miércoles, 18 de diciembre de 2024

19 DE DICIEMBRE. SAN URBANO, PAPA (1310-1370). EL SANTO DE CADA DÍA

 


19 DE DICIEMBRE

SAN URBANO

PAPA (1310-1370)

FIGURA señera del Pontificado, la de San Urbano V. Se ha dicho que la divina Providencia encuentra siempre el Papa que requieren los tiempos y las necesidades de la Iglesia. Ahí está, patente, el ejemplo del ya inmortal Pío. XII. El siglo XIV fue una época crítica, trágica, para Europa. Amenaza de la Media Luna, Guerra de los Cien Años, conatos de cisma, tibieza religiosa, relajación de costumbres, subversión de valores, feudalismo, anarquía, motines populares, cautiverio de los papas en Aviñón... Ante este espectáculo aterrador, la Iglesia necesitaba un hombre excepcional resuelto a cumplir heroicamente con su deber, un santo que iluminase con su ejemplo el tenebroso horizonte, un defensor acérrimo de los derechos y libertades eclesiásticos, un reformador incorruptible del clero y de la sociedad, un sabio y prudente legislador, un hábil diplomático, un intrépido apóstol del Evangelio. El enviado de Dios se llamó Urbano V. Sólo dos acontecimientos de su pontificado —el retorno de los papas a Roma y el restablecimiento del Sacro Imperio— bastarían para hacer de él uno de los más memorables de la historia.

Era hijo del conde Guillermo de Grimoardo, había nacido en el castillo provenzal de Grisac, el año 1310, y se llamaba también Guillermo. De chico es precozmente serio. Su madre, Anfelia de Montferrand, suele decirle con amable reproche: «Hijo mío, no te entiendo; en fin, me basta que te entienda Dios». Y el Señor sí que le entendía y le atraía y se iba posesionando fuertemente de su corazón puro y ancho.

Las Universidades de Montpellier y Toulouse conocen pronto sus triunfos académicos y también los de su pureza, puesta a dura prueba. La fortuna le sonríe. La fama le acaricia. Le tientan las perspectivas más lisonjeras que el mundo puede brindar a un joven de veinte años. Guillermo se acoge a la piedad, que, como dijo Bacon, es el aroma que preserva de la corrupción a la sabiduría y al amor.

Los que hicieron cábalas sobre su porvenir se equivocaron de todo en todo. A su regreso al hogar, abraza inesperadamente y con toda la generosidad de su juventud la disciplina monacal en la abadía de Chirac: En la paz del claustro, por los carriles de la más estricta obediencia, inicia el futuro papa su ascensión a los altares. Profesa. Estimulado por sus superiores prosigue los interrumpidos estudios en diversas Universidades, en las que, tras graduarse en 1342, regenta varias cátedras, tamizando la aspereza de la ciencia con el cedazo de la virtud. Como la violeta que deja doquiera pasa la estela de su aroma, Guillermo trasluce a Dios hasta en los más ínfimos detalles de su actuación. En el aula, en la Vicaría de Clermont, en la abadía de San Germán de Auxerre, en su misión de Legado pontificio de Clemente VI —1352—, le acompaña siempre la bendición divina y el éxito humano. Encargado de allanar dificultades para poner fin al destierro de Aviñón, tropieza a su paso con el que habrá de ser su brazo derecho: el ilustre cardenal español Gil de Albornoz. En 1361 es abad de San Víctor de Marsella. Una nueva legación le lleva a Nápoles. Pero en el camino le sor prende la muerte de Inocencio VI. El Conclave lo elige papa por unanimidad, y es llamado a Aviñón sin saber para qué. Lo supo al llegar a Marsella. Contrariamente a lo que se temía de su humildad, aceptó sin vacilar —«por servir a la Iglesia»— y tomó el nombre de Urbano — «porque todos los Urbanos han sido santos».

Bajo el lema: «La paz en la justica», se abre este pontificado lleno de dificultades y de éxitos. Su sencillez es admirable; su actividad, sobrehumana. es un papa que vive como un monje y trabaja como un emperador; es un santo que planta una viña para dar vino a los pobres y un juez severo con los malhechores. Atiende a todo con la solicitud del apóstol y la visión del genio. Favorece la unidad de la Iglesia, ayudando a Juan Paleólogo, que se reconcilia con Roma en 1369; predica una Cruzada que no puede realizarse; envía misioneros a Oriente; interviene como árbitro en la enredada política europea; guardián supremo de la moral y de la justicia, renueva valientemente el anatema contra Pedro el Cruel; reforma la Corte papal; restaura Montecasino; cuando Albornoz conquista los Estados Pontificios, vuelve a Roma, venciendo la dura oposición de los Cardenales franceses; repara las grandes Basílicas romanas y da trabajo a más de mil obreros en los jardines del Vaticano; funda colegios y universidades... Pero la acción no le desborda. En ningún momento deja de ser la antorcha que ilumina a las almas con las maravillas de su vida íntima. Cuando un príncipe se postra ante él, exclama: «No a mí, Señor, no a mí, sino a Vos sólo se debe toda gloria». El cardenal Perigord pudo decir: «Al fin tenemos un Papa; a sus predecesores les dábamos el honor debido; a este le tememos y reverenciamos, porque es poderoso en obras y palabras».

En 1370, Urbano V volvió a Francia con la esperanza de evitar la guerra, que había de durar cien años. Dios le salió al encuentro al llegar a Aviñón. Quiso morir en una casa particular, revestido del hábito benedictino, que nunca abandonó, «para que vea el mundo cómo mueren los papas».

Su memoria está llena de prodigios.