domingo, 22 de junio de 2025

23 DE JUNIO. SAN JOSÉ CAFASSO, PRESBÍTERO (1811-1860)

 


23 DE JUNIO

SAN JOSÉ CAFASSO

PRESBÍTERO (1811-1860)

PERLA del clero italiano, le ha llamado Monseñor Salotti. Y lo es. Su Santidad Pío XII lo proclamó solemnemente, al canonizarle —22 de junio de 1947—, con estas palabras: «En el nuevo Santo veis, obispos y sacerdotes, a un padre, a un maestro y a un modelo. Nadie más que él ha dejado grabada su huella en el clero piamontés de los siglos XIX y XX. Él lo sacó del clima seco y estéril del jansenismo y del rigorismo; le preservó del peligro de profanarse y hundirse en el laicismo y la secularización. Al influjo de su. espíritu, iluminado por el Cielo, a la guía de su mano segura, deben muchos ministros del Santuario su firmeza en el «sentire cum Ecclesia», la santidad de su vida sacerdotal y la indefectible fidelidad a los múltiples deberes de su vocación».

Más no creáis que José Cafasso es un clérigo de campanillas. No: es un humilde sacerdote que se lo encuentra todo por hacer en la vida; perspectiva donde se forja el verdadero heroísmo. Su origen no puede ser más modesto: Juan y Úrsula, sus padres, son sencillos aldeanos; y en una aldea —la feliz Castelnuovo de Asti, patria de Don Bosco— nace él también, un día 15 de enero de 1811. En torno a su cuna aletea la honradez como única herencia. Pequeño de cuerpo, enclenque, enteco y algo jorobado, sólo su alma es bella. Por algo le llaman il Santino, el Santito. San Juan Bosco, su paisano y amigo, nos Io retrata con pincelada maestra: «Era —dice— de baja estatura, de ojos centelleantes, de aire afable, de rostro angélico... Era un modelo de virtud. Su clara inteligencia, su Piedad encendida, su aplicación al estudio, su obediencia y docilidad, le hacían el objeto de las complacencias de sus padres y maestros. Tenía, además, una propensión irresistible al retiro y a las obras de caridad». Estas facetas sobresalientes de Su espíritu se acentuarán más aún con el correr de los años.

José Cafasso se siente llamado al sacerdocio desde la infancia. Esta excelsa vocación se manifiesta en él cada día más clara y poderosa. A nadie, pues, extraña en Castelnuovo que, un buen día de 1826, il Santino vista las bayetas estudiantiles en el Seminario de Chieri. Si algo llama la atención es el enorme sacrificio que han de imponerse sus padres para secundar los planes de la divina Providencia. Pero José estudia con ahínco, y, tras siete años de auténtico noviciado, sube las gradas del altar el 21 de septiembre de 1833.

Ordenado de sacerdote —son palabras de Don Bosco—, resuelve hacerse santo, o, mejor, continúa -viviendo santamente. A: fin de prepararse para el sagrado ministerio de las almas, por el que siente irresistible atractivo, entra en el Seminario Superior de Turín, o Convictorio eclesiástico. Tres años de estudio intenso, unos exámenes brillantísimos y,' principalmente, su nota de santo, le llevan. a ocupar en el mismo una cátedra de moral. Por espacio de veintidós años, ya como coadjutor del canónigo Gaula —fundador del Convictorio— ya como sustituto, ya como sucesor suyo, no cesará de fustigar, de palabra y de obra, al jansenismo y regalismo, conquistando las inteligencias con su doctrina sabia y contundente, y atrayéndose los corazones con su mansedumbre y ejemplaridad.

En 1848 muere el canónigo Gaula. José Cafasso es elegido rector del Convictorio. Ahora predica más con el ejemplo que con la palabra, siendo acabado modelo de virtudes sacerdotales: absoluta abnegación de sí mismo, libre de intereses terrenos, vida inmaculada, tacto finísimo, delicada comprensión de las almas, celo apostólico, caridad de fuego, cristiano optimismo. Cierto que es también «padre y maestro», que por sus manos benditas pasan muchas promociones de jóvenes sacerdotes y que en su escuela recobra la provincia eclesiástica de Turín su antiguo prestigio; pero, sobre todo, sobre esta labor personal suya, está su figura —el modelo, el símbolo— manteniendo el espíritu de las futuras generaciones. Pasa el maestro, pasa el director, muere la obra de sus manos; pero la luz de su ejemplo abraza al mundo en el ámbito de su apostolado...

Y todo es sencillo en su vida: apostolado del confesonario, apostolado de la dirección y asistencia espiritual, apostolado de la predicación y de la enseñanza, apostolado heroico de la caridad. Si la nobleza de Turín ha sabido mantener incólume el honor del Catolicismo, a este guía experto y santo se lo debe. De sus misericordias pueden hablar la Píccola Casa, los mendigos, los enfermos, los condenados a pena capital... «Con don José Cafasso al lado —exclama un verdugo—, la muerte es un verdadero triunfo».

Y queda aún la maravilla de su humildad. «Muero satisfecho —dice en su testamento espiritual— al pensar que por mi muerte habrá en la tierra un sacerdote indigno menos, y que otro más celoso suplirá mis negligencias. Ruego al Señor que haga desaparecer mi memoria de entre los hombres, y acepte, en expiación de mis pecados, cuanto en el mundo se diga contra mí».

Pero Dios no oyó esta humildísima súplica. Sus funerales constituyeron un triunfo apoteótico, siendo inhumado en la basílica de la Consolata.

El 22 de junio de 1947, Pío XII canonizó a este sencillo sacerdote —en compañía de San Juan de Britto y San Bernardino Realino— sobre cuya tumba milagrera no puede ya florecer la rosa del olvido…