lunes, 1 de agosto de 2016

“TODO LO HA HECHO BIEN. HACE OÍR A LOS SORDOS Y HABLAR A LOS MUDOS.” Homilía




HOMILÍA DEL XI DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Forma Extraordinaria del Rito Romano
31 de julio de 2016

“Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”
La admiración de las gentes ante los milagros de Jesús, hace que reconozcan con asombro su bondad. Tanto, que Pedro, resumirá la vida del Señor en su predicación diciendo: “Pasó haciendo bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo.” Hch 10, 38
La exclamación de estas personas que presenciaron, vieron y experimentaron la bondad de Jesús, nos evoca las primeras páginas de la Sagrada Escritura donde Dios por medio de su Palabra crea todas las cosas. Él, que es bueno en esencia, comunica su bondad a sus criaturas. “Vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera.”  Gn 1, 31
La bondad es uno de los atributos esenciales de Dios, que definen su ser y su acción; una bondad que va unida a la afirmación de su existencia. Dios no puede ser malo ni hacer el mal, pues este es la carencia de bien y la maldad es una imperfección. La bondad divina  -a la que llegamos por la luz natural de la razón y se confirma a través de la revelación- disipa las falsas imágenes de un Dios malvado, temible, que busca oprimir al hombre: falsas imágenes que en la antigüedad existían y que también hoy se hacen presentes en nuestra sociedad. Son muchos los que rechazan a Dios por ver en él una opresión a su libertad, una autoridad impuesta… Son muchos los que rechazan a Dios pues ven en su Palabra y en sus mandamientos un escollo para su propia felicidad y una causa de sufrimientos  y renuncia… Son muchos que rechazan a Dios haciéndole culpable del mal y el sufrimiento en el mundo, cuya causa no es él, si no nuestra propia limitación de criaturas y sobre todo nuestras malas acciones: “Por el pecado, entró la muerte en el mundo.” Rm 5, 12
Ante estas falsas imágenes de Dios, la Iglesia y nosotros debemos de confesar con el salmista: “El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades” Sal 100. Ante estas falsas imágenes de Dios, la Iglesia y nosotros mismos tenemos el desafío en la Nueva Evangelización de anunciar ante los hombres la bondad divina que solo quiere nuestro bien y nuestra felicidad.

“Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”
El sordomudo del Evangelio de este domingo es imagen del hombre enfermo por el pecado. Nuestros primeros padres, Adán y Eva, al escuchar la voz de la serpiente tentadora, quedaron sordos a la palabra divina y cuando Dios, amorosamente lo busca por el jardín, el hombre dañado ya por el pecado, sospecha de la voz de Dios, siente miedo, se esconde. El pecado lo ha hecho sordo para escuchar la voz del buen Dios. Nuestros primeros padres, Adán y Eva, al haber dialogado con la serpiente, quedan ciertamente mudos, y en vez de responder a la llamada de Dios con “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” sal 39, se excusan: “Oí tu voz, sentí miedo y me escondí.” Gn 3, 10
El sentido del oído y la capacidad de hablar son los medios para poder comunicarnos y entendernos, para poder relacionarnos los unos con los otros. El hombre llamado a convivir y existir con los otros, por el pecado queda incapacitado para una relación bondadosa con Dios, con el prójimo y consigo mismo. Esta incapacidad le lleva a la desconfianza y  a la sospecha, al aislamiento y a la cerrazón en uno mismo.
¿No están los hombres sordos a la voz de Dios que continuamente a través de su creación, de su Palabra, de la Iglesia los llama hacia sí? Como Adán en el paraíso, el hombre de hoy oye la voz de Dios, pero por su sordera, no entiende su palabra amorosa, sospecha, tiene miedo de Dios y se esconde.
¿No están sordos los hombres de la era de la comunicación, ante los gritos de aquellos que claman por la injusticia, el hambre, la guerra, la soledad? ¿No están los hombres de hoy sordos a la voz del prójimo que busca la comprensión, el consuelo, la escucha? Como Caín, el hombre de hoy, nuevamente se excusa: ¡Soy yo acaso el guardián de mi hermano! Gn 4, 9
¿No padecen los hombres de hoy sordera ante la voz de su propia conciencia, ante el deseo de felicidad y de eternidad inscrito en su corazón por Dios, ante el atractivo de la verdad, del bien y de la belleza? Como aquellos judíos que martirizaron a Esteban, se tapan los oídos, y se dejan llevar por el griterío de sus pasiones.

 “Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”
Cristo, médico divino, ha venido a sanar nuestra sordera y nuestra mudez. El milagro de hoy –enseñaba el Papa Benedicto XVI-  resume en sí toda la misión de Cristo. Él se hizo hombre para que el hombre, que por el pecado se volvió interiormente sordo y mudo, sea capaz de escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que habla a su corazón, y de esta manera aprenda a su vez a hablar el lenguaje del amor, a comunicar con Dios y con los demás. Por este motivo la palabra y el gesto del «Effetá» han sido insertados en el rito del Bautismo.”
Por el don de la fe, recibido en el Bautismo, nuestros oídos son abiertos para escuchar la palabra de Dios. El milagro realizado por Jesús en la Decapolis, nombre que significa “las diez ciudades”, nos evoca las primeras palabras con la que Dios comienza el decálogo –los diez mandamientos-: “Shema Israel”. “Escucha Israel”. Dt 6, 4.
Por la fe, nuestros oídos son abiertos, acogemos a Aquel que es la Palabra de Dios y nos dejamos transformar por esa palabra que es viva y eficaz.
El milagro de hoy realizado en tierra pagana nos recuerda también la llamada universal a la salvación. Cristo, con su poder, hace que todos los hombres –ya no solo el pueblo judío- puedan escuchar la palabra de Dios y cumplirla, y así salvarse. “Si alguno me ama, mi palabra guardará. Y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos nuestra morada con él." Jn 14, 23
Por el don de la fe, nuestra lengua es desatada. Somos capaces de relacionarlos de un modo nuevo con Dios al que podemos llamar “Abba”, “Padre”; podremos alabarlo, glorificarlo y dialogar con él. Nuestra lengua es desatada y podemos relacionarnos de un modo nuevo con nuestros semejantes a los que podemos llamar hermanos y amarlos como a nuestra propia carne.

“Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”
El cristiano sanado por el bautismo de su sordera y su mudez, acoge la enseñanza del apóstol Santiago: “Sabed, hermanos míos queridos, que es preciso ser diligentes para escuchar, parcos al hablar. (…) Por tanto, renunciando a todo vicio y al mal que nos cerca por doquier, acoged dócilmente la palabra que, plantada en vosotros, es capaz de salvaros. Pero se trata de que pongáis en práctica esa palabra y no simplemente que la oigáis, engañándoos a vosotros mismos.  (…) Dichoso, en cambio, quien se entrega de lleno a la meditación de la ley perfecta —la ley de la libertad— y no se contenta con oírla, para luego olvidarla, sino que la pone en práctica.” St 1, 19-25
Su modo de hablar es también nuevo, “apartándose de charlatanerías irreverentes” 1Tm 6, 20, guardándose “de murmuraciones inútiles”, preservando “vuestra lengua de la maledicencia; pues la boca mentirosa da muerte al alma”. Sab 1, 11. El cristiano vive aquello que el Apóstol Pablo pide: “No salga de vuestra boca ninguna palabra mala, sino sólo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan. Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, por el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Sea quitada de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritos, maledicencia, así como toda malicia.” Ef 4, 29-31.  Y en otra ocasión decía: “que la inmoralidad, y toda impureza o avaricia, ni siquiera se mencionen entre vosotros, como corresponde a los santos; ni obscenidades, ni necedades, ni groserías, que no son apropiadas, sino más bien acciones de gracias.” Ef 5, 3-4
Sea vuestro hablar –dice Jesús en el Evangelio-: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, procede del Maligno.” Mt 5, 37

“Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”
El cristiano como Cristo está llamado a pasar por el mundo haciendo el bien a todos, sin exclusiones, sin descanso, en todo tiempo y lugar. “No nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos. Así que entonces, hagamos bien a todos según tengamos oportunidad, y especialmente a los de la familia de la fe.” Gal 6, 9
Debemos ser conscientes de la responsabilidad de continuar la obra benefactora de Cristo en pro de toda la humanidad. La Iglesia ha sido y es a lo largo de sus 2000 años de historia, antes que los Estados y cualquier otra institución, la primera y principal bienhechora de la sociedad.
A la Virgen María, icono del hombre y la mujer de oídos abiertos a la voz de Dios y de sus hermanos los hombres e icono también de aquella cuya boca canta la sabiduría de Dios como expresa su oración del Magnificat, le pedimos que interceda por nosotros para hoy escuchemos la voz de Dios, la cumplamos y siempre y en toda parte glorifiquemos a Dios con nuestra oración y edifiquemos a todos con nuestras palabras. Así lo pedimos. Que así sea. Amén.