
rechaza a los envidiosos y niega los milagros de su poder a aquellos que
persiguen con un odio secreto los beneficios divinos otorgados a los demás; ya
que el modo de obrar del Señor en su humanidad, manifiesta la conducta de su
divinidad, haciéndonos patentes sus secretos invisibles por medio de las cosas
visibles.
No sin motivo se excusa el Salvador de no haber
realizado ningún milagro en su patria, no fuera que alguno pensase que habíamos
de tener en poco el amor a la patria. Y ciertamente, no podía dejar de amar a
sus conciudadanos, aquel que amaba a todos. Ellos se privaron de este amor,
dejándose llevar de la envidia. “En verdad os digo, había muchas viudas en los
días de Elías”. No se llaman días de Elías, porque le perteneciesen, sino
porque fueron testigos de los actos de Elías, o porque este profeta hacia
brillar el día a los ojos de aquellos que en sus obras veían la luz de la gracia espiritual y se
convertían al Señor. Por eso se abría el cielo a los que consideraban los divinos
y eternos misterios; se cerraban y sobrevenía el hambre cuando ningún deseo
tenían del conocimiento de la divinidad. De eso tratamos ya extensamente al
escribir sobre las viudas.
“También
existían en Judea muchos leprosos en tiempo del profeta Eliseo, y ninguno de
ellos fue curado sino Naamán Sirio”. Evidentemente aquí las palabras saludables
del Señor nos instruyen y exhortan al deseo del culto de Dios, ya que se nos
dice que nadie sanó ni fue libre de la lepra corporal, sino aquel que con la
religiosa piedad procuro la salud. Pues los dones divinos no se comunican a los
negligentes sino a los que proceden con solicitud. Ya dijimos en otro libro,
que aquella viuda a la cual fue enviado Elías, era símbolo de la Iglesia. Fue
el pueblo (hebrero) el que primero formo la Iglesia, pero para ceder el lugar a
otro pueblo, compuesto de naciones extranjeras. Este pueblo se hallaba manchado
con la lepra, este pueblo estaba degenerado antes de recibir la regeneración en
el místico baño; pero una vez purificado de las manchas del cuerpo y del alma
mediante el bautismo, no es ya un leproso, sino como una virgen inmaculada y
sin arruga alguna.