miércoles, 4 de septiembre de 2024

QUINTA MEDITACIÓN. Sobre las palabras: «Nada podemos». MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD Y COLOQUIOS INTERIORES DEL CRISTIANO CON SU DIOS. San Juan Eudes

 


QUINTA MEDITACIÓN

Sobre las palabras: «Nada podemos».

 

MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD

Y COLOQUIOS INTERIORES DEL CRISTIANO CON SU DIOS

San Juan Eudes

 

Para comenzar cada día:

+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestro enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, digamos la siguiente oración:

 

Profesión de Humildad

 

Señor Jesucristo, nada somos,

nada podemos ni valemos,

nada tenemos a no ser nuestros pecados.

Somos siervos inútiles, nacidos en la enemistad,

últimos de los hombres,

primeros de los pecadores.

Sea para nosotros la vergüenza y la confusión,

y para ti, la gloria y el honor por siempre jamás.

Señor Jesucristo, compadécete de nosotros. Amén.

 

QUINTA MEDITACIÓN

Sobre las palabras: «Nada podemos».

 

PUNTO PRIMERO: Dios solamente es poderoso.

 

Consideremos que sólo Dios es potente. 1 Tm 6,15. Su poder es eterno, infinito, inmenso, inmutable y esencial; es decir que todo lo que hay en Dios es omnipotente, como también lo es su bondad, su justicia, su misericordia y todas sus demás perfecciones divinas. Puede en un momento dado reducir a polvo y a nada todo cuanto existe. Ni el cielo ni la tierra pueden resistir ni un instante a su poder. Hasta su nombre es todo poderoso. Ex 15,3.

No hay sino el pecado que no pueda Dios ejecutar, pues poder pecar no es signo de potencia sino de impotencia.

Adoremos este divino poder y regocijémonos de pertenecer nosotros a un Señor y a un padre que es todopoderoso. Démonos con filial abandono a su divina omnipotencia suplicándole destruya en nosotros el poder de hacer el mal y que nos capacite para obrar el bien.

 

PUNTO SEGUNDO: Profesión de impotencia hecha  por Nuestro Señor.

 

Consideremos y adoremos a Nuestro Señor Jesucristo al pronunciar estas palabras: «Nada puedo hacer por mí mismo», Jn 5,30, no solamente en cuanto hombre, sino aún en su calidad de Hijo de Dios.

Porque, como recibe el ser y la vida de su Padre, igualmente de Él recibe todo el poder de que goza; y es esto lo que reconoce por la pública profesión que de ello hace con estas palabras: «Yo nada puedo hacer por mí mismo»; profesión que quiso dejar escrita y consignada en su Evangelio, a fin de confundir nuestro orgullo, y de enseñarnos a no apropiarnos lo que es suyo; puesto que el mismo Hijo de Dios reconoce que no puede nada por sí y sin su Padre, atribuyéndole, por lo mismo, el mérito de todo cuanto hace.

Consideremos también que la Santísima Virgen imitó igualmente con toda perfección la humildad de su Hijo; y que en recompensa de ello, el Padre Eterno dio al Hijo y, proporcionalmente a la Madre también, toda potestad en el cielo y en la tierra: «Todo poder, dice Nuestro Señor, y lo mismo podría decir la Santísima Virgen, me ha sido dado en el cielo y en la tierra», Mt 28,8. Regocijémonos por ello, y entreguémonos al poder del Hijo y de la Madre, pidiéndoles lo empleen para aplastar nuestro orgullo y para hacer reinar su humildad en nuestros corazones.

 

PUNTO TERCERO: Nada podemos tampoco nosotros hacer por nuestro propio valimiento.

 

Consideremos atentamente la exactitud que en cierran estas palabras: «Nada podemos».

En primer lugar, no podemos hacer por cuenta propia nada que sea grato a Dios: «Sin mí no podéis hacer nada». Jn 15,5.

En segundo lugar, no podemos pronunciar ni una palabra buena como es debido. «Raza de víboras, ¿cómo podréis decir algo bueno siendo como sois malos?»  Mt 12, 34. «Nadie puede pronunciar el Santo nombre de Jesús sino por el Espíritu Santo». 1 Cor 12,3.

En tercer lugar, no podemos abrigar ni un solo deseo por nosotros mismos, pues es Dios quien da el querer y el poder: «Dios es quien nos da la voluntad y la capacidad para todo», Flp 11,13.

En cuarto lugar, no podemos tener ni siquiera un buen pensamiento: «No somos capaces de pensar nade Por cuenta propia, sino que nuestra capacidad para hacerlo viene de Dios». 2Cor 11,5.

Finalmente, no estamos capacitados para ejecutar el menor acto de virtud cristiana, ni de resistir un momento la más insignificante tentación del mundo.

¡Oh!, qué motivo de confusión y de vergüenza! Alegrémonos de tal abyección y miseria, y grabemos fuertemente estas verdades en nuestro espíritu, para que en todo lugar, en todo tiempo, en toda ocasión reconozcamos lo que somos y la necesidad inmensa que tenemos de Dios, que nos obliga a recurrir al Él mismo a cada momento, Para decirle de continuo: «Señor, ven en mi auxilio».

 

ORACIÓN JACULATORIA: «Gustoso, pues, me gloriaré en mis miserias, para que more en mí la virtud de Cristo». 1Cor 12,9.

 

Para finalizar cada día:

 

LETANÍAS DE LA HUMILDAD

Venerable Cardenal Merry del Val

 

Jesús manso y humilde de corazón, óyeme.

 

Del deseo de ser lisonjeado, líbrame Jesús

Del deseo de ser alabado, líbrame Jesús

Del deseo de ser honrado, líbrame Jesús

Del deseo de ser aplaudido, líbrame Jesús

Del deseo de ser preferido a otros, líbrame Jesús

Del deseo de ser consultado, líbrame Jesús

Del deseo de ser aceptado, líbrame Jesús

 

Del temor de ser humillado, líbrame Jesús

Del temor de ser despreciado, líbrame Jesús

Del temor de ser reprendido, líbrame Jesús

Del temor de ser calumniado, líbrame Jesús

Del temor de ser olvidado, líbrame Jesús

Del temor de ser puesto en ridículo, líbrame Jesús

Del temor de ser injuriado, líbrame Jesús

Del temor de ser juzgado con malicia, líbrame Jesús

 

Que otros sean más estimados que yo. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros crezcan en la opinión del mundo y yo me eclipse. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros sean alabados y de mí no se haga caso. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros sean empleados en cargos y a mí se me juzgue inútil. Jesús dame la gracia de desearlo

Que otros sean preferidos a mí en todo. Jesús dame la gracia de desearlo

Que los demás sean más santos que yo con tal que yo sea todo lo santo que pueda. Jesús dame la gracia de desearlo

 

Oración:

Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén.

 

***

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

San Juan Eudes, ruega por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

***

¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!

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Ave María Purísima, sin pecado concebida.