22 de julio. Santa María Magdalen, penitente
Sermón de San Gregorio, Papa.
Homilía 25 sobre los Evangelios.
Magdalena, que había sido conocida en la ciudad como pecadora, lavó con lágrimas las manchas de sus crímenes amando la verdad; se cumplió en ella esta palabra de la Verdad: “Le han sido perdonados muchos pecados porque ha amado mucho”. La que antes se había mantenido fría pecando, se convirtió en fervorosa al amar con ardor. No se apartó del sepulcro del Señor, ni aun cuando los discípulos se marcharon; no habiéndolo encontrado, siguió buscándolo; le buscaba llorando, abrasada en el fuego de su amor, ardía en ansias de encontrar al que creía se habían llevado. Por eso la única que se quedó para buscarlo, fue la única que le vio; porque la eficacia de la obra buena depende de la perseverancia.
Empezó a buscarle sin que le hallase; mas perseverando consiguió encontrarlo. Porque sus deseos crecieron con la tardanza, y al crecer encontraron lo que anhelaban. Sobre esto, el Cantar de los Cantares pone en boca de la mística Esposa, la Iglesia, estas palabras; “He buscado durante las noches en mi lecho al amado de mi alma”. Buscamos al amado en el lecho, cuando, durante el descanso que nos permite la vida presente, el deseo de ver al Salvador nos mueve a suspirar por Él. Le buscamos en la noche; porque aunque nuestro espíritu esté en vela pensando en Él, nuestros ojos están aún cubiertos de tinieblas.
Decídase de una vez, el que no encuentre a su amado, a levantarse y a dar la vuelta por la ciudad; es decir: recorra con las investigaciones de su espíritu la Iglesia de los elegidos. Búsquele por las calles y plazas; es decir: observe a los que frecuentan las vías más angostas y las más anchas, para ver si descubre algún vestigio del amado: porque no faltan personas que, aun en medio del mundo, presentan algunas acciones virtuosas dignas de imitación. Pero en medio de nuestra búsqueda hemos dado con los centinelas de la ciudad: son los santos Padres, que velan por la seguridad de la Iglesia; ellos salen al paso de nuestros buenos deseos, para instruirnos con sus discursos y sus escritos. Tras dejarlos un poco atrás, es cuando encontramos al objeto de nuestro amor. Porque si nuestro humilde Salvador se ha hecho igual a los hombres por su humanidad, les ha aventajado siempre por su divinidad.
Oremos.
Te rogamos, Señor, que nos auxilien los sufragios de la bienaventurada María Magdalena, por cuyas preces resucitaste del sepulcro a su hermano Lázaro, después de cuatro días de yacer muerto. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos. R. Amén.