LA VIRGEN MARÍA,
CORREDENTORA. San Pío X
A todo esto hay que añadir, en alabanzas de la
santísima Madre de Dios, no solamente el haber proporcionado, al Dios
Unigénito que iba a nacer con miembros humanos, la materia de su carne[i][xiii]
con la que se lograría una hostia admirable para la salvación de los hombres;
sino también el papel de custodiar y alimentar esa hostia e incluso, en el
momento oportuno, colocarla ante el ara. De ahí que nunca son separables el
tenor de la vida y de los trabajos de la Madre y del Hijo, de manera
que igualmente recaen en uno y otro las palabras del Profeta[ii][xiv] : mi vida
transcurrió en dolor y entre gemidos mis años. Efectivamente cuando llegó
.la última hora del Hijo, estaba en pie junto a la cruz de Jesús, su Madre, no
limitándose a contemplar el cruel espectáculo, sino gozándose de que su
Unigénito se inmolara para la salvación del género humano, y tanto se
compadeció que, si hubiera sido posible, ella misma habría soportado
gustosísima todos .los tormentos que padeció su Hijo[iii][xv].
Y por esta comunión de voluntad y de
dolores entre María y Cristo, ella mereció convertirse con toda dignidad en
reparadora del orbe perdido[iv][xvi],
y por tanto en dispensadora de todos los bienes que Jesús nos ganó con su
muerte y con su sangre.
Cierto que no queremos negar que la
erogación de estos bienes corresponde por exclusivo y propio derecho a Cristo;
puesto que se nos han originado a partir de su muerte y El por su propio poder
es el mediador entre Dios y los hombres. Sin embargo, por esa comunión, de la
que ya hemos hablado, de dolores y bienes de la Madre con el Hijo, se le ha
concedido a la Virgen augusta ser poderosísima mediadora y conciliadora de
todo el orbe de la tierra ante su Hijo Unigénito[v][xvii].
Así pues, la fuente es Cristo y de su plenitud todos hemos recibido[vi][xviii];
por quien el cuerpo, trabado y unido por todos los ligamentos que lo
nutren... va obrando su crecimiento en orden a su conformación en la caridad[vii][xix]
. A su vez María, como señala Bernardo, es el acueducto[viii][xx];
o también el cuello, a través del cual el cuerpo se une con la cabeza y la
cabeza envía al cuerpo la fuerza y las ideas. Pues ella es el cuello de
nuestra Cabeza, a través del cual se transmiten a su cuerpo místico todos los
dones espirituales[ix][xxi].
Así pues es evidente que lejos de nosotros está el atribuir ala Madre de Dios
el poder de producir eficazmente la gracia sobrenatural, que es
exclusivamente de Dios. Ella, sin embargo, al aventajar a todos en santidad y
en unión con Cristo y al ser llamada por Cristo a la obra de la salvación de
los hombres, nos merece de congruo, como se dice, lo que Cristo mereció de
condigno y es Ella ministro principal en .la concesión de gracias. Cristo está
sentado a la derecha de la majestad en los cielos[x][xxii];
María a su vez está como reina a su derecha, refugio segurísimo de todos los
que están en peligro y fidelísima auxiliadora, de modo que nada hay que temer y
por nada desesperar con
ella como guía, bajo su auspicio, con ella como propiciadora y protectora[xi][xxiii].
Con estos presupuestos, volvemos a nuestro propósito: ¿a quién le parecerá que no tenemos derecho a afirmar que María, que desde la casa de Nazaret hasta el lugar de la Calavera estuvo acompañando a Jesús, que conoció los secretos de su corazón como nadie y que administra los tesoros de sus méritos con derecho, por así decir, materno, es el mayor y el más seguro apoyo para conocer y amar a Cristo? Esto es comprobable por la dolorosa situación de quienes, engañados por el demonio o por doctrinas falsas, pretenden poder prescindir de la intercesión de la Virgen. ¡Desgraciados infelices! Traman prescindir de la Virgen para honrar a Cristo: e ignoran que no es posible encontrar al niño sino con María, su Madre.
ella como guía, bajo su auspicio, con ella como propiciadora y protectora[xi][xxiii].
Con estos presupuestos, volvemos a nuestro propósito: ¿a quién le parecerá que no tenemos derecho a afirmar que María, que desde la casa de Nazaret hasta el lugar de la Calavera estuvo acompañando a Jesús, que conoció los secretos de su corazón como nadie y que administra los tesoros de sus méritos con derecho, por así decir, materno, es el mayor y el más seguro apoyo para conocer y amar a Cristo? Esto es comprobable por la dolorosa situación de quienes, engañados por el demonio o por doctrinas falsas, pretenden poder prescindir de la intercesión de la Virgen. ¡Desgraciados infelices! Traman prescindir de la Virgen para honrar a Cristo: e ignoran que no es posible encontrar al niño sino con María, su Madre.
Ad Diem Illud
Laetissimum
De San Pío X, sobre la devoción a la Stma. Virgen