HUIR DEL ORGULLO Y AMAR LA VERDAD
Dom Gueranger
Sábado de la IV semana de Cuaresma
HUIR DEL ORGULLO.— ¡Qué contraste se nota entre el lenguaje de Dios que invita a los hombres a recibir a su Hijo como a un libertador y la dureza de corazón de los judíos en el recibimiento que hicieron a este enviado del cielo! Jesús se llama Hijo de Dios y para probar su origen divino, durante tres años está obrando constantemente los prodigios más portentosos. Muchos judíos creyeron en El, porque pensaron que Dios no podría confirmar el error con milagros y aceptaron la doctrina de Jesús como venida del cielo. Los fariseos odian la cruz y aman las tinieblas; su orgullo no se humilla ante la evidencia de los hechos. Unas veces niegan que los prodigios de Jesús sean verdaderos; y otras quieren explicarlos por medio de una intervención diabólica; mas otras intentarán con sus preguntas capciosas tomar un pretexto para hacer comparecer ante el juez al Justo, como un blasfemo o como un violador de la ley. Hoy se atreve desvergonzadamente a objetar a Jesús, el cual, declarándose el enviado de Dios, ha dado testimonio de sí mismo. El Salvador que conoce la maldad de su corazón, se digna aún responder a su impío sarcasmo; mas evita darles una explicación completa. Poco a poco la luz se va alejando de Jerusalén para iluminar otras regiones. Terrible abandono del alma; ha abusado de la verdad y la ha rechazado llevado de su instinto de odio. Es el pecado contra el Espíritu Santo que no se perdona ni en este mundo ni en el otro.
AMAR LA VERDAD. — Dichoso aquel que ama la verdad aunque contrarié sus inclinaciones y perturbe sus ideas. Porque, de este modo, honra la sabiduría de Dios; y aunque la verdad no le guie completamente en todo, al menos no le ha abandonado. Pero aún es mucho más dichoso aquel que entregándose por completo a la verdad sigue a Jesús como su humilde discípulo. Este nos dice el Salvador “No caminará entre tinieblas, sino que posee la luz de la vida.” Apresurémonos, pues, a entrar en esta senda abierta por aquel que es nuestra luz y nuestra vida. Siguiendo sus huellas hemos subido la áspera montaña de la Cuaresma, y hemos sido testigos de los rigores de su ayuno; en adelante, en estos días consagrados a la Pasión, nos conviene seguirle en otra montaña, en el Calvario, donde vamos a contemplar sus dolores y su muerte. Seamos fieles a la cita y obtendremos “la luz de la vida”.