DÍA 8. LA PURIFICACIÓN Y PRESENTACIÓN. AHORA ENVÍAS, SEÑOR, A TU SIERVO EN PAZ
ORACIONES PARA TODOS LOS DÍAS
wPara comenzar todos los días
+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Bendita sea la Santísima Trinidad que formó a María Santísima Inmaculada desde el primer instante de su ser, conservándola pura antes del parto, en el parto y después del parto, y enriqueciéndola con todas las gracias y dones de su divino Espíritu, por todos los siglos de los siglos. Amén.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio ahora y siempre por los siglos de los siglos. Amén. (x 3)
ORACIÓNA MARÍA SANTÍSIMA
Soberana Reina de los cielos, Abogada de los pecadores y consuelo de todos los afligidos, que quisiste inspirar al gran Patriarca Santo Domingo de Guzmán, tu fiel siervo, la devoción del Santísimo Rosario, para que con ella pudiera vencer a los obstinados herejes albigenses, enemigos implacables de nuestra Religión y de nuestra fe, proveyendo al mismo tiempo en ella un medio sencillo y eficacísimo para conseguir vuestra protección y atraer sobre nuestra alma las gracias del cielo; alcánzanos de tu divino Hijo, nuestro adorable Redentor, que hagamos este santo ejercicio del mes de Octubre a Ti consagrado, con la mayor piedad, atención y recogimiento, para que por este medio consigamos ser, durante toda nuestra vida, incansables devotos de tu Santísimo Rosario. Tú, ¡oh, Virgen María, cuyas gracias y misericordias para con los que te invocan, no se agotan jamás, haz que en estos días participemos de ellas con mayor abundancia, a fin de que, considerando en esta vida tus virtudes y procurando al mismo tiempo imitarlas, podamos algún día cantar tus alabanzas en la gloria por toda la eternidad. Amén.
w Meditación para cada día y oración final.
DÍA OCTAVO
AHORA ENVÍAS, SEÑOR, A TU SIERVO EN PAZ,
SEGÚN TU PALABRA. (Lc 2, 29)
PUNTO 1º- Cuando María Santísima se acercó al Templo, llevando a su divino Hijo en sus brazos, para cumplir con la ley de la purificación, un anciano venerable se acercó a ella, lleno de santa alegría. Era éste Simeón, el cual había recibido del Espíritu Santo la respuesta de que no gustaría la muerte hasta que no viese con sus propios ojos al recién nacido Hijo de Dios. Mas ¿qué clase de hombre era éste para recibir del cielo tan gran favor? ¡Ah! era, según el testimonio del Santo Evangelio, un hombre justo, timorato, lleno de fe y esperanza, y el Espíritu Santo moraba en él. Mira, pues, alma mía, cómo premia Dios las virtudes de las almas puras, aun en este mundo. Todos en Jerusalén esperaban la venida del Mesías. Todos hubieran deseado que se les revelase el tiempo fijo y el lugar del nacimiento; pero no todos se preparaban con la práctica de las virtudes para recibir tan señalado favor. Por esto, entre tantos, sólo el anciano Simeón recibe del cielo la promesa de que no se moriría mientras no viera nacido al Redentor, lo cual también le fue revelado directamente.
PUNTO 2º- Apenas, pues, introdujeron a Jesús sus padres en el Templo para cumplir con las ceremonias de la ley, Simeón, el anciano venerable, el hombre timorato y justo, lo recibió en sus palmas, bendiciendo al Señor. Y no pudiendo contener el gozo espiritual que le inundaba dentro del pecho, prorrumpió en este dulce cántico, que conservó el Evangelio para eterna memoria: Ahora, Señor, envías a tu siervo en paz, según tu palabra. Porque han ya visto mis ojos a tu Divino Hijo, mi Salvador. El cual tú has puesto ante la faz de todos los pueblos; para luz y revelación de las gentes y gloria de tu pueblo Israel. Así corresponde aquel venerable anciano al favor que acababa de recibir de Dios. ¡Cuántas veces, alma mía, a pesar de que Dios te concede a ti visiblemente favores, no te acuerdas luego de darle gracias! Oras y pides cuando te ves necesitada, pero luego que ya tienes lo que deseas, te olvidas casi completa mente de Dios, como si nada de Él hubieras recibido.
PUNTO 3º- También había en el Templo, al tiempo de la Purificación de María, otro personaje que no pasó inadvertido para el Santo Evangelio. Era éste Ana, la Profetisa, la cual supo por revelación el gran misterio que iba a tener lugar en el Templo aquel día. El mismo Santo Evangelio hace grandes elogios de las grandes virtudes de esta mujer. Dice que estaba siempre en el Templo, a pesar de tener ya más de ochenta años, y que no interrumpía sus ayunos, ni oraciones noche ni día. Esta fue, pues, sin duda la causa de que Dios le revelase la venida de Jesús Niño al templo y de que le hiciese participar de tan divina contemplación entre todas las otras mujeres de la ciudad. Sirve, pues, tú a Dios, ¡alma mía! practica las virtudes de que Él te dio ejemplo, y más o menos pronto, recibirás la recompensa de ellas Podrá ser que Dios no te las premie en este mundo, porque así convendrá a tu mismo aprovechamiento espiritual, pero no dejará por lo menos de recompensarlas con gran largueza después en la vida eterna. Los ejemplos de Ana y de Simeón que acabas de contemplar son testimonio claro y evidente de esta verdad.
ORACIÓN A JESÚS
EN LOS BRAZOS DE SIMEÓN
¡Oh, dulcísimo Jesús mío, único bien de mi alma! ¡quién pudiera imaginarse jamás, que, de los brazos del Eterno Padre, en donde eras eternamente feliz, descendieras a los de aquel débil anciano, cuya vida sostuviste, sólo porque gozase de ese regalo dulcísimo en premio de sus virtudes! Y aunque es verdad que él te sostiene, como niño en sus palmas, también es cierto que tú como Dios le sostienes a él, como sostienes todas las cosas. Tan gran misterio sólo podemos contemplarlo a la luz de la fe, que es la que nos lleva, mientras estamos en este mundo siempre en pos de ti. Auméntala, pues, Jesús mío, en mi alma, para que no me envanezca jamás de mis propias fuerzas y por esta causa venga a caer en pecado y a perderte. Mira que soy más débil que el anciano Simeón y, por tanto, necesito mucho más de tu ayuda. Concédemela, pues, por la intervención de tu Madre Santísima, nuestra Reina del Rosario y así lograré algún día cantarte eternas alabanzas en el cielo en compañía de todos los santos. Amén.
Obsequio a María: Imaginarse muchas veces a María Santísima, sometiéndose en el Templo a la ley dura de la Purificación.
w Oraciones para terminar cada día:
La Virgen María prometió a Santa Matilde y a otras almas piadosas que quien rezara diariamente tres avemarías, tendría su auxilio durante la vida y su especial asistencia a la hora de la muerte. Confiados en tal promesa, invoquemos a la Madre de Dios diciendo:
Dios te Salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén. (x 3)
***
Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.
Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.
***
¡Querido hermano, no dejes de honrar en este día a la Santísima Virgen con el rezo del santo Rosario! Si te ha gustado esta meditación, compártelo con tus familiares y amigos.
*