SACRAMENTALIDAD DE LA
PALABRA
Reflexión diaria acerca de
la Palabra de Dios.
En el signo eucarístico es donde la unidad inseparable
entre la realidad y su significado permite captar la profundidad del misterio: «Y
la Palabra se hizo carne» (Jn1,14), la realidad del misterio revelado se
nos ofrece en la «carne» del Hijo. La Palabra de Dios se hace perceptible a la
fe mediante el «signo», como palabra y gesto humano. La fe, pues, reconoce el
Verbo de Dios acogiendo los gestos y las palabras con las que Él mismo se nos
presenta.
De este modo, la sacramentalidad de la Palabra se
puede entender en analogía con la presencia real de Cristo bajo las especies del pan y del vino consagrados. Al acercarnos al altar y participar en el
banquete eucarístico, realmente comulgamos el cuerpo y la sangre de Cristo. La
proclamación de la Palabra de Dios en la celebración comporta reconocer que es
Cristo mismo quien está presente y se dirige a nosotros para ser recibido.
Sobre la actitud que se ha de tener con respecto a la Eucaristía y la Palabra
de Dios, dice san Jerónimo: «Nosotros leemos las Sagradas Escrituras. Yo pienso
que el Evangelio es el Cuerpo de Cristo; yo pienso que las Sagradas Escrituras
son su enseñanza. Y cuando él dice: “Quién no come mi carne y bebe mi sangre”
(Jn6,53), aunque estas palabras puedan entenderse como referidas también
al Misterio [eucarístico], sin embargo, el cuerpo de Cristo y su sangre es
realmente la palabra de la Escritura, es la enseñanza de Dios. Cuando acudimos
al Misterio [eucarístico], si cae una partícula, nos sentimos perdidos. Y
cuando estamos escuchando la Palabra de Dios, y se nos vierte en el oído la
Palabra de Dios y la carne y la sangre de Cristo, mientras que nosotros estamos
pensando en otra cosa, ¿cuántos graves peligros corremos?».
Cfr.
Verbum Domini 56