27 de marzo
San Juan Damasceno, confesor y doctor de la Iglesia
Juan, llamado Damasceno por su lugar de origen, nacido de noble linaje, fue instruido en las letras humanas y divinas por el monje Cosme de Constantinopla. En aquel tiempo, León el Isáurico declaró una guerra impía al culto de las sagradas imágenes; Juan, invitado por el Papa Gregorio III, de palabra y por escrito defendió la santidad de aquel culto. Esta conducta excitó el furor de León el Isáurico, que, usando de documentos falsos, le acusó de traidor ante el califa de Damasco, del cual Juan era consejero y administrador. Aunque el Santo se esforzó en defenderse contra tal calumnia, el califa ordenó que le cortasen la mano derecha. Mas la Santísima Virgen vino en auxilio de su fiel servidor que le había invocado fervorosamente, y defendió su inocencia. Por un beneficio de su bondad le fue devuelta la mano cortada, y no quedó señal alguna de la separación. Conmovido por este gran milagro, resolvió practicar lo que antes ya se había propuesto. Así, habiéndole el califa dado permiso, con disgusto, para partir, dio cuanto tenía a los necesitados, y libertad a sus esclavos. Tras recorrer los santos lugares de Palestina, junto con Cosme, su maestro, partió para la laura de San Sabas, cerca de Jerusalén, y allá recibió la ordenación de presbítero.
En la vida religiosa, dio altos ejemplos de todas las virtudes, en especial de sumisión y de obediencia. Pedía, como si fuera derecho propio, los más humildes oficios del monasterio, y se entregaba a ellos con ardor. Habiéndosele mandado vender en Damasco, donde se había visto lleno de honores, pequeñas cestas que él había hecho, recibía con avidez las burlas y desprecios. De tal manera practicó la obediencia, que no sólo se hallaba dispuesto a ejecutar a cualquier indicación del superior, lo que le mandaban, sino que jamás pedía razón, por arduo que fuera. En medio de la práctica de estas virtudes, jamás dejó de defender con gran celo el dogma católico del culto debido a las sagradas imágenes. Por lo cual, así como antes provocó contra sí los odios de León el Isáurico, así después se atrajo los de Constantino Coprónimo, y tanto más cuanto reprendía con libertad la arrogancia de los emperadores por atreverse a tratar de los asuntos de la fe, y dictar sentencia sobre ellos a su arbitrio.
Es admirable el gran número de escritos en prosa y en verso que Juan compuso con singular perfección y elegancia, ya para defender la fe, ya para fomentar la piedad. Esto le mereció ser objeto de muy grandes alabanzas en el IIº concilio de Nicea, y que se le diera el sobrenombre de Chrysorróhas, por el áureo río de su elocuencia. Defendió la fe católica no solamente contra los iconoclastas, sino que impugnó valerosamente casi todas las herejías, principalmente las de los acéfalos, monotelitas y teopasquitas. Vindicó los derechos y la potestad de la Iglesia. Afirmó explícitamente la primacía del Príncipe de los apóstoles: repetidas veces le llama sostén de las Iglesias, piedra inquebrantable, maestro y árbitro del orbe entero. Todos sus escritos no sólo sobresalen por su erudición y doctrina, sino que respiran un profundo sabor de piedad, principalmente cuando trata de las alabanzas a la Madre de Dios, a la cual profesaba singular culto y amor. Lo que es de alabar de Juan, además, fue haber sido el primero que ordenó las diversas partes de la teología, allanando así el camino a Santo Tomás para tratar la doctrina sagrada con método tan perfecto. Finalmente, este varón santísimo, lleno de méritos y siendo de edad muy avanzada, descansó en la paz de Cristo hacia el año 754. El papa León XIII extendió su Oficio y Misa a la Iglesia universal, añadiéndole el título de Doctor.
Oremos.
Omnipotente y sempiterno Dios que infundiste al bienaventurado Juan una celestial sabiduría y una admirable fortaleza de espíritu para defender el culto de las sagradas imágenes: concédenos por su intercesión y ejemplo, que imitemos las virtudes de aquellos cuyas imágenes veneramos, y experimentemos su patrocinio. Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén.