domingo, 15 de septiembre de 2024

16. SOMOS LOS ÚLTIMOS DE LOS HOMBRES (3). MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD. SAN JUAN EUDES

DECIMOSEXTA MEDITACIÓN

Sobre estas mismas palabras: «Somos los últimos de los hombres».

 

MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD

Y COLOQUIOS INTERIORES DEL CRISTIANO CON SU DIOS

San Juan Eudes

 

Para comenzar cada día:

+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestro enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, digamos la siguiente oración:

 

Profesión de Humildad

 

Señor Jesucristo, nada somos,

nada podemos ni valemos,

nada tenemos a no ser nuestros pecados.

Somos siervos inútiles, nacidos en la enemistad,

últimos de los hombres,

primeros de los pecadores.

Sea para nosotros la vergüenza y la confusión,

y para ti, la gloria y el honor por siempre jamás.

Señor Jesucristo, compadécete de nosotros. Amén.

 

DECIMOSEXTA MEDITACIÓN

Sobre estas mismas palabras: «Somos los últimos de los hombres».

 

PUNTO PRIMERO: Nuestro Señor quiso ser tratado como el último de los hombres por las criaturas.

 

No sólo el Hijo de Dios se trató a sí mismo como el último de los hombres, sino que quiso ser también del mismo modo tratado por todas las criaturas.

Primero, por los hombres, y por hombres pecadores y miembros de Satanás. Porque jamás hombre alguno fue tratado en forma tan ignominiosa y cruel como el Hijo de Dios.

Segundo, no sólo fue tratado así por los hombres, sino por los demonios en el desierto al permitirle al espíritu del mal que lo tentará de diversas maneras, como si hubiera sido capaz de incurrir en pecado; y aún se dejó transportar y conducir por el diablo de un lugar a otro, cosa que nunca permitió hiciera con ningún hombre, que sepamos. Y en la misma forma en su Pasión le dio al diablo permiso para que lo atormentara a su voluntad, según sus propias palabras: «Esta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas». Lc 12,53.

 

PUNTO SEGUNDO: Nuestro Señor quiso ser tratado como el último de los hombres por el Espíritu Santo.

 

Nuestro Señor fue tratado igualmente como el último de los hombres por el Espíritu Santo, como se desprende de estas palabras del Santo Evangelio:  «Lo echó el Espíritu Santo al desierto», que completan el simbolismo de la ceremonia del Antiguo Testamento, según la cual un macho cabrío, cargado con los pecados del pueblo de Dios, era desterrado al desierto como para liberar a los israelitas de la vista de sus crímenes con su fuga obligada lejos de su ciudad. Así el Padre Eterno puso todos los  pecados del mundo sobre su Hijo y comisionó luego el Espíritu Santo para que lo ahuyentara en dirección al desierto, todo cargado de humillaciones y de culpas.

 

PUNTO TERCERO: Nuestro Señor Jesucristo quiso ser tratado como el último de los hombres por su propio Padre.

 

Además fue tratado como el último de los hombres por su Padre, puesto que lo miró como representante de todos los pecadores y lo trató como el mayor de ellos con todo el rigor de su cólera infinita. Lo consideró como la personificación del pecado: «Por nosotros le hizo responsable del pecado», (para poderlo reparar y satisfacer). Y por esta razón dice: «Le castigué por los crímenes de mi pueblo» Is 53,8. «No perdonó ni aún a su propio Hijo, antes bien lo entregó por nosotros a la muerte». Rm 8,34. En consecuencia repito, entregó el Padre a su mismo Hijo, Jesús, a la muerte de la cruz, la más ignominiosa, lo entregó al poder de las tinieblas y de los demonios y a las mayores injusticias, iniquidades y oprobios que jamás soñó la crueldad de los hombres. En cierto modo, el Padre trató a su Hijo con más rigor y severidad que el que emplea con los demonios y con los réprobos, que constituyen la escoria moral del universo; en efecto, no debe extrañarnos el que estos miserables sean reducidos al estado en que los vemos, pues lo han merecido miles de veces, pero que el Hijo de Dios, el Inocente sea la víctima de las iras de Dios Padre, y que en forma alguna quisiera el Eterno mitigar su rigor es algo que no entendemos. Y así es como Nuestro Señor se puso en el último lugar y se consideró corno el último de los hombres, por sus palabras, por sus pensamientos y por sus disposiciones interiores, y sobre todo por sus acciones durante toda su vida. Y así es como quiso ser tratado como el último de los mortales por los pecadores, por los miembros de Satanás por los demonios, por el Espíritu Santo y por el Eterno Padre. Todo ello para glorificar en lo posible a su Padre, humillándose hasta el extremo, para reparar el  desdoroso ultraje inferido a su Padre por nuestro orgullo, para confundir y destruir nuestra arrogancia, para inspirarnos odio a nuestra vanidad y para hacernos apreciar la humildad.

¡Oh!, tenemos que convenir en que no hay nada más odioso e insultante para Dios como el orgullo, ni nada que Él mayormente deteste, ¡puesto que se necesité de las humillaciones y de la muerte de todo un Dios para reparar tal ofensa! ¡Oh! ¡Y cuán horrenda cosa es la vanidad, puesto que fue preciso que el Hijo de Dios se viera reducido a tal abatimiento para ser destruida! ¡Oh!, ciertamente es algo muy precioso a los ojos de Dios la humildad puesto que el Hijo de Dios quiso ser tratado en esta forma para hacernos amar esta virtud, ¡para arrastrarnos a su imitación con el ejemplo y para merecernos la gracia de practicarla! ¡Oh, somos en realidad culpables si después de meditar todas estas verdades, aún nos dejamos arrastrar por el orgullo y si nos negamos a humillarnos! ¡Oh!, cómo se avergonzarán en el día del juicio los ambiciosos!

Adoremos a Nuestro Señor Jesucristo en todas sus humillaciones; anhelemos su triunfo y exaltación después de haberse humillado tanto. Penetrémonos de sus sentimientos y humildad; por doquiera ocupemos el último sitio, de espíritu y de corazón, y regocijémonos si en ocasiones nos vemos tratados, sea por Dios, sea por las criaturas, como los últimos de los hombres. Roguemos al Hijo de Dios que destruya en nosotros el orgullo y que imprima en nuestro corazón sentimientos de humildad.

 

ORACIÓN JACULATORIA: «Oh Señor Jesús!, me sentaré siempre en el último puesto».

 

Para finalizar cada día:

 

LETANÍAS DE LA HUMILDAD

Venerable Cardenal Merry del Val

 

Jesús manso y humilde de corazón, óyeme.

 

Del deseo de ser lisonjeado, líbrame Jesús

Del deseo de ser alabado, líbrame Jesús

Del deseo de ser honrado, líbrame Jesús

Del deseo de ser aplaudido, líbrame Jesús

Del deseo de ser preferido a otros, líbrame Jesús

Del deseo de ser consultado, líbrame Jesús

Del deseo de ser aceptado, líbrame Jesús

 

Del temor de ser humillado, líbrame Jesús

Del temor de ser despreciado, líbrame Jesús

Del temor de ser reprendido, líbrame Jesús

Del temor de ser calumniado, líbrame Jesús

Del temor de ser olvidado, líbrame Jesús

Del temor de ser puesto en ridículo, líbrame Jesús

Del temor de ser injuriado, líbrame Jesús

Del temor de ser juzgado con malicia, líbrame Jesús

 

Que otros sean más estimados que yo. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros crezcan en la opinión del mundo y yo me eclipse. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros sean alabados y de mí no se haga caso. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros sean empleados en cargos y a mí se me juzgue inútil. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros sean preferidos a mí en todo. Jesús dame la gracia de desearlo

Que los demás sean más santos que yo con tal que yo sea todo lo santo que pueda. Jesús dame la gracia de desearlo

 

Oración:

Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén.

 

***

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

San Juan Eudes, ruega por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

***

¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!

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Ave María Purísima, sin pecado concebida.