jueves, 8 de diciembre de 2016

CELEBRAR CON RECOGIMIENTO LA FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN ES CELEBRAR LA BIENAVENTURANZA DE LA SANTIDAD. Beato John Henry Newman.



Comentario al Evangelio

8 de diciembre
LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Mientras Nuestro Señor estaba predicando, una mujer de entre la multitud gritó: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que mamaste» (Lc 11,27). Nuestro Señor asintió, pero en lugar de contentarse con las buenas palabras de la mujer, continuó diciendo algo más: «Sí, dijo, pero dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan». Habla de una dicha mayor. Bien; estas palabras requieren alguna aclaración, aunque no fuera sino porque hay muchas personas hoy día que piensan que están dichas en desprecio de la gloria y la bienaventuranza de la Santísima Virgen María, como si Nuestro Señor hubiera dicho: «Mi madre es dichosa, pero mis verdaderos siervos son más dichosos que Ella». Así, pues, diré algo sobre este pasaje, y con una peculiar oportunidad, porque justamente ahora estamos celebrando la fiesta del «Lady Day», la gran fiesta en la que conmemoramos la Anunciación, esto es, la visita del Ángel Gabriel y la milagrosa concepción del Hijo de Dios, Nuestro Señor y Salvador, en su seno.
Unas pocas palabras bastarán para demostrar que las de Nuestro Señor no son despreciativas para la gloria y dignidad de su Madre, la primera de las criaturas y la Reina de los Santos. Porque, mirad, Él dice que es más santo guardar sus mandamientos que ser su Madre. Y ¿creéis que la Santísima Madre de Dios no guardó los mandamientos de Dios? Nadie, desde luego – ni siquiera los protestantes – negará que los cumplió. Pues bien, siendo así, lo que dice Nuestro Señor es que la Santísima Virgen era más santa porque guardaba los mandamientos que porque fuera su Madre. ¿Qué católicos niega esto? Al contrario, todos nosotros los confesamos. Todos los católicos lo confiesan. Los Santos Padres de la Iglesia nos dicen una y otra vez que Nuestra Señora era más bendita por cuanto hacía la voluntad de Dios que por ser su Madre. Era bendita de dos maneras. Era bendita siendo su Madre; era bendita estando llena del espíritu de fe y de obediencia. Y esta última bendición era la mayor. Estoy diciendo lo que dicen tan expresivamente los Santos Padres. San Agustín dice: «Más bendita fue María recibiendo la fe de Cristo que recibiendo la carne de Cristo». Igualmente Santa Isabel, cuando la Visitación, le dice: Beata es quae credidisti («Bienaventurada eres tú que creíste»); y San Juan Crisóstomo va tan lejos como para decir que Ella no habría sido bienaventurada, aunque hubiera sido madre de Cristo, si no hubiera oído la palabra de Dios y la hubiera guardado.
Hemos empleado la expresión, «San Juan Crisóstomo va tan lejos….», no porque no sea una auténtica verdad. Yo digo que es cierto que la Santísima Virgen no hubiera sido bienaventurada, aunque hubiera sido la Madre de Dios, si no hubiera cumplido la voluntad divina; pero decirlo es una cosa absurda, porque se supone un imposible; se supone que podría haber sido tan altamente favorecida, de una parte, y de otra no penetrada y poseída por la gracia de Dios; porque cuando el Ángel la visitó la llamó, expresivamente, llena de gracia: Ave gratia plena. Las dos bendiciones no se pueden dividir. (Incluso es de señalar que Ella tuvo la oportunidad de contrastarlas y dividirlas, y que prefirió guardar los mandamientos de Dios a ser su Madre si ambas cosas no hubieran podido ser al mismo tiempo). Quien fue escogida para ser Madre de Dios, fue también escogida para ser llena de gracia. Esto que oís es una aclaración de las altas doctrinas recibidas entre los católicos acerca de la pureza e impecabilidad de la Santísima Virgen. San Agustín no quiere oír hablar de que Ella cometiera jamás un pecado, y el Sagrado Concilio de Trento declara que, por un privilegio especial, evitó todo pecado, incluso venial, a lo largo de toda su vida. Y en este momento, sabéis que es creencia admitida por todos los católicos el que no fue concebida con el pecado original y que su concepción fue inmaculada.
¿De dónde proceden estas doctrinas? Proceden del gran principio contenido en las palabras de Nuestro Señor, que yo estoy comentando. Él dice: «Es más santo hacer la voluntad de Dios que ser la Madre de Dios». No digáis que los católicos no sienten profundamente esto; lo sienten tan profundamente que siempre están extendiéndose en los conceptos de su virginidad, pureza, condición inmaculada, fe, humildad y obediencia. No digáis nunca, pues, que los católicos olvidan este pasaje de la Escritura. Si celebran con recogimiento la fiesta de la Inmaculada Concepción, de la Pureza, etc., es porque valoran tanto la bienaventuranza de la santidad. La mujer de la multitud gritó: «¡Dichoso el seno y los pechos de María!» Hablaba sinceramente; no quería excluir la dicha superior, pero sus palabras se dirigieron sólo a un aspecto. Por eso Nuestro Señor las completó. Y por eso su Iglesia después de Él, gozándose en el gran misterio sagrado de la Encarnación, ha sentido siempre que, quien de manera tan inmediata participó en él, debe haber sido santísima. Y por eso, por el honor del Hijo ha exaltado siempre la gloria de la Madre. Así como nosotros le damos a Él lo mejor de nosotros, le atribuimos lo mejor, edificamos nuestras iglesias costosas y bellas; así como cuando fue descendido de la cruz sus piadosos discípulos le envolvieron en fino lino y le enterraron en una sepultura en la que no había sido sepultado nadie; así como su morada en el cielo es pura y sin mancha, así tenía que ser – y lo fue efectivamente – santo, inmaculado y divino aquel tabernáculo del cual tomó carne, en el que descansó. Así como se había preparado un cuerpo para Él, así había sido preparado un lugar para ese cuerpo. Antes de que la Bienaventurada María pudiera ser Madre de Dios, y para que lo fuera Ella fue separada aparte, santificada, llena de gracia y puesta en la presencia del Eterno.
Y los Santos Padres han recogido siempre la exacta obediencia y la inculpabilidad de la Santísima Virgen a partir de la narración auténtica de la Anunciación, cuando se convirtió en Madre de Dios. Porque cuando se le apareció el Ángel y le declaró la voluntad de Dios, dicen los Santos Padres que Ella manifestó especialmente cuatro gracias: humildad, fe, obediencia y pureza. Además, estas gracias eran condiciones previas para ser elegida para tan alto favor. Si no hubiera tenido fe, humildad, pureza y obediencia no habría merecido ser Madre de Dios. Así, es corriente decir que concibió a Cristo en su mente antes de concebirlo en su cuerpo, con lo que se indica que la bienaventuranza de la fe y la obediencia precedió a la de ser una Virgen Madre. Aún más, se ha dicho que Dios esperó su consentimiento antes de venir y encarnar en Ella. De la misma manera que Él no realizó actos de poder en un lugar, porque no tenían fe; así este gran milagro, por el cual se hizo hijo de una criatura, se mantuvo en suspenso hasta que Ella fue probada y encontrada en disposición para él, hasta que Ella obedeció.
Pero hay algo más que añadir. Acabo de decir que ambas bendiciones no podían ser divididas, que iban juntas. «Bienaventurados el seno», etc.; «Sí, pero bienaventurados más bien…», etc. Es verdad, pero observad esto. Los Santos Padres enseñan siempre que en la Anunciación, cuando el Ángel se apareció a Nuestra Señora, Ella indicó que prefería la que Nuestro Señor dijo que era la mayor de ambas bendiciones. Porque cuando el Ángel le anunció que estaba destinada a gozar de la bendición que las mujeres judías, época tras época, habían anhelado, de ser la Madre del Cristo esperado, Ella no se precipitó, como habría hecho otra, sino que esperó. Esperó hasta que se le dijo que ello sería compatible con su estado de virginidad. No quiso aceptar el más asombroso honor; no quiso hasta que se le satisfizo este punto. «¿Cómo podrá ocurrir esto, si yo no conozco varón?» Hacen notar que Ella había hecho un voto de virginidad y consideraba este santo estado como algo más elevado que ser Madre de Cristo. Tal es la enseñanza de la Iglesia, que muestra claramente cuán estrechamente observa la doctrina de las palabras de la Escritura, que yo estoy comentando; cuán íntimamente que la Santísima Virgen las sintió; que aunque era bendito el seno que llevó a Cristo y esos pechos, más bendita era el alma llena de gracia, que por ser así fue recompensada con el extraordinario privilegio de ser Madre de Dios.