16 de mayo.
San Ubaldo, obispo y confesor
Ubaldo nació en Gubio, Umbría, de padres nobles, y desde su infancia fue educado en la piedad y las letras. En su juventud se le propuso que contrajera matrimonio, pero jamás desistió de su propósito de guardar la virginidad. Ordenado sacerdote, distribuyó su patrimonio entre los pobres y las iglesias. Ingresado en los Canónigos regulares de San Agustín, estableció el instituto en su patria, y vivió en él muy santamente algún tiempo. Mas, como la fama de su santidad se divulgase, el Papa Honorio II le constituyó obispo de la Iglesia de Gubio, a pesar de que el santo no quería.
Al tomar posesión de su Iglesia, en nada cambió su manera de vida, mas empezó a sobresalir en todas las virtudes consagrándose a procurar la salvación de los demás con la palabra y el ejemplo, y trabajando con todo su corazón en convertirse en modelo de su rebaño. Sobrio en la comida, humilde en el vestir, usando para su descanso un pobre y duro lecho, llevaba en su cuerpo la mortificación de la cruz, mientras nutría sin cesar su espíritu con la oración. De esta manera consiguió la mansedumbre, por la cual soportó con igualdad de ánimo las más graves injurias y desprecios, y, movido por su caridad, trataba a sus perseguidores con manifestaciones de la más afectuosa benignidad.
Dos años antes de dejar esta vida, se vio afligido por continuas enfermedades, y así, purificado como el oro en el crisol por los más crueles sufrimientos, no cesaba de dar continuamente gracias a Dios. En la fiesta de Pentecostés, después de haber gobernado su Iglesia por muchos años con general aplauso, ilustre por sus santas obras y milagros, descansó en paz. El papa Celestino III le incluyó en el numero de los Santos. Su virtud y poder resplandecen especialmente en la liberación de los espíritus inmundos. Su cuerpo incorrupto es venerado con gran devoción por los fieles de su patria, a la que más de una vez ha librado de peligros inminentes.
Oremos.
Te suplicamos, Señor, que aplacada tu indignación, nos concedas tu auxilio; y que por la intercesión del bienaventurado Ubaldo, tu Confesor y Pontífice, extiendas sobre nosotros la diestra de tu propiciación contra todas las asechanzas del demonio. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.