miércoles, 14 de diciembre de 2016

UNIDAD INTRÍNSECA DE LA BIBLIA




La sana doctrina cristiana ha rechazado siempre las posturas que contraponen el Antiguo con el Nuevo Testamento.
Decía Hugo de San Víctor: «Toda la divina Escritura es un solo libro y este libro es Cristo, porque toda la Escritura habla de Cristo y se cumple en Cristo». Ciertamente, la Biblia, vista bajo el aspecto puramente histórico o literario, no es simplemente un libro, sino una colección de textos literarios.
Pero quien da unidad a todas las «Escrituras» en relación a la única «Palabra» es la persona de Cristo.
El mismo Nuevo Testamento reconoce el Antiguo Testamento como Palabra de Dios y acepta, por tanto, la autoridad de las Sagradas Escrituras del pueblo judío. Las reconoce implícitamente al aceptar el mismo lenguaje y haciendo referencia con frecuencia a pasajes de estas Escrituras. Las reconoce explícitamente, pues cita muchas partes y se sirve de ellas en sus argumentaciones. Así, la argumentación basada en textos del Antiguo Testamento constituye para el Nuevo Testamento un valor decisivo, superior al de los simples razonamientos humanos.
El concepto de cumplimiento de las Escrituras es complejo, porque comporta una triple dimensión: continuidad, ruptura y cumplimiento y superación. El misterio pascual de Cristo es plenamente conforme –de un modo que no era previsible– con las profecías y el carácter prefigurativo de las Escrituras; no obstante, presenta evidentes aspectos de discontinuidad respecto a las instituciones del Antiguo Testamento.
Desde los tiempos apostólicos y, después, en la Tradición viva, la Iglesia ha mostrado la unidad del plan divino en los dos Testamentos gracias a la tipología, que no tiene un carácter arbitrario sino que pertenece intrínsecamente a los acontecimientos narrados por el texto sagrado y por tanto afecta a toda la Escritura. La tipología «reconoce en las obras de Dios en la Antigua Alianza, prefiguraciones de lo que Dios realizó en la plenitud de los tiempos en la persona de su Hijo encarnado».
Así se expresaba san Agustín sobre este tema: El Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo y el Antiguo es manifiesto en el Nuevo.
Cfr. Verbum Domini 39-41