martes, 24 de junio de 2025

25 DE JUNIO. BEATO DOMINGO DE HENARES, OBISPO Y MÁRTIR (1765-1868)

 


25 DE JUNIO

SANTO DOMINGO DE HENARES

OBISPO Y MÁRTIR (1765-1868)

DIOS se cruza a veces en el camino de los Santos de una manera extraña. Y providencial, por supuesto. En algunos —recordemos a Tomás de Aquino y Luis Gonzaga— el problema de -la vocación, por ejemplo, ha sido una verdadera tragedia. El caso del, Beato Domingo de Henares, cuya fiesta celebra hoy la Iglesia, merece ser conocido también; porque, ¡a fe que reluce la Providencia de Dios en esta Vocación de apóstol y de mártir, colma de obstáculos! Su vida se ciñe apretadamente a esta frase de la Escritura: «¡Cuántas torturas han pasado los Santos para conquistar la palma del martirio!». Vea el lector, si no.

Domingo entra en el mundo con malos auspicios. Nacido en un hogar arruinado —Baena, 19 de diciembre 1765— lo mismo puede empuñar la pluma que la azada: nada hay en torno a su cuna que prevenga un futuro halagüeño. Es la primera gran dificultad que habrá de solventar la Providencia.

A poco de nacer el niño, el deseo de mejorar su apurada situación económica impulsa a sus padres a levantar la casa, y se van con .su miseria a la ciudad de Granada. Este dolor y penuria que rodean la infancia y adolescencia de Domingo, conviene advertirlo, son como el horno donde se forja su gran carácter, como el crisol donde se aquilata el oro de sus virtudes: dos carriles, en suma, por los que discurre toda su existencia.

Durante algún tiempo, imponiéndose un enorme sacrificio, lo envían a la Universidad granadina, en la que estudia Gramática y llega a ser modelo para sus condiscípulos, que lo consideran como a un nuevo Luis Gonzaga por su piedad, por su recogimiento y, principalmente, por su angelical pureza. En los claustros universitarios siente, siendo aún muy niño, la primera llamarada de vocación misionera. A la verdad, nadie mejor preparado que él para afrontar una empresa llena de trabajos apostólicos, de sufrimientos y de martirios…

Aquí empieza una serie de fracasos que están a punto de reducir a cero sus proyectos. En el convento de Santa Cruz le contestan que no reciben novicios. En Niebla le cierran también las puertas. En Cádiz un tío suyo se niega a recibirle en su casa, a pesar de que el muchacho viene hambriento y deshecho por la larga caminata desde Palos de la Frontera. Vuelve a Granada en •el carro de un arriero que lo esquilma después de matarle de hambre. Nuevo chasco en el convento de Santa Cruz. Otro en el de Guadix. Dios pone a dura prueba su vocación; pero Domingo, en vez de echarse a rodar por los caminos de la melancolía, sigue luchando con constancia y fortaleza de ánimo. Y logra, al fin, lo que no hubieran conseguido los talentos, el dinero o las humanas recomendaciones: ingresar en la ínclita Orden de Predicadores, el día 30 de agosto de 1783.

Sin embargo, los contratiempos continúan. Dificultades en los estudios, coronadas por unos exámenes brillantísimos. Reiteradas negativas a sus manifiestos deseos de ir a las misiones del Tonkín. Lucha en La Habana y en Manila para desasirse de los brazos amigos que no aciertan a desprenderse de él. Poco a poco va derribando todos los obstáculos a fuerza de tesón, mansedumbre y paciencia. Y su vida se va quemando lentamente en el ara de todos los servicios, mientras en el Tonkín le aguarda la suprema ofrenda la ofrenda de la sangre.

Allá llegan el 28 o 29 de octubre de 1790, él y el Beato Ignacio Delgado, como espigas cargadas de esperanza. i Tras las playas anamitas se vislumbran muchos años de empresas misioneras, de aventuras y de persecuciones! ¡Miles de infieles esperan —limosna de amor y de luz— el abrazo de Cristo!

Domingo llega a ocupar los más altos cargos en la Misión, y hasta —lo decimos con sus palabras— «es aprisionado con las cadenas doradas de una ilustre esclavitud» — preconizado Obispo titular de Fez—, el 9 de septiembre del año 1800. «¡Ojalá —escribe poco después al Padre Provincial— ceda todo en honor y gloria de Dios y bien de las almas, que es lo que únicamente me ha movido a hacer tan grande arrojo!».

De que sucedió así dio testimonio el santo obispo Hermosilla, al informar a la Sagrada Congregación sobre las virtudes heroicas del Beato Henares. Denunciado alevosamente al estallar la persecución, los mismos mandarines que le sentencian a muerte manifiestan la estima en que le tienen: «Ya que no podemos librarte —le dicen—, abreviaremos la causa para que padezcas menos en la cárcel». Y uno de ellos añade: «Mi mano se estremece y no se atreve a firmar la sentencia».

Pero la orden del Rey no admite paliativos: pena de degüello para que se ejecute inmediatamente. Metido; pues, en una jaula, según costumbre, es llevado sin demora al lugar del sacrificio, entre insultos y ultrajes de la soldadesca. Le acompaña su valiente catequista Francisco Chicu. Va sereno, majestuoso, sumido en plácida oración. Al llegar, sólo dice a los cristianos que le siguen: «Todo se ha acabado; vosotros, hijos míos, esperad firmemente en el Señor». Y repite por tres veces el dulce nombre de Jesús. Ha conocido la fecundidad de la inmolación y la invencible autoridad de la sangre, y no tiene nada que decir. Mansamente, como un cordero, presenta el cuello al verdugo, que se lo corta de un tajo, a 25 de junio de 1838.

La espiga cae tronchada como semilla de salvación. ¡La Iglesia pierde un misionero!; España gana un Santo!