20 DE JUNIO
BEATO BALTASAR DE TORRES
Y COMPAÑEROS MÁRTIRES (1563-1626)
AL hablar de misioneros nos vienen en seguida a la memoria los nombres siempre gloriosos de Francisco Javier, Pedro Claver, Fray Junípero Serra, Padres Damián y Urdaneta... Son los. que llamaríamos clásicos. Pero al lado de estos adelantados de la Fe y de las misionización, ¡cuántos otros desconocidos u olvidados!...
Hoy conmemora la Santa Madre Iglesia a un escuadrón de estos héroes, que la Santidad de Pío IX beatificó el día 7 de mayo de 1867. Son los Padres Baltasar de Torres, Francisco Pacheco y Juan Bautista Zola, y los seis Hermanos Pedro Rinxei, Miguel Tozo, Pablo Kinsuke, Vicente Caun, Juan Kinsako y Gaspar Sandamatzu. Ante la imposibilidad de biografiarlos a todos, dedicamos esta breve reseña al Padre Baltasar de Torres especialmente, el cual, como español, cautivará más la atención de nuestros lectores.
Granada le ve nacer un 14 de diciembre de 1563. Pronto abandona, Sin embargo, la bella Ciudad, al ser nombrado su padre Gobernador de Ocaña. En la histórica Villa estudia con los Jesuitas. Desde muy niño siente el llamamiento divino, y a los dieciséis años entra en el Noviciado de Navalcarnero, también de la Compañía de Jesús. Poco a poco se despierta en su alma un ansia incontenible de evangelizar infieles, un deseo inmenso de llevar al Japón —sueño dorado de Javier— el calor de la Fe y la sonrisa de Dios. El triple ideal misionero —salvar almas, rivalizar con Cristo en el sufrimiento, glorificar a Dios— le seduce, le arrebata.
No cabe duda de que la vocación misionera de Baltasar es auténtica, a toda prueba. Aunque criado con cierta delicadeza, su conducta intachable, su fidelidad al reglamento, su palabra ardiente, su alma inflamada de amor a Cristo, su afán de sufrir en silencio y de renunciar constantemente a la propia voluntad, demuestran bien a las claras que tiene temple de héroe, temple español, al fin y al cabo. Así lo comprenden sus Superiores que, en 1586 —¡a los veintitrés años!— le permiten embarcarse para la India. Durante ocho enseña Teología en Goa y Macao. Y de aquí pasa al Japón, para evangelizar los reinos de Canga, Noto y Zu. A partir de este momento su vida cobra vivos perfiles de heroicidad y casi no necesita panegírico. Porque ningún sueño le viene grande, ni hacen quiebra en él los más audaces propósitos. Centinela de la Fe, pasará cuarenta años con la idea fija en su sublime misión de embajador espiritual de Dios y de la Patria. Llevar a todas las almas el abrazo de Cristo y de la civilización: ésa es la única razón de su vida; sólo por esto se ha hecho misionero y conquistador aguerrido, que no retrocede nunca ante el peligro ni pone medida humana al sacrificio y a la entrega...
La. luz de la palabra evangélica empieza a brillar con nuevos fulgores en las tierras donde brilló aquella otra luz celestial que nimbara las cabezas de los veintiséis Mártires — recordemos a Pedro Bautista, a Francisco Blanco, a Martín, de la Ascensión —en estas tierras paganas que los pies de Baltasar —candidato a mártir— no se cansan de recorrer, y sobre las que sus manos sacerdotales trazan incesantemente la cruz redentora para bendecir, para bautizar, para perdonar los pecados, para abrir las puertas del cielo a las almas.
¡Cuántos afanes y sacrificios empleados pacientemente, y cuánta caridad para sobrellevar la ignorancia e impertinencias de los naturales, o para defenderlos de encomenderos sin alma y sin conciencia! ¡Ya le darán, en pago, una hermosa corona de martirio...!
El año 1626, el Emperador del Japón nombra a Midzuno Cavaci gobernador de Nagasaki y de los pequeños reinos circundantes, Este juez inicuo publica inmediatamente un edicto exterminador contra los cristianos, amenazando con la pena capital a cuantos los oculten en sus casas, y prometiendo grandes recompensas a quienes los delaten.
El primero en ser denunciado ante las autoridades de Ximabara es el Padre portugués Francisco Pacheco, Provincial de la Compañía de Jesús y Administrador Apostólico para el Japón. Poco después detienen al Padre Juan Bautista Zola y a seis Hermanos catequistas. Y el 15 de marzo es sorprendido y apresado el Padre Baltasar de Torres, cerca de Nagasaki. Él mismo nos describe su prisión: «Es —dice— como jaula de pájaros, de ocho palmos en cuadro. Mi comida ordinaria consiste en un poco de arroz, un caldo de hierbas y una sardina asada».
De Omura se los traslada a Nagasaki para ser quemados vivos. Al frente del heroico escuadrón va, como adalid, el Padre Baltasar de Torres. Llegan a las afueras de la Ciudad. El lugar de la ejecución está rodeado de altas cañas de bambú para que no se acerque la gente. Los nueve mártires, ya dentro del cercado fatídico, se arrodillan piadosamente y ofrecen a Dios el tesoro de sus vidas, como supremo acto de servicio. Luego, cada uno es atado a un poste. A su lado, la pira. Los verdugos pegan fuego a la leña. Una espesa humareda oculta a los invictos Confesores; pero en Seguida aparecen en medio de las llamas, repitiendo, alegres y serenos, los nombres de Jesús y María. Caen sus ropas incendiadas sobre el rescoldo crepitante. La piel Se tuesta, se levanta en ampollas, se corroe, se carboniza. Y tras la piel, la carne, los huesos, las entrañas todas. Sólo el espíritu queda intacto y libre para volar a Dios. ES el 20 de junio de 1626.