LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Lecciones del II nocturno de maitines
Sermón de San León, Papa.
Sermón 1 de la Ascensión del Señor.
Hoy, amados míos, se cumplen cuarenta días sagrados, desde la dichosa y gloriosa resurrección de nuestro Señor Jesucristo, con la cual, en el espacio de tres días el poder divino restableció el verdadero templo de Dios que la impiedad de los Judíos había destruido. Este número de días lo señaló la santísima disposición de la Providencia para nuestra utilidad y enseñanza, para que, prolongándose durante este espacio de tiempo la presencia temporal del Señor, la fe de la resurrección fuese confirmada con las pruebas necesarias. Ya que la muerte de Cristo había causado gran turbación en los corazones de los discípulos, y como se hallaren entristecidos, ya por el suplicio de la cruz, ya por la muerte y sepultura, cierta especie de desconfianza se había apoderado de ellos.
Por lo cual los dichosos apóstoles y todos los discípulos que se habían alarmado por la muerte de cruz, y habían vacilado en la fe de la resurrección, de tal suerte fueron confortados ante la evidencia de la verdad, que al subir el Señor a lo más sublime de los cielos, no sólo no experimentaron tristeza alguna, sino que se llenaron de una gran alegría. Había motivo de extraordinaria e inefable exultación, al ver cómo en presencia de aquella santa multitud, una naturaleza humana subía sobre la dignidad de todas las celestiales criaturas, elevándose sobre los órdenes de lo Ángeles, y a más altura que los Arcángeles, sin ningún límite su exaltación, ya que recibida por su eterno Padre, era asociada en el trono a la gloria de aquel cuya naturaleza estaba unida con el Hijo.
Ya que la ascensión de Cristo constituye nuestra elevación, y el cuerpo tiene la esperanza de estar algún día en donde le ha precedido su gloriosa cabeza; por esto, con dignos sentimientos de júbilo, carísimos, alegrémonos y gocémonos con piadosas acciones de gracias. Hoy no sólo hemos sido constituidos poseedores del paraíso, sino que con Cristo hemos ascendido a lo más elevado de los cielos, consiguiendo una gracia más inefable por Cristo, que la que habíamos perdido por la envidia del diablo. Pues a los que el malvado enemigo arrojó del paraíso, el Hijo de Dios, juntándolos consigo los colocó a la diestra de Dios Padre, con el cual vive y reina en unión con el Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.