jueves, 12 de septiembre de 2024

13. SOMOS HIJOS DE LA CÓLERA (5) MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD. SAN JUAN DE DIOS

DÉCIMOTERCERA MEDITACIÓN

Sobre las mismas palabras: «Somos hijos de la cólera».

 

MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD

Y COLOQUIOS INTERIORES DEL CRISTIANO CON SU DIOS

San Juan Eudes

 

Para comenzar cada día:

+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestro enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, digamos la siguiente oración:

 

Profesión de Humildad

 

Señor Jesucristo, nada somos,

nada podemos ni valemos,

nada tenemos a no ser nuestros pecados.

Somos siervos inútiles, nacidos en la enemistad,

últimos de los hombres,

primeros de los pecadores.

Sea para nosotros la vergüenza y la confusión,

y para ti, la gloria y el honor por siempre jamás.

Señor Jesucristo, compadécete de nosotros. Amén.

 

DÉCIMOTERCERA MEDITACIÓN

Sobre las mismas palabras: «Somos hijos de la cólera».

 

PUNTO PRIMERO: Nosotros hemos merecido la cólera de Dios.

La pena mayor de los condenados es la ira Divina: «Serán denominados el pueblo contra quien Dios se encolerizó eternamente». Malaquías 1,4. Preferirían los réprobos ser devorados por un fuego diez veces más ardiente que el que los atormenta, dice San Crisóstomo, que el ver la faz de Dios abrasada de cólera contra ellos. Por esta razón aullarán con desespero en el día del juicio: «Caed, oh montañas sobre nosotros y ocultadnos de quien se sienta en el trono, y de la ira del Cordero; porque ha llegado el gran día de ellos (todos los seres creados), y ¿quién podrá resistirles firmes y sin caer?» Ap 6, 16. Y San Pablo anuncia que «sufrirán  eternas penas con sólo ver la faz airada del Señor». 2 Tesalonicenses 1,9.

Y nosotros hemos merecido caer en tal condición, e infaliblemente hubiéramos incurrido por toda la eternidad en la cólera del Señor Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo si Nuestro Señor Jesucristo no nos hubiera librado de ello cargando sobre sí con la cólera de su Padre, según éstas sus propias palabras: «¡Sobre mí recayó toda vuestra ira!» Salmo 87,17. Bendigámosle, amémosle y humillémonos, al considerar que, puesto que hemos merecido la ira de Dios, por lo mismo hemos merecido muchísimo más todos las otras penas de esta vida y todos los suplicios del infierno mismo que son mil veces más pequeños que el de la cólera divina.

 

PUNTO SEGUNDO: Hemos merecido la ira de todas las criaturas del universo.

 

No solo réprobos son el objeto de la cólera de Dios; sino que son también acreedores a la de todas las criaturas de Dios, racionales e irracionales, sensibles o no, de las que están en el cielo, en la tierra y en el infierno mismo. En efecto, la divina Justicia se encarga de armar contra ellos a todas sus criaturas.

«Armará el Señor a toda criatura para vindicarse de sus enemigos... y peleará a su lado el orbe entero contra los insensatos (pecadores)». Sab 5,18-21.

En primer término, la Virgen, todos los Santos, y los Ángeles todos del cielo se sienten animados de la misma cólera de Dios contra ellos. Porque Dios a todos comunica ese mismo sentimiento, y mientras; más unidos están a Dios, más intensamente participan de su airado resentimiento. Y por esta razón, ellos aman lo que Dios ama, y aborrecen por igual razón lo que El aborrece. De ahí el que la Santísima Virgen, ella sola abriga mayor cólera y desagrado contra los condenados que todos los Ángeles y Santos reunidos; y lo propio, guardadas las debidas proporciones, ocurre con todos los bienaventurados.

En segundo lugar, todas las criaturas que existen en la tierra, aún las insensibles e inanimadas por naturaleza, están sin embargo animadas de la ira santa de Dios contra estos miserables pecadores; de modo que no existe un solo átomo siquiera que no esté abrasado de furibunda cólera contra ellos y que no sirva a la Justicia de Dios para tomar venganza de las injurias que han irrogado a su Creador.

En tercer lugar, todos los réprobos y los demonios todos aún cooperan con esta misma Justicia y están animados de la cólera del Señor les unos contra los otros, de modo que ellos mismos son sus mismos verdugos unos de otros, complaciéndose en destrozarse, maldecirse, atormentarse mutuamente con insana ferocidad.

Finalmente, cada condenado es su propio verdugo, furioso como está contra sí mismo, y se aborrece y detesta sin poderse a sí propio soportar, ensañándose contra al mismo mil veces más de lo que puedan hacerlos sus compañeros de condena: justo castigo de Dios y efecto reflejo e íntimo de la tremenda venganza del Señor a quien todos ultrajaron.

Pues bien, nosotros hemos merecido llegar a esta situación, y debemos considerarnos como unos miserables, dignos de ser por toda la eternidad el blanco de la cólera de Dios y de la de todas sus criaturas; y a tal estado, sin duda, hubiéramos llegado, si Nuestro

Señor en su infinita misericordia no nos hubiera preservado de ello, tomando nuestro lugar, prefiriendo ser El mismo el blanco de la cólera de todo el universo y de los seres todos que en él moran. Amémosle y bendigámosle depositando en El en lo sucesivo todo nuestro afecto. Humillémonos y concentremos toda nuestra rabia y furor contra nosotros mismos, despreciándonos y aborreciéndonos según lo merecemos, y consideremos que si hemos merecido ser el objeto de toda la ira de los seres todos del orbe, somos por lo mismo infinitamente indignos de recibir de ellos el menor favor; y que, aunque todas las criaturas se valieran de todo su poder para humillarnos y perseguirnos, de sobra lo tenemos merecido.

 

PUNTO TERCERO: Nosotros hemos merecido las penas eternas del infierno.

 

Fuera de la ira de Dios y de todas las criaturas, los condenados sufrirán aún otras diversas penas: el gusano roedor de la conciencia: «un gusano que no muere». Mc 9,45. Una hediondez espantosa, gritos, alaridos, blasfemias, el hambre, la sed, el fuego, suplicios para todas las partes del cuerpo y para las diferentes facultades del alma; la rabia, el desespero, la confusión y la infamia, y lo peor de todo, la eternidad de tantos sufrimientos.

Y nosotros hemos merecido todo esto, y por consiguiente, mil veces más hemos merecido las confusiones todas y todas las ignominias del mundo. Murámonos, pues, de vergüenza, sabiendo todo esto, de sentir todavía orgullo y vanidad, y estima de nosotros mismos, de juzgarnos dignos de cualquier consideración o favor y de no ser capaces de soportar la menor humillación. Roguemos a Dios que grabe profundamente en nuestro espíritu el conocimiento de nuestra triple herencia: la nada, el pecado y la ira de Dios y de todas las criaturas de Dios, y por añadidura, las penas del infierno. Es esto precisamente lo que significan las palabras de nuestra profesión de humildad. «Nada podemos, nada valemos, somos servidores inútiles, nada tenemos fuera del pecado y somos hijos de ira».

No pasemos un solo día sin recordar y meditar estas verdades, a fin de que, en cuantas ocasiones tengamos que humillarnos, y ellas se presentan a cada paso, tengamos a la vista siempre estas cláusulas de nuestra herencia y nos sirvan para humillarnos sin cesar en todo, según la enseñanza del Espíritu Santo: «Humíllate en todo y hallarás gracia ante Dios». Eclo 3,20.

 

ORACIÓN JACULATORIA: «A nosotros pecadores, envíanos la confusión y el oprobio, a Ti, empero, sea siempre honor y gloria, por los siglos de los siglos. Amén».

 

Para finalizar cada día:

 

LETANÍAS DE LA HUMILDAD

Venerable Cardenal Merry del Val

 

Jesús manso y humilde de corazón, óyeme.

 

Del deseo de ser lisonjeado, líbrame Jesús

Del deseo de ser alabado, líbrame Jesús

Del deseo de ser honrado, líbrame Jesús

Del deseo de ser aplaudido, líbrame Jesús

Del deseo de ser preferido a otros, líbrame Jesús

Del deseo de ser consultado, líbrame Jesús

Del deseo de ser aceptado, líbrame Jesús

 

Del temor de ser humillado, líbrame Jesús

Del temor de ser despreciado, líbrame Jesús

Del temor de ser reprendido, líbrame Jesús

Del temor de ser calumniado, líbrame Jesús

Del temor de ser olvidado, líbrame Jesús

Del temor de ser puesto en ridículo, líbrame Jesús

Del temor de ser injuriado, líbrame Jesús

Del temor de ser juzgado con malicia, líbrame Jesús

 

Que otros sean más estimados que yo. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros crezcan en la opinión del mundo y yo me eclipse. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros sean alabados y de mí no se haga caso. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros sean empleados en cargos y a mí se me juzgue inútil. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros sean preferidos a mí en todo. Jesús dame la gracia de desearlo

Que los demás sean más santos que yo con tal que yo sea todo lo santo que pueda. Jesús dame la gracia de desearlo

 

Oración:

Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén.

 

***

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

San Juan Eudes, ruega por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

***

¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!

***

Ave María Purísima, sin pecado concebida.