NOVENA A LA INMACULADA. DIA QUINTO.
San Enrique de Ossó
Después del Rezo del
Santo Rosario, se comienza tres avemarías en honor a la Inmaculada Concepción.
Después de la meditación se termina con la consagración Bendita sea tu pureza y
un canto.
MEDITACIÓN DÍA 5º
Composición de lugar. Represéntate aquel grande portento de
que nos habla san Juan, esto es, a una mujer vestida del sol, calzada de la
luna y coronada su cabeza con corona de doce estrellas.
Petición. Dame, Dios mío, gracia eficaz para
admirar, amar e imitar como debo a María en su Inmaculada Concepción.
Punto primero. María a sus hijos. –No has de juzgar de mis méritos, de
mis virtudes, de mis excelencias y gracias, hijo mío, del modo común como juzgas
a los demás santos. Porque los fundamentos de mi santidad y de mi amor a Dios,
están, hijo mío, ya en el primer instante de mi Concepción, sobre la cima de
los más elevados montes, que son todos los ángeles y santos. Yo aparecí en el
cielo, en el instante primero de mi Concepción, como un grande portento, porque
no solo aparecí revestida del sol, esto es, adornada con todos los resplandores
y gracias del Sol de justicia, sino que yo misma vestí a este mismo Sol de toda
justicia, el Verbo, Hijo de Dios, haciéndole Hijo del Hombre. Si, pues, este
Sol eterno vino al mundo para incendiarlo con sus fuegos, y no hay nadie que no
sienta el calor de sus fulgores, pondera, hijo mío, cuán abrasada debía estar
mi alma en el fuego del divino Amor que aparece ya en el primer instante toda
vestida de este Sol, no participando de alguno de sus ardores, sino abismada en
ellos. Porque en el primer instante tuve perfectísimo uso de razón, que me duró
toda la vida, con perfecta libertad para obrar el bien, y no solo tuve el uso
perfecto de la razón, sino la lumbre plenísima y sobrenatural de la fe y
copiosísima sabiduría y luces inexplicables con intensísimos auxilios para
merecer. Y más que todo tuve, hijo mío, inmensa caridad. Admira, hijo mío, e
imita mi perfectísima caridad. Dios era todo para mí, y solo Dios me bastó
siempre y llenó los senos inmensos de mi corazón. “Dios mío y todas las cosas,
yo os amo con todo mi corazón”. He aquí la primera y la única aspiración de mi
corazón desde el primer instante de mi vida. Además, nada había en mí de
corrupción ni de pecado que estorbase la acción de la infinita caridad de Dios.
Los serafines y todos los santos, hijo mío, pueden aprender cómo se ama con
toda perfección a Dios en el primer instante de mi ser. Yo amé a Dios cuanto un
corazón humano le puede amar. Le amé porque era infinitamente bueno, bello,
santo, veraz, justo, infinito en todo género de perfecciones. Amé a Dios
puramente, constantemente, ardentísimamente, perfectamente; esto es, le amé
porque era Dios, sin ningún interés mío, cuanto le podía amar, esto es, con
todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi mente, con todas mis fuerzas.
Por eso Dios amó más las puertas de Sión que todos los tabernáculos de Jacob, y
aunque yo no hubiese tenido que esperar eterna recompensa, lo mismo hubiese
amado a Dios solo por su bondad infinita. ¿Es así tu amor a Dios, hijo mío? Si
no amas a Dios sobre todas las cosas, estás perdido eternamente. Enmiéndate.
Punto segundo. Los hijos de María a su
Madre. –¡Oh fuego que
siempre ardes en el alma purísima de mi Madre María Inmaculada! Ven a mi pecho
y enciéndele, abrásale y consúmele. Pedid, Madre amantísima a vuestro hijo
Jesús, que vino a meter fuego en todos los corazones y no desea sino que ardan,
y que ha metido en vuestro corazón Inmaculado desde el primer momento tan
inmenso incendio; pedidle que encienda, consume y abrase también nuestro
corazón en el divino Amor. ¿De qué me ha de servir la vida y qué he de hacer de
mi corazón, si no lo empleo todo en amar a mi Dios y a vos? ¡Oh María
Inmaculada, Reina y Madre del hermoso Amor! Por vuestra inmensa caridad yo os
ruego os dignéis enviar a mi helado pecho, a lo menos una centellica del divino
amor que rebosa en vuestro corazón como en un volcán inmenso. Alcanzadme la
gracia, Madre amable, de que nunca pierda este amor. O amar o morir de amor. O
morir de amor, o no vivir. Una sola gracia os pido, Madre querida, y es que me
concedáis el vivir y morir abrasado del divino Amor, como vos vivisteis y
moristeis, para reparar el tiempo malgastado en la tibieza, en la flojedad y
¡ay! tal vez en el desamor divino. ¡Tiempo perdido! ¡Tiempo el más desgraciado,
el que malgasté no amando a la suma Bondad! ¡Oh hermosura siempre antigua y
siempre nueva! ¡Cuán tarde os conocí, cuán tarde os amé!... Hacedme prisionero
perpetuo de vuestro amor. ¿Por qué como mi Inmaculada Madre, no empecé a amar
sobre todas las cosas a mi Dios, desde que despuntó en mi alma el uso de razón?
¿Por qué para todos he tenido amor de sobras menos para mi Dios? ¿Por qué
siempre he sido tardío y escaso en amaros a vos, mi Dios, Dios de mi corazón?
¿Por qué no os he amado como yo debo y vos merecéis y me mandáis? ¡Ay! Porque
no he querido. Yo os pido ¡oh Dios de amor! que olvidéis mis desvíos pasados y
me convirtáis a Vos, y os ame siempre, a ejemplo de mi Madre del hermoso amor,
con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas, y viva y muera de
vuestro amor. Amén.
Jaculatoria. ¡Oh fuego del divino Amor, que
siempre ardiste en el corazón de mi Madre María Inmaculada! enciéndeme,
abrásame.
Obsequio. Haré en este día cincuenta actos de amor de Dios, y
pediré siempre a mi Madre María el vivir y morir abrasado en el amor de Dios.