JORNADAS
DE LOS DIVINOS PEREGRINOS
JESUS,
MARIA Y JOSÉ
Puesta el alma en presencia de
nuestros Peregrinos sagrados, harás todos los días de la novena el siguiente:
ACTO DE CONTRICCION
Señor mío Jesucristo, divino y
eterno Verbo y Dios encarnado en las entrañas de María Santísima; el amor que
me tienes te hizo bajar del Cielo a la Tierra, hasta ponerte en un establo. ¡Oh,
cuanto siente haberte cerrado las puertas de mi corazón, dándote con ellas en
la cara, haciéndose sordo a tus divinas inspiraciones y llamamientos, cuando
con tanto amor viniste a los desiertos del mundo a buscar la perdida oveja de mi alma con tantos
trabajos, para llevarla a los apriscos de tu Gloria! Rompe, Señor, los cerrojos
de este ingrato corazón mío con la luz y conocimiento de mi aborrecible
ingratitud. Si buscas pesebre donde reclinar la cabeza, pesebre pobrísimo es mi corazón; consume con
el fuego de tu amor hasta las pajas de imperfecciones, y aparte de mí todas mis
abominables culpas, las cuales de todo mi corazón me pesa de haberlas cometido
contra Ti y delante de Ti, por ser quien eres. Y, pues, vienes a buscar no
justos, sino pecadores, yo soy el mayor de todos, y quien más que todos te ha
ofendido: confió en tu misericordia que me perdonaras y darás gracias para
servirte y para saber amarte con perseverancia hasta el fin de mi vida. Amen
23
DE DICIEMBRE. DÍA OCTAVO
Contempla la octava jornada,
desde Jerusalén hasta llegar a Belén, donde habiendo llegado nuestros
Peregrinos sagrados a las cuatro de la tarde, cuando pensaba el santo Patriarca
hallar segura posada para la Madre de Dios entre sus deudos, parientes y
conocidos, poniendo fin y termino a sus trabajos, entonces se le multiplicaron
las penas, porque habiendo cumplido con el edicto del Cesar llegaron a las
puertas de los parientes a buscar posada, y todos les dieron con ellas en la
cara. Considera el sentimiento grande que padecería su atribulado corazón en
aquellas calles, buscando en las puertas de los mesones un portal o pajar para
refugio de la Emperatriz de los Cielos; la mortificación que padecería con las
palabras ásperas y desabridas con que los despedían, tratando al Santo Esposo
de ocioso y vagabundo al verle con tanta humildad y pobreza; que lágrimas
derramarían sus ojos y más cuando habiendo entrado la noche, desgajándose la nieve,
corriendo los aires fríos y no teniendo donde volver los ojos, miraba a su
santísima Esposa, desamparada y llorosa, con el desprecio de los hombres, y
temiendo no le cogiese el parto en aquellas plazas. Considera también que
sentiría el divino Niño al ver a su amante Madre traspasada con tan sangriento
cuchillo de dolor, que lágrimas derramaría en sus entrañas al ver sus amorosos
llamamientos despreciados, la sordera voluntaria de los hombres, y el
recibimiento que le hizo el mundo. Y después de haber llamado a todos los
mesones y casas de los poderosos, sin hallar un portal para su descanso,
míralos salir a las nueve de la noche tristes, llorosos, afligidos y
desamparados a buscar entre los brutos la piedad que los hombres le negaran.
¿Qué
haces, alma mía, que no se abren las puertas de tu corazón de dolor para dar
posada a la santísimo Virgen María y al Niño Dios? Procura salirles al
encuentro y llevar al divino Niño a tu alma recibiéndole sacramentado este día
para que al fin de tu jornada te abra las puertas de su Gloria.
Acabarás cada día con nueve
Avemarías, que rezaras de rodillas como quien va acompañando a la santísima
Virgen Maria; y llegando a las palabras bendito es el fruto de tu vientre, Jesús, besaras la tierra o el suelo, adorando al Verbo encarnado en sus
purísimas entrañas con profunda humildad y reverencia; y esto mismo harás todos
los días, y luego dirás la siguiente oración final.
Oración de San Agustín a
la
SANTISIMA VIRGEN MARIA
Madre
de toda piedad, acordaos que desde que el mundo es no se sabe que hayáis dejado
sin consuelo a quien llego a pedírosle; que no se ha oído jamás decir que quien
llego a vuestros ojos con miserias dejase de salir de vuestra presencia sino
remediado; y así, confiado en vuestras piadosas entrañas y afable condición, me
arrojo a vuestros pies. No queráis ¡oh Madre del Verbo y palabra eterna!,
despreciar mis palabras y ruegos, sino oídme propicia; otorgad lo que con
lágrimas de mi corazón os suplico.
Hay concedidos 460 días de
indulgencia por cada vez que se rece esta oración, pidiendo al Señor por las
necesidades de la Iglesia y del Estado.