20 DE DICIEMBRE
SANTO DOMINGO DE SILOS
ABAD BENEDICTINO (1000-1074)
DOMINGO de Silos tuvo el temple de los grandes civilizadores y el perfil de los grandes santos. Nuestros mayores le llamaron a boca. llena primer Adelantado y Patrón de Castilla, Luz de España, Redentor de cautivos, segundo Moisés, «Confesor donoso de los fechos cabdales». Nacido en medio de los terrores del año mil, cuando los monasterios eran embrión de la Patria y las cogullas coronas de paz, tiene, por el prestigio de sus virtudes y por su actuación renovadora, muy alta significación histórica, como la tuvieron Sisebuto de Cardeña, García de Arlanza o Iñigo de Oña. ¡Nombres todos con eco de epopeya, de arte y de bondad!...
En las estribaciones riojanas de la Demanda, no lejos de San Millán de la Cogolla, floreció aquel tierno pimpollo que, trasplantado al jardín benedictino, se abriría en la lozana florescencia del Santo Abad de Silos. Tenía un nombre profético: Domingo Manso. Su cantor, Gonzalo de Berceo, nos lo advierte en la virginal pureza de sus dulces y graves alejandrinos:
«Manso e auenido, sabroso compannero, — homildoso en fechos, en dichos verdadero... Avie Dios con él sobra de bienquerencia, —porque fo siempre casto e de buena paciencia».
Si sus antepasados dominaron en Vizcaya y Navarra —era «del linaje de Mans un ome sennalado» —, Domingo nace con ansias de un gobierno espiritual, manso y pacífico. De niño ama la soledad, empuña el cayado, apacienta ovejas: símbolo de una vida. En sus labios dice bien la exclamación: O beata solitudo... O sola beatitudo! El Espíritu Santo, que sopla donde quiere y como quiero, lo hace adelantado de las ciencias humanas y divinas, para inclinarlo después al sacerdocio. Pero a una legua de allí está el espejuelo que le fascina: la rica y prestigiosa Abadía Emilianense. Un año de vida retirada y austera en los montes circundantes, lo dispone para recibir el hábito de San Benito. «Los porteros le abrieron gozosos la puerta; los monjes le amaron, porque era bueno; el abad le hizo prior de la casa». Pero antes lo envía a restaurar el ruinoso Priorato de Santa María de Cañas. En San Millán, además de superior y prefecto, es maestro de la escuela monástica, origen de nuestra Universidad. Trabajo y oración litúrgica. Plácido cursus monacal, que un día viene a turbar el bravo y violento rey navarro don García IV, con sus injustas pretensiones. Exhausto el erario regio, pretende llenarlo con los tesoros de los monasterios, sin que nadie ose oponerse al sacrílego despojo. Sólo el amanso e homildoso» prior de San Millán, que llora ante las miserias ajenas, se atreve a hablar, respetuoso y firme, el lenguaje severo de la justicia:
— Rey, Dios te defienda, que non fagas tal fecho; por aver que non dura la tu alma non vendas.
Y a las amenazas y bufonadas del airado Monarca, responde enérgico:
— Puedes matar el cuerpo, la carne mal traer, más en el alma, rey, non has ningún poder.
Domingo sale desterrado de Castilla. Dios guía sus pasos. Fernando I el Grande lo recibe con veneración, lo retiene algún tiempo en la Corte, y —en 1041— lo nombra abad de San Sebastián de Silos, monasterio ilustre, muy necesitado, al parecer, de una inyección de vida espiritual y material. Y aquí vienen como anillo al dedo los versos del poeta castellano :
«¡Beneita la claustra que guía tal Cabdiello! — ¡Beneita la grey que ha tal Pastorciello! — ¡Do ha tal Castellano, feliz es el el castiello! — ¡Con tan buen Portillero seguro está el portiello!». Llegó a Silos envuelto en mística aureola. Y no la perdió nunca. Fue como una luz puesta sobre reyes y pueblos. El fuego sagrado de fervor y cultura que supo prender en su Abadía sé extendió a todo el Reino. Su bondad le ganó los corazones en el amplio radio de su acción dentro y fuera del monasterio, porque «los dichos que decía melados semeiaban». La santidad y el esplendor material de Silos conocieron con Santo Domingo —«a él cataban todos como a un buen espeio»— su edad dorada. Se respiraba un ambiente ideal de renovación y optimismo. Era el tipo perfecto del monasterio benedictino: holgura prudente, sabia disciplina, amplia iglesia, escuela de arte, estupenda biblioteca y un claustro románico incomparable. i Las alas del arte y de la ciencia aligeraban el vuelo del alma!
El santo Abad —humano y contemplativo— lo mismo habla con los ángeles, que se presenta en la Corte, en Burgos, en León, en Arlanza, en Atapuerca, o predica en los pueblos la paz y el amor: aconseja a reyes y vasallos, perfuma las miserias humanas con las rosas de sus milagros, rompe a miles las cadenas de los cautivos, porque es la caridad en acción, y «nunca vino a él nin enfermo nin sano, a qui non alegrase su boca o su mano»...
Trabajando y milagreando le visita la muerte. Todos lloran. Pero el «Confesor donoso» dice con gracejo: «Amigos, non ploredes; semeiades mugieres, en eso que facedes». Y mansamente entrega el espíritu, que es visto subir al cielo triplemente coronado. La «lenterna oscura» del sepulcro no pudo impedir que aquella «lucerna de grand lumen» siguiese despidiendo rayos de prodigios en favor de sus devotos y de su Patria. Por eso fue llamado Taumaturgo español y Luz de España.