jueves, 26 de junio de 2025

27 DE JUNIO. SAN ZOILO Y COMPAÑEROS MÁRTIRES (HACIA EL 303)

 


27 DE JUNIO

SAN ZOILO

Y COMPAÑEROS MÁRTIRES (HACIA EL 303)

CÓRDOBA será siempre una ciudad gloriosa. A la sombra de sus muros milenarios han vivido hombres de talla gigante: mártires. y santos que son estrellas lucentísimas en el firmamento de la Iglesia española.

Uno de sus prestigios más logrados es San Zoilo.

Prudencio —en el himno IV del Peristéfanon— al hacer el recuento de las ciudades que en el día del juicio «saldrán a recibir a Jesucristo con la cabeza erguida, llevando en canastillos sus preciosos dones», dice escuetamente, sin contornos poéticos': «Córdoba dará a Zoilo y Acisclo, y las tres coronas de Fausto, Jenaro y Marcial»

La cita es tanto más estimable, cuanto que • son muy pocas e inciertas las noticias que poseemos acerca de San Zoilo. Por eso, antes de pagar nuestro pequeño tributo a los escritos más o menos apócrifos de Usuardo, Beda, Abdón, Pedro Celestino, Baronio y Eulogio —todos muy posteriores a los hechos—, queremos dejar constancia de la noticia consignada en las Actas de su martirio, de más respeto histórico.

«Zoilo —dicen textualmente— nacido en Córdoba, de esclarecido linaje, fue educado desde niño en la religión cristiana. Por confesar a Cristo públicamente en su juventud, le llevaron ante el Presidente, el cual, no pudiendo hacerle sacrificar a los dioses, le condenó a muerte.

»Su cuerpo fue enterrado en el cementerio de los extranjeros, a fin de que los cristianos no le reconociesen jamás». Reseña que completa el Martirologio con estas palabras:

«...Como durante largo tiempo se ignorase el lugar de su sepultura, le fue revelado al venerable obispo Agapito».

Es probablemente el año 303. Daciano —el sañudo Prefecto de las Españas— después de dejar marcado su paso con regueros de sangre en Gerona, Barcino, Cesaraugusta y Valencia, llega a Córdoba para exterminar también allí el nombre de cristiano, cumpliendo órdenes de los augustos Emperadores. Apenas pone el pie en la Ciudad, le hacen presente que en ella vive un joven de noble alcurnia, cuyos ejemplos y palabras arrastran como un imán los corazones de los cordobeses. Es el alma de los discípulos del Evangelio; un temible apologista del cual conviene deshacerse pronto. Si consiguiera pervertirle, habría triunfado en Córdoba la causa de los divinos Emperadores...

Dada la notoriedad e influencia del personaje, Daciano empieza haciendo el taimado juego que tiene estudiado para estos casos: el juego tentador de la lisonja. En efecto, le llama a su presencia y le dice:

— Hasta ahora, hermano queridísimo, has tenido pervertidos por infame consejo los primeros años de tu vida, y es razón perdonarte, por no lograr todavía la prudencia y madurez que no toca a tu edad; pero de aquí en adelante no debes quebrantar las santas Leyes de los Emperadores, sino mirar por tu reputación, no sea que por ti padezca algún borrón de infamia la nobleza de tu esclarecido linaje; tanto más que, siguiendo mis consejos, puedes gozar de honores y ser dignamente ensalzado en Palacio... Tú, sin duda, has errado por ignorancia y, en fuerza de esto, he tenido por bien disculparte, pues no es razón que pierdas la flor de tu famosa juventud, ni que- se proceda contra la gloria de tu nobleza, como si fueras de linaje vil y desconocido.

Zoilo —corazón de héroe— contesta: —Hasta aquí, oh juez, he guardado silencio, oyendo tus lisonjas; pero debo ya responder de mi fe, si mandas que responda. ¿Qué mucho que persigan los infieles a los fieles, si no temieron condenar al Redentor del mundo? Él mismo previno a sus discípulos: «Si a Mí me persiguen, también os perseguirán a vosotros». Por eso nuestros mártires padecieron escarnios, azotes, cárceles, tormentos; pero fueron sacados de la tierra y lavaron en la sangre del Cordero sus estolas... En cuanto a mí, estoy dispuesto_ a imitarles de todo en todo.

Dice el juez:

— A vosotros no se os ha de responder con palabras, sino con tormentos. Así que elige entre vivir con nosotros honoríficamente o morir torpemente con los réprobos.

Los biógrafos del Santo ponen en sus labios esta respuesta decisiva y medular, digna del apologista cristiano:

— Cuanto más persigas mi cuerpo, tanto más acrecientas mi fe y ensalzas mi gloria. El Señor nos dejó mandado en su Evangelio que no temamos a los que quitan la vida del cuerpo, sino únicamente a quienes pueden precipitar cuerpo y alma en el infierno.

Una antigua leyenda cordobesa dice que Daciano excitó a los verdugos para que inventasen torturas inauditas, y que a un sayón se le ocurrió la monstruosidad de abrir al Mártir por la espalda y arrancarle los riñones. Pero como Dios hizo el milagro de conservarle la vida, el mismo Prefecto, olvidando sus deberes de magistrado, le cortó la cabeza con su propia espada.

Veinte cristianos más —Capitón, Clemente, Crescente, Félix, Fratria, Julián, Justino, Italica, Lello, Marcelo, Marcelino, Nemesio, Novaciano, Primitivo, Timarco, Tinno, Silvano, Statheo, Venusto y Zidino— arrastrados por el ejemplo de Zoilo, pusieron aquel día la cabeza sobre el tajo y acompañaron al héroe cordobés en el martirio y en la gloria.

¡Sangre y heroísmo hubo en aquella memorable jomada como para una canción de gesta!...