El vínculo
intrínseco entre Palabra y fe muestra que la auténtica hermenéutica de la Biblia
sólo es posible en la fe eclesial, que tiene su paradigma en el sí de María.
San Buenaventura afirma en este sentido que, sin la fe, falta la clave de
acceso al texto sagrado. : «Es imposible adentrarse en su conocimiento sin
tener antes la fe infusa de Cristo, que es faro, puerta y fundamento de toda la
Escritura».
El lugar
originario de la interpretación escriturística es la vida de la Iglesia. Ya que «la Escritura se ha de leer e interpretar con
el mismo Espíritu con que fue escrita», es necesario que los exegetas, teólogos
y todo el Pueblo de Dios se acerquen a ella según lo que ella realmente es,
Palabra de Dios que se nos comunica a través de palabras humanas.
Es precisamente
la fe de la Iglesia quien reconoce en la Biblia la Palabra de Dios; como dice
admirablemente san Agustín: «No creería en el Evangelio si no me moviera la
autoridad de la Iglesia católica».
San Jerónimo
recuerda que nunca podemos leer solos la Escritura. La Biblia ha sido escrita
por el Pueblo de Dios y para el Pueblo de Dios, bajo la inspiración del
Espíritu Santo. La eclesialidad de la interpretación bíblica no es una
exigencia impuesta desde el exterior; el Libro es precisamente la voz del
Pueblo de Dios peregrino, y sólo en la fe de este Pueblo estamos, por decirlo
así, en la tonalidad adecuada para entender la Escritura. Una auténtica interpretación de la Biblia ha de concordar siempre
armónicamente con la fe de la Iglesia católica.
El «adecuado
conocimiento del texto bíblico es accesible sólo a quien tiene una afinidad
viva con lo que dice el texto».