sábado, 21 de junio de 2025

22 DE JUNIO. SAN PAULINO, OBISPO DE NOLA (353-431)

 


22 DE JUNIO

SAN PAULINO

OBISPO DE NOLA (353-431)

A la postre, la bondad y la virtud se imponen siempre, Ante ellas se doblegan los más apartados de todo lo que es el bien; pero que saben reconocerlo y estimarlo, porque tienen un corazón sencillo, limpio de prejuicios, y un alma amante de la verdad, enamorada de la luz... Esta es la conclusión que nos sugiere la lectura de los escritos que acerca de San Paulino de Nola nos han legado San Ambrosio, San Jerónimo, San Agustín y San Gregorio Magno. Según estos valiosos documentos —no olvidemos que también sobre la vida y muerte de nuestro Santo se han derramado las flores de la leyenda — cabe establecer dos etapas bien definidas en su existencia, a saber: treinta y seis años de juventud, orientados hacia el mundo, hacia la gloria de las letras y los triunfos de la política, y cuarenta y dos de vida cristiana, sacerdotal y episcopal, santificados por la práctica de las más excelsas virtudes, que lo aureolan de prestigio y santidad.

Meropio Poncio Anicio Paulino, hijo de nobilísima familia romana, ve la luz hacia el año 353, en Burdeos, la dulce Ciudad gala que se mira — toda esmeralda— en el claro espejo de la Gironda. De la Providencia recibe al nacer un ingenio elevado y un corazón generoso; pero sus ilustres progenitores se preocupan más de cultivar la inteligencia del muchacho que de su formación religiosa. Habrá de ser también la Providencia la que coloque sobre sus hombros paganos la clámide de la fe...

Discípulo del célebre retórico y poeta Ausonio, Paulino aprende las letras y el arte de la versificación. Luego estudia las Ciencias Naturales, la Filosofía y la Jurisprudencia, que ningún patricio puede desconocer. De todos estos trabajos sacará más tarde una conclusión, formulada en estos términos: «He estudiado mucho, he recorrido el ciclo de todos los sistemas y nada he hallado mejor que creer en Cristo».

A los veinte años, heredero de un patrimonio casi regio, Paulino se traslada a Roma. «Mi recuerdo para Burdeos —repetirá más tarde con su maestro Ausonio— para Roma mi corazón». Aquí su carrera se abre rápidamente a los cargos políticos: gobernador del Epiro y tal vez prefecto de la Capital del Imperio, es ciertamente cónsul en 378, y luego senador y gobernador de Campania. ¡No tiene aún treinta años y toca ya la cumbre de los honores humanos!

Aunque la capital de la provincia es Capua, Paulino se establece en Nola, por ser esta ciudad de su patrimonio y guardar el sepulcro del mártir San Félix, cuyas leyendas y milagros le fascinan. Allí «siente que su alma se vuelve hacia la fe y que una luz nueva abre su corazón al amor de Cristo». Mas, esta «primera simiente de las cosas divinas» tardará diez años en germinar definitivamente en su alma...

Hacia el 385 le traen a España los azares de la política, o, más bien, le trae Dios que quiere hacerle «español por casamiento, residencia y Orden Sacerdotal». En Compluto casa con Teresa —nuestra Santa Terasia—, dama de gran linaje y rara virtud. En ella encuentra un modelo de vida cristiana, a la vez que toda la gracia y ternura de la esposa amante. Teresa será su estrella. «Extranjero, llegué, guiado por Ti, al país de los iberos —dirá hablando con Dios en su Natal de San Félix— allí tomé una esposa según las leyes humanas; ganaste dos vidas al mismo tiempo.

Ciertamente. Día a día, la dulce voz de la musa cristiana, como gota de agua purísima, va calando en el alma del poeta pagano. Paulino empieza a gustar las mieles de la doctrina de Cristo. Dos Santos —San Delfín y San Amando— completan la obra de la Gracia. Y el agua regeneradora del Bautismo viene por fin a consagrar aquella lenta evolución un día memorable del año 389. «Aquel día —canta él emocionado— señala mi nacimiento, mi resurrección». Burdeos fue testigo del milagro.

Ahora han vuelto a Compluto. Dios va preparándolos poco a poco para el sacrificio y la entrega total. A despecho de las mofas del mundo, Paulino renuncia al foro y se retira de la vida pública. Por entonces el Señor los bendice con las alegrías de la paternidad; pero el niño soñado muere a los ocho días. «Largo tiempo lo habíamos deseado —escribe en su poema Óbitu Celsis— más se apresuró a marchar a las moradas celestes... Tal vez esta pequeña gota de mi sangre sea mi luz».

Sí: ¡luz de la prueba suprema y de la suprema inmolación! Por consejo de San Jerónimo, los dos santos esposos venden sus inmensas posesiones, lo dan todo a los pobres y hacen voto de castidad, resueltos a vivir como hermanos, como santos. Teresa queda en España y vuela a la gloria desde la celda de un convento. Paulino, ordenado de sacerdote en Barcelona, el año 393, decide marchar a Nola, para vivir en el santuario de San Félix. Al comunicar a sus amigos Delfín y Amando su elevación al sacerdocio, solicita el auxilio de sus plegarias, pues —dice— «seré vuestra alegría, si por los frutos que produzca se conoce que soy rama de vuestro árbol». De camino para su retiro, el opulento consular pasa por Roma vestido con el ropaje de la humildad. En Nola vive como asceta desde el 395. En 409 es consagrado Obispo de la Ciudad. Poco después se vende como esclavo para libertar al hijo de una viuda. En adelante vive siempre al filo del heroísmo. Con razón podrá exclamar al despedirse de este mundo: «Tengo una lámpara preparada para mi Cristo».