Homilía en la Fiesta de la Transfiguración
en el Primer sábado de mes al
Inmaculado Corazón de María
– Agosto 2016
El
6 de agosto de 1457, llegaba al papa Calixto III, la noticia de la victoria que
los cristianos habían obtenido sobre Mohamet II, que había conquistado
Constantinopla, y en acción de gracia instituyó para toda la Iglesia Universal en
este día la fiesta de la Transfiguración del Señor.
Hoy,
en nuestros días, los cristianos están siendo perseguidos, torturados y
martirizados por los seguidores de Alá y
otros grupos políticos y religiosos. Persecución
que ya no queda reducida al ámbito de Oriente Medio, sino que en la misma
Francia, un sacerdote ha sido asesinado por su fe en Jesucristo. Como en otros tiempos hicieron nuestros
antepasados ante aquellos que buscaban destruir la fe en Jesucristo, hemos de acudir
a Dios con nuestras oraciones y sacrificios para que detenga a los enemigos de su Iglesia y les
conceda la conversión. Ante el silencio
y la omisión de defensa de los poderosos de la tierra, sólo nos queda recurrir
el auxilio divino y con el salmista decir: “Levántate, oh Dios, defiende tu
causa; acuérdate de cómo el necio te injuria todo el día. No te olvides del
vocerío de tus adversarios del tumulto de los que se levantan contra ti, que
sube continuamente.”
Como
en otros tiempos, también nosotros hemos de tomar el arma que el cielo nos ha
dado para este combate. “Una lucha -que como
enseña el Apóstol Pablo- no es contra sangre y carne, sino contra principados,
contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las
huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales.” (Ef 6,12)
¿A
qué arma me estoy refiriendo? Al Santo Rosario. Rosario al que la Virgen ha
concedido la consecución de la paz como le dice a los niños en Fátima. El
Rosario que ha dado la victoria a la fe cristiana en otras muchas batallas,
entre ella la de Lepanto y por la cual se instituyó de forma universal el 7 de
octubre la fiesta a la Virgen.
Decía
el Papa San Pio X: “Si quieren que la paz reine en sus familias y en su Patria,
recen todos los días el Rosario con todos los suyos”. “Dénme un ejército que rece el Rosario y
vencerá al mundo." Y Santa Teresita
del Niño Jesús: “Con el Rosario se puede alcanzar todo. Según una graciosa
comparación, es una larga cadena que une el cielo y la tierra, uno de cuyos
extremos está en nuestras manos y el otro en las de la Santísima Virgen.
Mientras el Rosario sea rezado, Dios no puede abandonar al mundo, pues esta
oración es muy poderosa sobre su Corazón.”
Hoy
primer sábado de mes, fiesta de la Transfiguración, presentamos a Dios todo
esto, le agradecemos su protección sobre la Iglesia a lo largo de la historia, ofrecemos
nuestra oración y nuestros sacrificios por el triunfo de nuestra fe; y nos
encomendamos a la Virgen Santísima con aquellas palabras del Papa San Juan
Pablo II: “Madre de misericordia y de
esperanza, obtén a los hombres y a las mujeres del tercer milenio el don
valioso de la paz: paz en los corazones y en las familias, en las comunidades y
entre los pueblos; paz, sobre todo, para las naciones donde cada día se sigue
combatiendo y muriendo.”
Sancta
María, Mater Eclesiae, Regina Mundi, da nobis pacem, ora pro nobis.
En
el Evangelio que acaba de ser proclamado escuchamos el relato del evangelista
sobre el misterio que hoy celebramos. Jesús tomando a tres de sus discípulos –Pedro,
Santiago y Juan- sube con ellos a una montaña, y allí mientras está orando
acontece algo maravilloso que asombra a los apóstoles y que provoca en ellos un
estado admiración y complacencia. ¡Señor, que bien se está aquí! -dice Pedro a Jesús. ¿Qué aconteció? ¿Qué fue
lo que los apóstoles experimentaron sobre aquella montaña? El rostro de Jesús resplandecía como el sol, y
sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Se aparecieron también dos
personajes: Moisés y Elías que conversaban con él. Una nube, una voz que se oyó
y decía: “Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo.”
En su carta, el Apóstol Pedro dará testimonio
de este día, afirmando que su predicación y la del resto de los apóstoles no se
fundamentan en fábulas sino en haber visto la gloria y el poder de Jesús sobre
la montaña, en haber sido testigo ocular de aquella gloria conferida por la voz
venida del cielo.
Jesús,
antes de que sobrevengan los acontecimientos tremendos de su pasión, quiso que
sus tres apóstoles predilectos tuviesen un anticipo de la gloria que había de
manifestarse en su Resurrección y Ascensión al cielo. Anticipo que serviría de aliciente en los
momentos difíciles que vendrían y que sería confirmado al resucitar triunfante
de la muerte y del pecado a los tres días.
Los
tres apóstoles pueden gozar por unos instantes y de forma limitada de la
belleza, majestad, gloria, santidad, resplandor, inmensidad de Dios. La
Transfiguración se manifiesta asi también como un anticipo del cielo y del
asombro eterno en el que nos encontraremos al ver a Dios cara a cara. El cielo será
una sorpresa continua, una novedad eterna, un “qué bien estamos aquí” que
durará siempre.
Celebrar
la transfiguración es poner nuestra mirada en el cielo, pero sabiendo que ahora
nos toca “subir a Jerusalén”. Acompañar a Jesús hacia el Calvario, en medio de
las pruebas, las dificultades, los cansancios, las luchas y los sufrimientos de
esta vida.
Nosotros,
como Pedro, Santiago y Juan, estamos también invitados a gozar por instantes
del cielo aquí en la tierra. Cada vez que entramos en unión con Dios por medio
de la oración y particularmente en la Sagrada Liturgia y celebración de los sacramentos,
se nos da a gustar de las delicias de la vida del cielo y podemos experimentar
la bondad y el gozo de estar con el
Señor. Un estar con el Señor que nos permite crecer en su conocimiento, un
conocimiento de aquel que ya está dentro de nosotros, pero como Santa Teresa de
Jesús y tantos otros santos hemos de esforzarnos en buscar.
Para
crecer en el conocimiento de Jesús, para poder como Pedro, Santiago y Juan
gozar de estar con el Señor y contemplar su majestad, hemos de acudir a la
Virgen María. Ella es modelo perfecto para vivir este misterio de la Transfiguración.
Así decía el Papa San Pio X: “Nadie dudará que a través de la Virgen, y por
ella en grado sumo, se nos da un camino para conocer a Cristo, simplemente con
pensar que ella fue la única con la que Jesús, como conviene a un hijo con su
madre, estuvo unido durante treinta años por una relación familiar y un trato
íntimo. Los admirables misterios del nacimiento y la infancia de Cristo, y,
sobre todo, el de la asunción de la naturaleza humana que es el inicio y el
fundamento de la fe ¿a quién le fueron más patentes que a la Madre? La cual
ciertamente, no sólo conservaba ponderándolos en su corazón los sucesos de
Belén y los de Jerusalén en el templo del Señor, sino que, participando de las
decisiones y los misteriosos designios de Cristo, debe decirse que vivió la
misma vida que su Hijo. Así pues, nadie conoció a Cristo tan profundamente como
Ella; nadie más apta que ella como guía y maestra para conocer a Cristo.”
La
devoción al Inmaculado Corazón de María –devoción querida por Dios para nuestro
tiempo y por la que Dios quiere salvar al mundo y darle la paz- nos lleva
directamente a Jesucristo y a su conocimiento, pues ¿quién habita dentro del
corazón de María?, ¿quién es su fuente, su centro, su fin, su todo? ¿A quién
encontramos al entrar en ese refugio sagrado que María nos ofrece en su mano,
sino a Jesús, el fruto bendito de sus entrañas?
Si
queremos llegar a Cristo, si queremos comprender el misterio de la Transfiguración
“con la claridad de una alma limpia de pecado”, acudamos a María. Pues, “No hay un camino más seguro y más
expedito –decía san Pío X- para unir a todos con Cristo que el que pasa a
través de María, y que por ese camino podemos lograr la perfecta adopción de
hijos, hasta llegar a ser santos e inmaculados en la presencia de Dios.
Sigamos
el consejo del Santo Cura de Ars, San
Juan María Vianney, cuya fiesta se celebra también en este mes: “Volvamos a
ella – a María- con confianza, y
estaremos seguros de que, por miserables que seamos, ella obtendrá la gracia de
nuestra conversión. María es tan buena que no deja de echar una mirada de
compasión al pecador. Siempre está esperando que le invoquemos. En el corazón
de María no hay más que misericordia.” No hay más que misericordia, porque el corazón
de María habita Dios, misericordioso y compasivo.