LA MADRE DE DIOS ES MI MADRE,
CONFIANZA EN MARÍA.
San Enrique de Ossó
Meditación LIV
Composición
de lugar. Mira a Jesús que te dice: Hija mía, quiero que mi Madre
sea tu Madre,
Petición.
Mostrad, oh María, que sois mi
Madre.
Punto
primero. La madre de Dios es mi Madre, Madre de mía de mi alma,
Madre mía de mi corazón... Jesús al morir me ha dado a María por madre, y su
última voluntad otorgada en testamento tan solemne es irrevocable. Él me dijo:
“He ahí a tu Madre” y desde aquella hora la acepté por mía. ¡Bendito Jesús,
Bendita Madre, feliz hija!!! ¡La Madre de Dios es mi Madre, Madre mía de mi
alma, Madre mía de mi corazón!!! ¿Qué entendimiento humano ni angélico podrá
comprender tanta dicha?... ¿Qué corazón podrá saborear la dulzura que encierran
estas palabras misteriosas, palabras del alma, palabras del corazón?... ¡La
Madre de Dios es mi Madre! Luego soy hija de María, hermana de Jesucristo, hija
de Dios... ¿Puedo apetecer mayor dicha, mayor honra, más encumbrada
dignidad?... Feliz mil veces si sé aprovecharme de ella, y llevar con honra,
por mi conducta cristiana, títulos tan divinos... ¡Oh María! Mostrad que sois
mi Madre en mis tentaciones y peligros, que yo quiero mostrarme hija vuestra
por mi modestia, pureza, caridad y humildad.
Punto
segundo. La Madre de Dios es mi Madre...
¡Qué motivos de confianza!!! Como niña tierna, cuando algo me falte para mi
felicidad temporal o eterna, iré a mi Madre, la Virgen María, y le diré:
Mostrad que sois mi Madre; me falta pan, trabajo, virtudes... dádmelo... No
tengo vino de caridad, y Vos, como en las bodas de Cana, me habéis de socorrer;
que ya estáis acostumbrada a socorrer necesidades, porque también fuisteis
pobre y necesitada como yo... ¡Qué gozo y fortaleza dará a mi lama en la
tentación al recordar que la Madre de Jesús es mi Madre!... ¡Qué consuelo y
dulcedumbre derramará en mi corazón al verme afligida el exclamar: La Madre de
Dios es mi Madre!... ¡Qué confianza renacerá en mi pecho en las dudas al
invocar a la Madre de Dios por mi Madre!!! 157
Punto tercero. Verdaderamente soy feliz, porque tengo una Madre la
más buena, la más santa, la más amante y amada de Dios... que puede socorrerme
en todas mis necesidades, porque es todopoderosa; que sabe y quiere socorrerme,
porque es buena, porque es madre de Dios y es mi Madre... ¡Feliz de mí! En mis
alegrías y pesares, en mis dudas y resoluciones, en la abundancia y en la
necesidad, en las caídas y en las tentaciones, en la vida y en la muerte podré
siempre exclamar con la confianza de ser oída: Madre, Madre, Madre mía de mi
alma, Madre mía de mi corazón, soy vuestra hija, socorredme... ¡Oh María, Madre
de Dios y Madre mía!!! Vos sois la vida y la esperanza mía... Con esta
confianza, ¡oh María, Madre de Dios y Madre mía! viviré en paz y moriré gozosa,
hasta daros un eterno y cariñoso abrazo en el cielo, al ver que por vuestra
intercesión soy salvada, repitiendo con todos los Bienaventurados:
Verdaderamente la Madre de Dios ha sido, es y será siempre mi Madre, Madre mía
de mi alma, Madre mía de mi corazón... Fiat, fiat, fiat.
Padre nuestro y la Oración final.
Fruto. En las tentaciones y al dar la hora rezaré una Ave
María y la jaculatoria Bendita sea tu pureza, diciendo: Oh María, Madre mía,
guardadme como a la niña de vuestros ojos, y bajo la sombra de vuestras alas
protegedme.