HOMILÍA
DEL XI DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Forma
Extraordinaria del Rito Romano
31
de julio de 2016
“Todo lo ha hecho
bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”
La
admiración de las gentes ante los milagros de Jesús, hace que reconozcan con
asombro su bondad. Tanto, que Pedro, resumirá la vida del Señor en su
predicación diciendo: “Pasó haciendo bien
y sanando a todos los oprimidos por el diablo.” Hch 10, 38
La
exclamación de estas personas que presenciaron, vieron y experimentaron la
bondad de Jesús, nos evoca las primeras páginas de la Sagrada Escritura donde
Dios por medio de su Palabra crea todas las cosas. Él, que es bueno en esencia,
comunica su bondad a sus criaturas. “Vio
Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera.” Gn 1, 31
La
bondad es uno de los atributos esenciales de Dios, que definen su ser y su
acción; una bondad que va unida a la afirmación de su existencia. Dios no puede
ser malo ni hacer el mal, pues este es la carencia de bien y la maldad es una
imperfección. La bondad divina -a la que
llegamos por la luz natural de la razón y se confirma a través de la
revelación- disipa las falsas imágenes de un Dios malvado, temible, que busca
oprimir al hombre: falsas imágenes que en la antigüedad existían y que también
hoy se hacen presentes en nuestra sociedad. Son muchos los que rechazan a Dios
por ver en él una opresión a su libertad, una autoridad impuesta… Son muchos
los que rechazan a Dios pues ven en su Palabra y en sus mandamientos un escollo
para su propia felicidad y una causa de sufrimientos y renuncia… Son muchos que rechazan a Dios
haciéndole culpable del mal y el sufrimiento en el mundo, cuya causa no es él,
si no nuestra propia limitación de criaturas y sobre todo nuestras malas acciones:
“Por el pecado, entró la muerte en el
mundo.” Rm 5, 12
Ante
estas falsas imágenes de Dios, la Iglesia y nosotros debemos de confesar con el
salmista: “El Señor es bueno, su
misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades” Sal 100. Ante estas
falsas imágenes de Dios, la Iglesia y nosotros mismos tenemos el desafío en la
Nueva Evangelización de anunciar ante los hombres la bondad divina que solo
quiere nuestro bien y nuestra felicidad.
“Todo lo ha hecho
bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”
El
sordomudo del Evangelio de este domingo es imagen del hombre enfermo por el
pecado. Nuestros primeros padres, Adán y Eva, al escuchar la voz de la
serpiente tentadora, quedaron sordos a la palabra divina y cuando Dios,
amorosamente lo busca por el jardín, el hombre dañado ya por el pecado,
sospecha de la voz de Dios, siente miedo, se esconde. El pecado lo ha hecho
sordo para escuchar la voz del buen Dios. Nuestros primeros padres, Adán y Eva,
al haber dialogado con la serpiente, quedan ciertamente mudos, y en vez de
responder a la llamada de Dios con “Aquí
estoy, Señor, para hacer tu voluntad” sal 39, se excusan: “Oí tu voz, sentí miedo y me escondí.” Gn
3, 10
El
sentido del oído y la capacidad de hablar son los medios para poder
comunicarnos y entendernos, para poder relacionarnos los unos con los otros. El
hombre llamado a convivir y existir con los otros, por el pecado queda incapacitado
para una relación bondadosa con Dios, con el prójimo y consigo mismo. Esta
incapacidad le lleva a la desconfianza y
a la sospecha, al aislamiento y a la cerrazón en uno mismo.
¿No
están los hombres sordos a la voz de Dios que continuamente a través de su
creación, de su Palabra, de la Iglesia los llama hacia sí? Como Adán en el
paraíso, el hombre de hoy oye la voz de Dios, pero por su sordera, no entiende
su palabra amorosa, sospecha, tiene miedo de Dios y se esconde.
¿No
están sordos los hombres de la era de la comunicación, ante los gritos de
aquellos que claman por la injusticia, el hambre, la guerra, la soledad? ¿No
están los hombres de hoy sordos a la voz del prójimo que busca la comprensión,
el consuelo, la escucha? Como Caín, el hombre de hoy, nuevamente se excusa: ¡Soy yo acaso el guardián de mi hermano!
Gn 4, 9
¿No
padecen los hombres de hoy sordera ante la voz de su propia conciencia, ante el
deseo de felicidad y de eternidad inscrito en su corazón por Dios, ante el
atractivo de la verdad, del bien y de la belleza? Como aquellos judíos que
martirizaron a Esteban, se tapan los oídos, y se dejan llevar por el griterío de
sus pasiones.
“Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos
y hablar a los mudos.”
Cristo,
médico divino, ha venido a sanar nuestra sordera y nuestra mudez. El milagro de
hoy –enseñaba el Papa Benedicto XVI- “resume en sí toda la misión de Cristo. Él se
hizo hombre para que el hombre, que por el pecado se volvió interiormente sordo
y mudo, sea capaz de escuchar la voz de Dios, la voz del Amor que habla a su corazón,
y de esta manera aprenda a su vez a hablar el lenguaje del amor, a comunicar
con Dios y con los demás. Por este motivo la palabra y el gesto del «Effetá»
han sido insertados en el rito del Bautismo.”
Por
el don de la fe, recibido en el Bautismo, nuestros oídos son abiertos para
escuchar la palabra de Dios. El milagro realizado por Jesús en la Decapolis, nombre
que significa “las diez ciudades”, nos evoca las primeras palabras con la que
Dios comienza el decálogo –los diez mandamientos-: “Shema Israel”. “Escucha
Israel”. Dt 6, 4.
Por
la fe, nuestros oídos son abiertos, acogemos a Aquel que es la Palabra de Dios
y nos dejamos transformar por esa palabra que es viva y eficaz.
El
milagro de hoy realizado en tierra pagana nos recuerda también la llamada
universal a la salvación. Cristo, con su poder, hace que todos los hombres –ya
no solo el pueblo judío- puedan escuchar la palabra de Dios y cumplirla, y así
salvarse. “Si alguno me ama, mi palabra
guardará. Y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos nuestra morada con
él." Jn 14, 23
Por
el don de la fe, nuestra lengua es desatada. Somos capaces de relacionarlos de
un modo nuevo con Dios al que podemos llamar “Abba”, “Padre”; podremos alabarlo,
glorificarlo y dialogar con él. Nuestra lengua es desatada y podemos
relacionarnos de un modo nuevo con nuestros semejantes a los que podemos llamar
hermanos y amarlos como a nuestra propia carne.
“Todo lo ha hecho
bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”
El
cristiano sanado por el bautismo de su sordera y su mudez, acoge la enseñanza
del apóstol Santiago: “Sabed, hermanos
míos queridos, que es preciso ser diligentes para escuchar, parcos al hablar.
(…) Por tanto, renunciando a todo vicio y al mal que nos cerca por doquier,
acoged dócilmente la palabra que, plantada en vosotros, es capaz de salvaros. Pero
se trata de que pongáis en práctica esa palabra y no simplemente que la oigáis,
engañándoos a vosotros mismos. (…) Dichoso,
en cambio, quien se entrega de lleno a la meditación de la ley perfecta —la ley
de la libertad— y no se contenta con oírla, para luego olvidarla, sino que la
pone en práctica.” St 1, 19-25
Su
modo de hablar es también nuevo, “apartándose
de charlatanerías irreverentes” 1Tm 6, 20, guardándose “de murmuraciones inútiles”, preservando “vuestra lengua de la maledicencia; pues la
boca mentirosa da muerte al alma”. Sab 1, 11. El cristiano vive aquello que
el Apóstol Pablo pide: “No salga de
vuestra boca ninguna palabra mala, sino sólo la que sea buena para edificación,
según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan. Y
no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, por el cual fuisteis sellados para
el día de la redención. Sea quitada de vosotros toda amargura, enojo, ira,
gritos, maledicencia, así como toda malicia.” Ef 4, 29-31. Y en otra ocasión decía: “que la inmoralidad, y toda impureza o
avaricia, ni siquiera se mencionen entre vosotros, como corresponde a los
santos; ni obscenidades, ni necedades, ni groserías, que no son apropiadas,
sino más bien acciones de gracias.” Ef 5, 3-4
“Sea vuestro hablar –dice Jesús en el
Evangelio-: Sí, sí; no, no; porque lo que
es más de esto, procede del Maligno.” Mt 5, 37
“Todo lo ha hecho
bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.”
El
cristiano como Cristo está llamado a pasar por el mundo haciendo el bien a
todos, sin exclusiones, sin descanso, en todo tiempo y lugar. “No nos cansemos de hacer el bien, pues a su
tiempo, si no nos cansamos, segaremos. Así que entonces, hagamos bien a todos
según tengamos oportunidad, y especialmente a los de la familia de la fe.” Gal
6, 9
Debemos
ser conscientes de la responsabilidad de continuar la obra benefactora de
Cristo en pro de toda la humanidad. La Iglesia ha sido y es a lo largo de sus 2000
años de historia, antes que los Estados y cualquier otra institución, la primera
y principal bienhechora de la sociedad.
A
la Virgen María, icono del hombre y la mujer de oídos abiertos a la voz de Dios
y de sus hermanos los hombres e icono también de aquella cuya boca canta la
sabiduría de Dios como expresa su oración del Magnificat, le pedimos que
interceda por nosotros para hoy escuchemos la voz de Dios, la cumplamos y siempre
y en toda parte glorifiquemos a Dios con nuestra oración y edifiquemos a todos
con nuestras palabras. Así lo pedimos. Que así sea. Amén.