16 de julio. Conmemoración de Nuestra Señora del Monte Carmelo
En el santo día de Pentecostés, oyendo a los Apóstoles hablar por inspiración divina varias lenguas, y viéndoles realizar muchos milagros a la invocación del excelso nombre de Jesús, algunos hombres que habían seguido los vestigios de los santos Profetas Elías y Eliseo, y preparados por la predicación de Juan Bautista al advenimiento de Cristo, comprobaron, según se refiere, que se hallaban en presencia de la verdad, y abrazaron la fe del Evangelio. Llevados por singular amor a la bienaventurada Virgen María, de cuya conversación y familiaridad habían podido disfrutar, comenzaron a honrarla con veneración. Fueron los primeros cristianos que edificaron un santuario en honor de la Virgen purísima, en el monte Carmelo, donde Elías había visto levantarse una nube, figura de la Virgen.
Varias veces al día en el nuevo oratorio, y con piadosas ceremonias, oraciones y alabanzas, tributaban culto a la Santísima Virgen, como insigne protectora de su Orden. Desde entonces se les llamó en todas partes Hermanos de Santa María del Monte Carmelo. Los papas ratificaron esta denominación, y concedieron indulgencias especiales a cuantos designaran con este título a la Orden en general y a los Hermanos en particular. La Virgen santísima además de su nombre y protección, les concedió el distintivo de un santo escapulario, que Ella misma entregó al beato Simón, para distinguir esta santa Orden de todas las demás y librarla de contratiempos en lo futuro. Siendo desconocida en Europa, dirigiéronse muchas instancias a Honorio III para que la suprimiera. Entonces la bondadosa Virgen María, se apareció en sueños a aquel Papa, y le mandó que tratase benignamente a la Orden y a sus miembros.
No sólo quiso la Virgen Santísima colmar en este mundo de prerrogativas a una Orden que tanto ama. Una pía creencia afirma que también en el otro mundo (pues su poder y su misericordia se extienden a todas partes) alivia, por una dignación de su amor maternal, a sus hijos que están sufriendo el fuego del Purgatorio, y conduce sin tardanza a la patria celestial a los que, habiendo sido cofrades del santo Escapulario, hayan practicado abstinencias, rezado algunas oraciones prescritas, y observado castidad según su estado. Colmada de tantos favores, esta Orden instituyó una solemne Conmemoración de la bienaventurada Virgen María, para celebrarla todos los años en honor de esta gloriosa Virgen.
Oremos.
Oh Dios que honraste la Orden del Carmen con el singular título de la bienaventurada siempre Virgen María vuestra Madre: concédenos propicio, a los que celebramos con solemnidad su Conmemoración en este día, que ayudados por su poderosa intercesión, merezcamos llegar a los goces sempiternos. Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos. R. Amén.
Ex Litteris Apostolicis Pii Pp XII
Entre aquellas manifestaciones de devoción, que contribuyen en modo particular a iluminar las mentes con la celestial doctrina y a excitar las voluntades a la práctica de la vida cristiana, debe colocarse, en primer lugar, la devoción del Escapulario de los carmelitas. Por su simplicidad, al alcance de todos, y por los abundantes frutos de santificación, se encuentra extensamente divulgada entre los fieles cristianos; pues se trata de la consecución de la vida eterna, que según la tradición, ha sido prometida por la Santísima Virgen. El Santo Escapulario, o hábito mariano, es un signo y promesa de la protección de la Madre de Dios. Por lo tanto, todos tienen en esta librea que visten día y noche, significada, con simbolismo elocuente, la oración con la cual invocan el auxilio divino; así como también la consagración al Sacratísimo Corazón de la Virgen Inmaculada. Y –según la tradición recibida- tampoco dejará la piadosísima Madre que sus hijos que expían sus culpas en el purgatorio, no consigan cuanto antes la vida eterna por su intervención delante de Dios, en conformidad con el llamado ‘privilegio sabatino’.