18 de mayo
San Venancio, mártir
Venancio, natural de Camerino, tenía 15 años cuando fue denunciado como cristiano ante Antíoco, a quien el emperador Decio había nombrado gobernador de aquella ciudad. Presentose él mismo a las puertas de la ciudad a este magistrado, el cual, tras haberle tentado mucho tiempo mediante promesas y amenazas, ordenó que le azotasen y cargasen de cadenas. Mas fue librado de ellas por un Ángel; entonces le aplicaron antorchas ardientes y le suspendieron sobre una hoguera humeante con la cabeza hacia abajo. Admirado el escribano Anastasio de su constancia ante los tormentos, y viéndole que, librado otra vez por un Ángel, andaba vestido de blanco sobre el humo, creyó en Jesucristo, haciéndose bautizar él con toda su familia por el bienaventurado sacerdote Porfirio, mereciendo poco después con él la palma del martirio.
Llevado de nuevo ante el gobernador, le instigaron inútilmente a que apostatase; por último le encarcelaron. El gobernador le envió un heraldo: Atalo, diciendole que él también había sido cristiano, y que había renunciado a serlo por conocer la falsedad de una fe por la que se privan de los bienes presentes ante la vana esperanza de los futuros. Pero el atleta de Cristo, conociendo las astucias de nuestro pérfido enemigo, rechazó al ministro del diablo. Luego le llevaron ante el presidente, le rompieron todos los dientes y le quebraron las quijadas; así mutilado, le arrojaron a un muladar. Mas librado también por el Ángel, se presentó de nuevo delante del juez. Viendo éste que Venancio aún hablaba, cayó de su sitial, y exclamando: “Verdadero es el Dios de Venancio; destruid a nuestros dioses”, expiró.
El gobernador mandó arrojarlo a los leones. Mas éstos, olvidando su ferocidad, se echaron a sus pies. Entre tanto Venancio instruía al pueblo en la fe, que se apartaba del lugar; luego le encarcelaron. Porfirio refirió al día siguiente al gobernador que durante la noche había visto que pueblos bautizados por Venancio resplandecían con luz, y al gobernador cercado de tinieblas; ardiendo éste en ira, dispuso que Porfirio fuese decapitado, y que a Venancio le arrastrasen durante todo el día por lugares llenos de espinas y de cardos. Dejándole moribundo, por la mañana se presentó de nuevo al gobernador, quien dio la orden de que le precipitasen desde lo alto de una roca. Mas también fue librado divinamente. De nuevo le arrastraron por lugares ásperos hasta una milla de la ciudad. Durante este tormento, sufriendo los soldados sed ardiente, Venancio se arrodilló sobre una piedra que se hallaba allí cerca, en una depresión del suelo, y con la señal de la cruz hizo manar agua de la roca, que aún conserva la señal de sus rodillas. Viendo este milagro, muchos soldados creyeron en Jesucristo. El gobernador los mandó decapitar junto con Venancio; y al instante se levantó una tempestad y un terremoto tan fuerte que el gobernador huyó. Días después, no pudiendo escapar a la divina justicia, pereció de una muerte vergonzosa. Los cristianos sepultaron en lugar honorífico los cuerpos de Venancio y de sus compañeros mártires, que se conservan hoy en Cámerino, en la Iglesia dedicada a San Venancio.
Oremos.
Oh Dios, que consagraste este día con el triunfo de tu Mártir el bienaventurado Venancio; atiende a las preces de tu pueblo, y concédenos que cuantos veneramos sus méritos, imitemos la constancia de su fe. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. R. Amén.