MARÍA ES EL CAMINO MÁS
SEGURO HACIA JESÚS. San Pio X
La razón por la
que el quincuagésimo aniversario de la proclamación de la inmaculada concepción
de la Madre de Dios debe provocar un singular fervor en el pueblo cristiano,
radica para Nos sobre todo en lo que ya Nos propusimos en la anterior carta
encíclica: instaurar todas las cosas en Cristo. Pues ¿quién no ha
experimentado que no hay un camino más seguro y más expedito para unir a todos
con Cristo que el que pasa a través de María, y que por ese camino podemos
lograr la perfecta adopción de hijos, hasta llegar a ser santos e inmaculados
en la presencia de Dios? En efecto, si verdaderamente a María le fue dicho: Bienaventurada
tú que has creído, porque se cumplirá todo lo que el Señor te ha dicho[i][iv], de
manera que verdaderamente concibió y parió al Hijo de Dios; si realmente
recibió en su vientre a aquel que es la Verdad por naturaleza, de manera que engendrado
en un nuevo orden, con un nuevo nacimiento se hizo invisible en sus categorías,
visible en las nuestras[ii][v]; puesto
que el Hijo de Dios hecho hombre es autor y consumador de nuestra fe, es
de todo punto necesario reconocer como partícipe y como guardiana de los
divinos misterios a su Santísima Madre en la cual, como el fundamento más noble
después de Cristo, se apoya el edificio de la fe de todos los siglos.
¿Es que acaso no habría podido Dios
proporcionarnos al restaurador del género humano y al fundador de la fe por
otro camino distinto de la Virgen? Sin embargo, puesto que pareció a la divina
providencia oportuno que recibiéramos al Dios-Hombre a través de María, que lo
engendró en su vientre fecundada por el Espíritu Santo, a nosotros no nos resta
sino recibir a Cristo de manos de María. De ahí que claramente en las Sagradas
Escrituras; cuantas veces se nos anuncia la gracia futura, se une al
Salvador del mundo su Santísima Madre. Surgirá el cordero dominador de la
tierra, pero de la piedra del desierto; surgirá una flor, pero de la raíz de
Jesé. Adán atisbaba a María aplastando la cabeza de la serpiente y contuvo las
lágrimas que le provocaba la maldición. En ella pensó Noé, recluido en el arca
acogedora; Abraham cuando se le impidió la muerte de su hijo; Jacob cuando veía
la escala y los ángeles que subían y bajaban por ella; Moisés admirado por la
zarza que ardía y no se consumía; David cuando danzaba y cantaba mientras
conducía el arca de Dios; Elías mientras miraba a la nubecilla que subía del
mar. Por último -¿y para qué más?- encontramos en María, después de Cristo, el
cumplimiento de la ley y la realización de los símbolos y de las profecías.
Pero nadie dudará que a través de la
Virgen, y por ella en grado sumo, se nos da un camino para conocer a Cristo,
simplemente con pensar que ella fue la única con la que Jesús, como conviene a
un hijo con su madre, estuvo unido durante treinta años por una relación
familiar y un trato íntimo. Los admirables misterios del nacimiento y la
infancia de Cristo, y, sobre todo, el de la asunción de la naturaleza humana
que es el inicio y el fundamento de la fe ¿a quién le fueron más patentes que a
la Madre? La cual ciertamente, no sólo conservaba ponderándolos en su
corazón los sucesos de Belén y los de Jerusalén en el templo del Señor,
sino que, participando de las decisiones y los misteriosos designios de Cristo,
debe decirse que vivió la misma vida que su Hijo. Así pues, nadie conoció a
Cristo tan profundamente como Ella; nadie más apta que ella como guía y maestra
para conocer a Cristo.
De aquí que, como ya hemos apuntado,
nadie sea más eficaz para unir a los hombres con Cristo que esta Virgen. Pues
si, según la palabra de Cristo, esta es la vida eterna: que te conozcan a
ti, solo Dios verdadero y al que tú enviaste, Jesucristo[iii][vi],
una vez recibida por medio de María la noticia salvadora de Cristo, por María
también logramos más fácilmente aquella vida cuya fuente e inicio es Cristo.
Ad Diem Illud
Laetissimum
De San Pío X, sobre
la devoción a la Stma. Virgen