Homilía de maitines
del Oficio anterior a la
proclamación del dogma
15 de agosto
ASUNCIÓN DE
NUESTRA SEÑORA A LOS CIELOS
Forma
Extraordinaria del Rito Romano
HOMILIA DE SAN AGUSTIN, OBISPO
Sermón 27,
sobre las Palabras del Señor, tomo 10
Hemos
oído en la lectura del santo Evangelio que una mujer piadosa hospedó en su casa
al Señor, y que esta mujer se llamaba Marte. Mientras ella estaba atareada en
servirle, María, su hermana, escuchaba las palabras del Señor sentada a sus
pies. Una trabajaba, la otra descansaba; una daba, la otra recibía
abundantemente. Agobiada Marta por las numerosas atenciones del servicio en que
se ocupaba, se dirigió al Señor quejándose de que su hermana no la ayudara en
su tarea.
El
Señor responde a Marta tomando la defensa de su hermana; se convierte en
abogado el que había sido llamado como juez. “Marta, le dice, tú te afanas y
acongojas en muchas cosas, y a la verdad, que una sola cosa es necesaria. María
ha escogido la mejor suerte, de que jamás será privada”. Hemos oído la queja de
la querellante y la sentencia del juez. Esta sentencia es, a la vez, la
respuesta a la querella de Marta y la defensa de María. Estaba María
enteramente absorbida en gustar la dulzura de la palabra divina. Marta se
preocupaba de como alimentaría al Señor; María, de cómo sería alimentada por
él. Marta preparaba al Señor un convite; María estaba ya recreándose en el convite
del Señor.
Ahora
bien: mientras María estaba escuchando embelesada aquella palabra dulcísima y
su corazón se nutría ávidamente de ella ¿Cuál no sería su temor, al oír la
reclamación de su hermana, de que el Señor le dijera. Levántate y ve a
ayudarla? Porque lo que allí la retenía era una dulzura maravillosa, delicia
del alma, muy superior a las de los sentidos. Una vez excusada, permaneció allí
más tranquila. Mas ¿de qué manera fue excusada? Considerémoslo atentamente,
examinémoslo, veamos de profundizar en este misterio, para que seamos, a
nuestra vez saciados.
Transcripto por Dña. Ana María Catalina
Galvez