EL DEBER DE TRABAJAR
Reflexión diaria del Compendio de la Doctrina Social de la
Iglesia (n.264-266)
A pesar
de que en este mundo el hombre es peregrino, ello no nos excusa de la
obligación de trabajar. “El que no trabaja, que no coma.”
Los cristianos debemos vivir el
trabajo al estilo de Cristo, convirtiéndolo en ocasión para dar un testimonio
cristiano: no viviendo a expensas de nadie y practicando la solidaridad.
Los padres de la Iglesia hablan
del trabajo como verdadera obra del hombre: Mediante el trabajo, el hombre
gobierna el mundo colaborando con Dios; junto a Él, es señor y realiza obras
buenas para sí mismo y para los demás. El ocio perjudica el ser del hombre,
mientras que la actividad es provechosa para su cuerpo y su espíritu. El
cristiano está obligado a trabajar no sólo para ganarse el pan, sino también
para atender al prójimo más pobre, a quien el Señor manda dar de comer, de
beber, vestirlo, acogerlo, cuidarlo y acompañarlo. Cada trabajador, afirma San
Ambrosio, es la mano de Cristo que continúa creando y haciendo el bien.
El trabajo humano, orientado
hacia la caridad, se convierte en medio de contemplación, se transforma en
oración devota, en vigilante ascesis y en anhelante esperanza del día que no
tiene ocaso.
La fórmula
benedictina: ¡Ora et labora!
confiere
al trabajo humano una espiritualidad animadora y redentora. Este parentesco
entre trabajo y religión refleja la alianza misteriosa, pero real, que media
entre el actuar humano y el providencial de Dios.