martes, 10 de septiembre de 2024

11. SOMOS HIJOS DE LA CÓLERA (3). MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD. SAN JUAN EUDES

UNDÉCIMA MEDITACIÓN

Sobre las mismas palabras: «Somos hijos de la cólera».

 

MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD

Y COLOQUIOS INTERIORES DEL CRISTIANO CON SU DIOS

San Juan Eudes

 

Para comenzar cada día:

+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestro enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, digamos la siguiente oración:

 

Profesión de Humildad

 

Señor Jesucristo, nada somos,

nada podemos ni valemos,

nada tenemos a no ser nuestros pecados.

Somos siervos inútiles, nacidos en la enemistad,

últimos de los hombres,

primeros de los pecadores.

Sea para nosotros la vergüenza y la confusión,

y para ti, la gloria y el honor por siempre jamás.

Señor Jesucristo, compadécete de nosotros. Amén.

 

UNDÉCIMA MEDITACIÓN

Sobre las mismas palabras: «Somos hijos de la cólera».

 

PUNTO PRIMERO: Males que el pecador se ocasiona a sí mismo.

 

Hemos merecido ser el blanco de la ira de Dios, de la de todas las criaturas y de la de nosotros mismos, por tres razones principales.

En primer lugar, por cuanto por el pecado  pecador da la muerte a su cuerpo según sus posibilidades, mata su alma, y aniquila al uno y a la otra, haciendo una cosa por la cual merece que Dios le quite la vida y el ser que le ha dado, en castigo del abuso que de ellos hace, para hacer la guerra a su Creador. Por Otra parte, se despoja a sí mismo de la gracia y amistad divina, de los tesoros, de la gloria y felicidad eterna y se Hace acreedor a los suplicios que el infierno y todos los hombres del mundo, aun cuando se hubieran conjurado para arruinarlo, pudieran hacerle. He aquí por qué yo debo despreciarme, humillarme, abatirme y odiarme más a mí mismo que cuanto hay en el mundo de más digno de odio y de desprecio. Si Dios me abandonara al poder de los demonios, ellos descargarían sobre mí los efectos del odio que he merecido por mis pecados y, haciéndolo, sólo cumplirían con un acto de justicia. Y yo, en vez de humillarme y odiarme, no pienso sino en amarme, elogiarme y adorarme a mí mismo.

¡Oh Dios mío, qué desquiciamiento total de los valores morales y eternos! ¡Oh! cese ya tal desorden catastrófico; haced que yo me aborrezca y me tema a mí mismo más que a la muerte, más que al demonio, más que al infierno; y que no odie a nada ni a nadie más que a mi propia persona, que no es sino pecado y corrupción, y que vuelque contra mí todas mis iras, todos mis odios y todas mis venganzas, devorado por el celo de vuestra divina justicia contra el pecado y contra el pecador!

 

PUNTO SEGUNDO: El pecador destruye según su capacidad todas las obras de Dios.

 

En segundo lugar, hemos merecido la ira de Dios, porque el pecador en calidad de tal aniquila todas las obras de Dios en el Orden de la naturaleza, de la gracia y de la gloria. En el orden natural, puesto que ejecuta algo, el pecado, por el que Dios bien podría con toda justicia destruir el mundo entero. Efectivamente, la condenación de un alma constituye un mal mucho mayor que la destrucción total del mundo de la naturaleza; ahora bien, Dios puede en justicia condenar un -alma por un solo pecado mortal, luego podría también justamente aniquilar la naturaleza entera en castigo de un solo pecado mortal. Y me atrevería a afirmar que el aniquilamiento de toda la naturaleza no constituye un mal tan grande como la comisión de un pecado venial, según doctrina de todos los teólogos. Por consiguiente, el que comete un pecado venial ejecuta un mal mayor que si destruyera el mundo entero; y por lo tanto, Dios podría destruir sin faltar a la justicia todo este mundo natural en castigo de un Pecado venial. Quien peca gravemente aniquila además todo el mundo de la gracia y de la gloria; porque si disfrutara su alma de todas las gracias de Dios, al pecar mortalmente, las destruiría todas, y por consiguiente aniquilaría todas las glorias del cielo que Dios le tuviera reservadas. He aquí por qué el pecador es el blanco de la ira de todas las criaturas de la naturaleza, de la gracia y de la gloria; ira que ejercerán con todo rigor contra él en el día del juicio final; y, desde ahora lo harían, si la misericordia de Dios y la sangre de Jesucristo no lo impidieran.

¡Oh Dios mío!, hacedme comprender esta verdad con vuestra divina luz, para que sepa que ninguna criatura, racional o no, nada me debe, ni consideración, ni amor, ni está obligada a prestarme servicio, honor o asistencia de ninguna clase, y que sólo merezco que todas las criaturas empleen sus fuerzas en apedrearme, destruirme, aniquilarme y anonadarme en forma total e inmisericorde.

 

PUNTO TERCERO: El pecador, en cuanto de él depende, aniquila a Dios mismo.

 

En tercer lugar, hemos merecido la ira de Dios, Porque el pecador aniquila no sólo todas las obras del Creador, sino también las del Redentor ya que inutiliza los trabajos, los sufrimientos, la sangre, la vida, la muerte del Hijo de Dios y todos los sacramentos y medios de salvación que estableció en favor de su Iglesia.

Además, aniquila a Dios, al menos lo intenta, dice San Bernardo. «Vosotros me crucificáis», repone el mismo Dios con el profeta Malaquías 11, 8. Y es cierto; el pecador aniquila a Dios, primero, aniquilando su voluntad para reemplazarla con la propia; segundo, extinguiendo en sí mismo el Espíritu Santo, que es Dios; tercero, al hacer morir la vida de Dios en su alma por la gracia que suprime pecando, y cuarto, porque crucifica a Jesucristo en sí mismo, después de haberlo crucificado con los judíos. Y por todo esto se puede asegurar que destruye todo lo existente, puesto que aniquila o al menos aspira a realizarlo, al autor y conservador de cuanto hay. He aquí por qué merece ser el objeto de la ira y de la maldición de todos los seres creados e increados y que todos ellos, unidos a su Creador, se asocien para reducirlo a polvo.

Por esto pudiera decir con el Profeta: «Castigadme, Señor, mas no airado ni cual lo merezco, por miedo de que me aniquiléis del todo».

Estas verdades meditadas y juiciosamente ponderadas tienen que cerrar el paso en lo sucesivo a todo conato de orgullo de parte nuestra. ¡Oh mi Señor, aplastad en mí la serpiente asquerosa y repulsiva del orgullo a cualquier precio!

 

ORACIÓN JACULATORIA: «¡Repréndeme, Señor! mas no airado, para que no vayas a aniquilarme». Jer 10,24.

 

Para finalizar cada día:

 

LETANÍAS DE LA HUMILDAD

Venerable Cardenal Merry del Val

 

Jesús manso y humilde de corazón, óyeme.

 

Del deseo de ser lisonjeado, líbrame Jesús

Del deseo de ser alabado, líbrame Jesús

Del deseo de ser honrado, líbrame Jesús

Del deseo de ser aplaudido, líbrame Jesús

Del deseo de ser preferido a otros, líbrame Jesús

Del deseo de ser consultado, líbrame Jesús

Del deseo de ser aceptado, líbrame Jesús

 

Del temor de ser humillado, líbrame Jesús

Del temor de ser despreciado, líbrame Jesús

Del temor de ser reprendido, líbrame Jesús

Del temor de ser calumniado, líbrame Jesús

Del temor de ser olvidado, líbrame Jesús

Del temor de ser puesto en ridículo, líbrame Jesús

Del temor de ser injuriado, líbrame Jesús

Del temor de ser juzgado con malicia, líbrame Jesús

 

Que otros sean más estimados que yo. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros crezcan en la opinión del mundo y yo me eclipse. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros sean alabados y de mí no se haga caso. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros sean empleados en cargos y a mí se me juzgue inútil. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros sean preferidos a mí en todo. Jesús dame la gracia de desearlo

Que los demás sean más santos que yo con tal que yo sea todo lo santo que pueda. Jesús dame la gracia de desearlo

 

Oración:

Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén.

 

***

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

San Juan Eudes, ruega por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

***

¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!

***

Ave María Purísima, sin pecado concebida.