II DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Iglesia del Salvador de Toledo, 15 de enero de 2017
El
Misterio de la Navidad y Epifanía del Señor es la celebración de la venida a
nosotros del mismo Hijo de Dios y su manifestación al mundo –recordemos las
palabras del Apóstol que se repiten tantas veces en la liturgia navideña “Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la
salvación para todos los hombres”. En este domingo, como prolongación de
este misterio, nos ofrece la Iglesia el evangelio de las bodas de Caná, donde
Nuestro Señor Jesucristo inaugura su ministerio público. “Este fue el primero
de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea”- atestigua el evangelista.
Llama
la atención que han pasado casi 30 años desde aquellos acontecimientos
maravillosos de su nacimiento e infancia. Han desaparecido los ángeles, los
cánticos celestiales, los prodigios cósmicos, la visita de personajes del
Oriente… 30 años de vida oculta y silenciosa, 30 años de vida sencilla y
laboriosa, 30 años pasando como uno de tantos, sin hacer alarde de su
“condición divina”, 30 años en los que Jesucristo el Señor vive en obediencia a
sus padres, María y José.
¡Qué
distinto es el obrar de Dios comparado con nuestros modos de hacer las cosas!
Vino a manifestarse para que todos los
hombres le conociesen y llegasen al conocimiento de la verdad, y la mayor parte
del tiempo en el que habitó entre nosotros vivió en ocultamiento.
Ya
el Señor nos los había declarado por
medio del profeta Isaías: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni
vuestros caminos mis caminos. Porque como los cielos son más altos que la
tierra, así mis caminos son más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos
más que vuestros pensamientos.” (Isaías 58, 8-9)
Contemplemos,
adoremos, profundicemos en este modo de obrar divino y, como el apóstol,
exclamemos: ¡Oh profundidad de las riquezas, de la sabiduría y del conocimiento
de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos!”
(Romanos 11, 33).
El
silencio y ocultamiento de Jesús durante la mayor parte de su vida, nos enseña
a nosotros el valor de la vida ordinaria
con sus quehaceres cotidianos en familia cumpliendo la voluntad de Dios
cada cual según las obligaciones y circunstancias en las que se encuentra.
Fuera de toda búsqueda de éxitos, de triunfalismos, de experiencias trepidantes
y novedosas, de búsqueda de los exótico y único, de vivir en el “candelero” del
mundo… Jesús nos enseña el valor de una vida sencilla, de una vida humilde y
recogida... No oigamos las voces de
nuestro hombre viejo que por su soberbia quiere ser el centro del mundo, que
busca el aplauso y el protagonismo, por el contrario: “Pongamos la mira en las cosas de arriba, no en las de
la tierra –nos dice el Apóstol-. Porque hemos muerto, y nuestra vida está
escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, nuestra vida, sea manifestado,
entonces vosotros también seréis manifestados con El en gloria.” (Colosenses 3,
2)
Queridos
hermanos:
Nuestro
Señor Jesucristo quiso con el milagro de las bodas de Caná, manifestar su
gloria, darse a conocer y revelar quién era su persona, a pesar de que todavía
no había llegado su hora.
Los
milagros –llamados “signos” en el Evangelio de san Juan- no son actuaciones de
un Dios que actúa a su antojo y capricho, sino que tiene una finalidad más
alta. Nos enseña el Catecismo: Jesús acompaña sus palabras con numerosos
"milagros, prodigios y signos" que manifiestan que el Reino está
presente en Él. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado. Recordemos la respuesta de Jesús a la
pregunta del Bautista: “¿Eres tú el Mesías o tenemos que esperar a otro?: “Id y decidle a Juan Id y contad a Juan lo
que habéis visto y oído: los ciegos reciben la vista, los cojos andan, los
leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres
se les anuncia el Evangelio.” Lucas 7, 22
Los
signos y milagros que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha
enviado: “las obras que el Padre me ha dado para llevar a cabo, las mismas
obras que yo hago, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado.” (Jn 5, 36).
Los
milagros realizados por Jesús son una invitación, una llamada, un exigir a la
conciencia que está obligada a buscar la verdad a creer en él como el Hijo de
Dios y Palabra definitiva del Padre: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis;
pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed las obras; para que sepáis y
entendáis que el Padre está en mí y yo en el Padre. (Jn 10, 37- 38). Y a pesar
de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por muchos y acusado de embaucar
a la gente y obrar en nombre de Satanás.
Cada
milagro –signo- que Jesús realiza es también un momento de revelación del
misterio de su persona, de su identidad, de lo que quiere realizar en nosotros,
de su misión.
1.-El
milagro de Caná nos muestra el rostro de nuestro Dios: un Dios providente que
nos da todo aquello que necesitamos, que ha creado un mundo lleno de bienes
para satisfacer todas nuestras necesidades y a todos; un Dios atento y conocedor
de aquello que nos falta y ansía nuestro corazón; un Dios amoroso que quiere
darnos todo los bienes que necesitamos y un Dios que está deseoso de que acudamos
a él para pedirle: “Pedid y se os dará, llamad y se os abrirá; buscad y
encontraréis.” En un mundo que se cree “sobrado” y autosuficiente, hemos de
tomar conciencia de que no lo podemos todo y de que necesitamos a Dios en
nuestra vida.
2.-
El milagro de Caná nos habla de la grandeza y dignidad de la unión entre el
hombre y la mujer, querida por Dios desde la creación: “hombre y mujer los creó.”
Jesucristo, Nuestro Señor, asiste a aquella boda, no por casualidad ni sin
sentido, sino que con su presencia quiere santificar, bendecir y elevar a
sacramento esta institución para que los esposos se conviertan en signo en
medio del mundo del amor de Dios por la humanidad, del amor de Cristo por su
Iglesia. En un mundo actual donde se desprecia el matrimonio es necesario
recordar su papel fundamental para la persona, para la sociedad y para la
Iglesia.
3.-
El milagro de Caná es anuncio también del misterio de la Eucaristía: de la hora
de Cristo en la que él se entrega en ofrenda por la salvación del mundo para el
perdón de los pecados; y que cada día se renueva sobre nuestros altares. Fijémonos
en un rito que muchas veces nos pasa desapercibido en la celebración de la
santa misa: la mezcla de una pequeña gota de agua junto con el vino en el rito
del ofertorio. Este rito evoca este milagro de Jesús. Él toma de los nuestro,
nuestra agua: –la naturaleza y el pan y el vino- y lo convierte en vino
dándonos participación en la vida divina, en su Cuerpo y su Sangre. Es lo que expresa la oración de bendición
sobre el agua: Oh Dios que en tu inefable providencia creaste la condición
humana y más admirablemente la reformaste, haz que por la mezcla de este vino y
esta agua participemos en la condición divina de aquel que quiso tomar la
nuestra.
4.-
El milagro de las Bodas de Caná nos evoca también el matrimonio que Dios ha
querido hacer con la humanidad en alianza eterna. En el Antiguo Testamento, se
utiliza la realidad del matrimonio y del amor conyugal para expresar el amor de
Dios por nosotros. Él quiere desposarse con cada uno de nosotros y en cada
comunión sacramental Jesús se une a nosotros, se hace carne nuestra, o mejor
nosotros nos hacemos cuerpo suyo: como en el matrimonio, “ya no serán dos, sino
una sola carne.”
Como
aquellos esposos de Caná, invitemos a María y acudamos a Ella. Invitémosla a nuestra vida, para que ella
como Madre atenta y conocedora de nuestras necesidades y carencias, pida a su
Hijo que intervenga en nuestro favor y transforma el agua de nuestra vida en
buen vino.