domingo, 29 de junio de 2025

30 DE JUNIO. SAN PABLO, APÓSTOL Y DOCTOR DE LOS GENTILES (+67)

 


30 DE JUNIO

SAN PABLO

APÓSTOL Y DOCTOR DE LOS GENTILES (+67)

SAN Pablo fue un alma gigante a la que el mundo le vino estrecho, un hombre prodigioso que supo reunir en sí los más altos valores humanos al servicio de la gracia y de un ideal fascinador: llevar a todos, bárbaros, judíos, latinos y gentiles, la Fe y el Amor de Cristo...

Es la de San Pablo una de las fisonomías más imponentes de la Historia. Alguien ha dicho que si se pudiera echar mano de los tres Franciscos —el de Asís, el de Javier y el de Sales— para fundirlos en un solo personaje, ese personaje se parecería bastante a San Pablo. Todo es grande en este hombre genial, providencial, llamado el Apóstol por antonomasia: su arrojo, su temeridad, su amor rayano en locura, su increíble esfuerzo físico, su dinamismo milagroso, inconmensurable, su estrategia formidable de misionero, su pasmosa conversión, su entrega total y apasionada, su maravillosa concepción y explicación del «misterio de Cristo», la plenitud desbordante de sus ideas claras y potentes, de su vida. de su actividad, su triple y fascinante personalidad de soñador, organizador y trabajador, sus admirables Epístolas, escritas en estilo originalísimo y valiente que es —en frase de Sabatier— «su viviente imagen», y hasta sus mismos colaboradores, «formados por él a su medida, vaciados en el molde de su apretada santidad».

Pero si Pablo es un genio humano, San Pablo —«vaso de elección», heraldo del Evangelio, trofeo de Cristo— es un misterio de la gracia, pues sólo él se ha atrevido a decir: «Sed mis imitadores como yo lo soy de Jesucristo». «La gracia de Dios no ha sido estéril en mí». «Todo lo puedo en Aquel que me conforta». «No vivo yo, sino que Cristo vive en mí»... Pablo llena la historia del Siglo Apostólico, cuya pesadumbre comparte con el Príncipe de los Apóstoles, Pedro. «He trabajado más copiosamente que todos; más, por la gracia de Dios soy lo que soy».

Ya hemos hablado el 25 de enero de ciertos pormenores biográficos y del milagro de Damasco, del chispazo divino que trocó el corazón de Saulo, joven de fe ardiente, de caridad incomparable, de inteligencia como pocas vigorosa y profunda. Pequeño de estatura, giboso y contrahecho, concentrará en el espíritu todo su ser, derribando —nuevo David — al Goliat del paganismo, del estoicismo y de la sensualidad. Instruido y bautizado por el santo sacerdote Ananías, el ideal apostólico le absorbió, le poseyó por completo, y fue desde entonces su pasión, su ambición, la única convicción y razón de su vida —mihi vívere Christusy a él se consagró en cuerpo y alma, santa, reciamente enamorado de la nueva y formidable aventura, sin que representasen ya nada en su existencia la salud, las comodidades, los afectos humanos, las miras egoístas, el prestigio del mundo, ni siquiera la propia vida, expuesta a cada paso a los mayores peligros con verdadera temeridad, en su afán impetuoso de predicar a Jesucristo, de «hacerse todo para todos, para ganarlos a todos»: Omnibus omnia factus...

En el camino de Damasco se levantó el más grande de los Apóstoles —hablamos en sentido estrictamente apostólico, no jurídico—, el más enérgico soldado de Cristo, la voz más elocuente del Cristianismo. No es posible reprimir el movimiento de asombro que nos produce el verle cruzar y recruzar las vías romanas durante quince años y atravesar los mares embarcado poco menos que en su fe. Ni se puede medir el colosal esfuerzo humano realizado por San Pablo en sus tres grandes misiones, en que hubo de pasar por todo. —«Hemos llegado a ser como la escoria de todos, como la basura de este mundo»— aunque aquella escoria y aquella inmundicia triunfaron arriba y abajo, de la aristocracia y de la plebe, de la sabiduría de los doctores por medio de la ciencia, y de la sencillez de los ignorantes por medio del amor. Jerusalén, Antioquía, Siria, Chipre, Pamfilia, Frigia, Licaonia, Cilicia, Macedonia y Acaya, oyeron sus acentos sublimes. Atenas creyó encontrar de nuevo a sus antiguos genios. Corinto, Éfeso, Creta y Roma, vieron pasar al inspirado Apóstol de las Gentes, desafiando los mayores peligros y persecuciones. «Con fatigas sin cuento, encarcelado, brutalmente azotado, muy a menudo en trance de muerte. Cinco veces he recibido de los judíos- los cuarenta azotes menos uno del ritual. Por tres veces he sido apaleado con varas, y una lapidado. He sufrido tres naufragios y he sido hecho juguete de las olas por espacio de un día y una noche...».

Pablo estaba llamado, por vocación, al sufrimiento, y nunca perdió la conciencia de que su vida tenía que una lucha continua hasta el martirio por el Maestro. ¡Carrera deslumbrante más que la del sol —él nos dice que fue arrebatado al tercer cielo, pero de un patetismo sangrante, «sufriendo los dolores del parto hasta alumbrar a las almas en Jesucristo!».

El final estaba no sólo previsto, sino anunciado por el mismo Jesús. Pablo lo sabe y lo desea ardientemente: Cupio disolvi et esse cum Christo...

Su cabeza rodó bajo el golpe de la espada, por orden de Nerón, el mismo día que fue crucificado Pedro: Príncipe y Doctor, los más grandes Apóstoles, hermanados en el martirio, en el triunfo y en la gloria imperecedera. Allí quedó aquel desafío valiente: «¿Quién, me separará del amor a Cristo?». Y aquel grito esperanzado y diáfano: «i Estaremos siempre con el Señor!».