LA RESPUESTA DE LA IGLESIA ANTE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
Reflexión diaria del Compendio de la Doctrina Social de la
Iglesia (n.267-269)
El curso de la historia está marcado por las profundas transformaciones
y las grandes conquistas del trabajo, pero también por la explotación de tantos
trabajadores y las ofensas a su dignidad. La revolución industrial del siglo
XIX planteó a la Iglesia un gran desafío, al que el Magisterio social respondió
afirmando principios de validez universal y de perenne actualidad, para bien
del hombre que trabaja y de sus derechos contenidos en la encíclica Rerum novarum de León XIII. Esta
encíclica significó:
1.- la defensa de la inalienable dignidad de los
trabajadores, a la cual se une la importancia del derecho de propiedad,
del principio de colaboración entre clases, de los derechos de los débiles y de
los pobres, de las obligaciones de los trabajadores y de los patronos, del
derecho de asociación.
2.- la consolidación de numerosas iniciativas:
uniones y centros de estudios sociales, asociaciones, sociedades obreras,
sindicatos, cooperativas, bancos rurales, aseguradoras, obras de asistencia.
Todo esto dio un notable impulso a la legislación laboral en orden a la
protección de los obreros, sobre todo de los niños y de las mujeres; a la
instrucción y a la mejora de los salarios y de la higiene.
Juan Pablo II, en la encíclica Laborem exercens enriquece la visión personalista del trabajo, indicando
la necesidad de profundizar en los significados y los compromisos que el
trabajo comporta. El trabajo, clave esencial de toda la cuestión social, condiciona el
desarrollo no sólo económico, sino también cultural y moral, de las personas,
de la familia, de la sociedad y de todo el género humano.