viernes, 23 de diciembre de 2016

JORNADAS DE LOS DIVINOS PEREGRINOS JESUS, MARIA Y JOSÉ. DÍA OCTAVO



JORNADAS DE LOS DIVINOS PEREGRINOS
JESUS, MARIA Y JOSÉ

Puesta el alma en presencia de nuestros Peregrinos sagrados, harás todos los días de la novena el siguiente:
ACTO DE CONTRICCION
Señor mío Jesucristo, divino y eterno Verbo y Dios encarnado en las entrañas de María Santísima; el amor que me tienes te hizo bajar del Cielo a la Tierra, hasta ponerte en un establo. ¡Oh, cuanto siente haberte cerrado las puertas de mi corazón, dándote con ellas en la cara, haciéndose sordo a tus divinas inspiraciones y llamamientos, cuando con tanto amor viniste a los desiertos del mundo a  buscar la perdida oveja de mi alma con tantos trabajos, para llevarla a los apriscos de tu Gloria! Rompe, Señor, los cerrojos de este ingrato corazón mío con la luz y conocimiento de mi aborrecible ingratitud. Si buscas pesebre donde reclinar la cabeza,  pesebre pobrísimo es mi corazón; consume con el fuego de tu amor hasta las pajas de imperfecciones, y aparte de mí todas mis abominables culpas, las cuales de todo mi corazón me pesa de haberlas cometido contra Ti y delante de Ti, por ser quien eres. Y, pues, vienes a buscar no justos, sino pecadores, yo soy el mayor de todos, y quien más que todos te ha ofendido: confió en tu misericordia que me perdonaras y darás gracias para servirte y para saber amarte con perseverancia hasta el fin de mi vida. Amen

23 DE DICIEMBRE. DÍA OCTAVO
Contempla la octava jornada, desde Jerusalén hasta llegar a Belén, donde habiendo llegado nuestros Peregrinos sagrados a las cuatro de la tarde, cuando pensaba el santo Patriarca hallar segura posada para la Madre de Dios entre sus deudos, parientes y conocidos, poniendo fin y termino a sus trabajos, entonces se le multiplicaron las penas, porque habiendo cumplido con el edicto del Cesar llegaron a las puertas de los parientes a buscar posada, y todos les dieron con ellas en la cara. Considera el sentimiento grande que padecería su atribulado corazón en aquellas calles, buscando en las puertas de los mesones un portal o pajar para refugio de la Emperatriz de los Cielos; la mortificación que padecería con las palabras ásperas y desabridas con que los despedían, tratando al Santo Esposo de ocioso y vagabundo al verle con tanta humildad y pobreza; que lágrimas derramarían sus ojos y más cuando habiendo entrado la noche, desgajándose la nieve, corriendo los aires fríos y no teniendo donde volver los ojos, miraba a su santísima Esposa, desamparada y llorosa, con el desprecio de los hombres, y temiendo no le cogiese el parto en aquellas plazas. Considera también que sentiría el divino Niño al ver a su amante Madre traspasada con tan sangriento cuchillo de dolor, que lágrimas derramaría en sus entrañas al ver sus amorosos llamamientos despreciados, la sordera voluntaria de los hombres, y el recibimiento que le hizo el mundo. Y después de haber llamado a todos los mesones y casas de los poderosos, sin hallar un portal para su descanso, míralos salir a las nueve de la noche tristes, llorosos, afligidos y desamparados a buscar entre los brutos la piedad que los hombres le negaran.
¿Qué haces, alma mía, que no se abren las puertas de tu corazón de dolor para dar posada a la santísimo Virgen María y al Niño Dios? Procura salirles al encuentro y llevar al divino Niño a tu alma recibiéndole sacramentado este día para que al fin de tu jornada te abra las puertas de su Gloria.
Acabarás cada día con nueve Avemarías, que rezaras de rodillas como quien va acompañando a la santísima Virgen Maria; y llegando a las palabras bendito es el fruto de tu vientre, Jesús, besaras la tierra o el suelo, adorando al Verbo encarnado en sus purísimas entrañas con profunda humildad y reverencia; y esto mismo harás todos los días, y luego dirás la siguiente oración final.

Oración de San Agustín a la
SANTISIMA VIRGEN MARIA
Madre de toda piedad, acordaos que desde que el mundo es no se sabe que hayáis dejado sin consuelo a quien llego a pedírosle; que no se ha oído jamás decir que quien llego a vuestros ojos con miserias dejase de salir de vuestra presencia sino remediado; y así, confiado en vuestras piadosas entrañas y afable condición, me arrojo a vuestros pies. No queráis ¡oh Madre del Verbo y palabra eterna!, despreciar mis palabras y ruegos, sino oídme propicia; otorgad lo que con lágrimas de mi corazón os suplico.
Hay concedidos 460 días de indulgencia por cada vez que se rece esta oración, pidiendo al Señor por las necesidades de la Iglesia y del Estado.