PALABRA DE DIOS Y
EUCARISTÍA
Reflexión diaria acerca de
la Palabra de Dios.
Lo que se afirma genéricamente de la relación entre
Palabra y sacramentos, se ahonda cuando nos referimos a la celebración
eucarística.
El discurso sobre el pan de vida se refiere al don de
Dios que Moisés obtuvo para su pueblo con el maná en el desierto y que, en
realidad, es la Torá, la Palabra de Dios que da vida (cf. Sal
119; Pr 9,5). Jesús lleva a cumplimiento en sí mismo la antigua figura:
«El pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo... Yo soy el pan
de vida» (Jn 6,33-35). Aquí, «la Ley se ha hecho Persona. En el
encuentro con Jesús nos alimentamos, por así decirlo, del Dios vivo, comemos
realmente el “pan del cielo”».
El Prólogo de Juan se profundiza en el discurso de
Cafarnaúm: si en el primero el Logos de Dios se hace carne, en el
segundo es «pan» para la vida del mundo (cf. Jn 6,51), haciendo
alusión de este modo a la entrega que Jesús hará de sí mismo en el misterio de
la cruz, confirmada por la afirmación sobre su sangre que se da a «beber»
(cf. Jn 6,53). De este modo, en el misterio de la Eucaristía se muestra
cuál es el verdadero maná, el auténtico pan del cielo: es el Logos de
Dios que se ha hecho carne, que se ha entregado a sí mismo por nosotros en el
misterio pascual.
El relato de Lucas sobre los discípulos de Emaús: La
presencia de Jesús, primero con las palabras y después con el gesto de partir
el pan, hizo posible que los discípulos lo reconocieran, y que pudieran revivir
de un modo nuevo lo que antes habían experimentado con él: «¿No ardía nuestro
corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»
(24,32).
Conviene tener siempre en cuenta que la Palabra de
Dios leída y anunciada por la Iglesia en la liturgia conduce, por decirlo así,
al sacrificio de la alianza y al banquete de la gracia, es decir, a la
Eucaristía, como a su fin propio».
La Palabra de Dios se hace sacramentalmente carne en
el acontecimiento eucarístico. La Eucaristía nos ayuda a entender la Sagrada
Escritura, así como la Sagrada Escritura, a su vez, ilumina y explica el
misterio eucarístico. En efecto, sin el reconocimiento de la presencia real del
Señor en la Eucaristía, la comprensión de la Escritura queda incompleta.
Cfr.
Verbum Domini 55