Solemnidad
de la Inmaculada 2019
El tiempo litúrgico del
Adviento coincide con el ritmo natural del fin del otoño y el comienzo del
invierno, última estación del año solar. La muerte de la naturaleza, el frio del
invierno, los días tan pequeños y las noches largar evocan de forma natural el
estado del hombre tras el pecado original. Una situación desgraciada y triste,
destinada a la muerte eterna.
Adán y Eva, con la transgresión
del mandamiento de Dios, pierden la gracia, pierden el paraíso, pierden la vida
y la amistad con Dios. Con ese Dios que los hizo a su imagen y semejanza para
entablar con ellos una relación de amistad, pues a la hora de la brisa salía a
buscarlos para pasear con ellos.
Pero Dios no quiso dejar su
Creación destinada a la muerte. En el mismo instante que pecaron insuflo en la
historia de la humanidad la esperanza. En las palabras dirigidas a la serpiente
–figura de Satanás-, Dios anuncia la buena noticia para la humanidad pobre y
desgraciada. “Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya.
Ella te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el calcañal.”
Es lo que los Padres llaman el
Protoevangelio: la primera buena noticia, la promesa de salvación, la promesa
de un Salvador.
La historia de la salvación
será un desarrollo de aquella primera promesa, que se irá concretando,
desvelando, renovando, hasta “la plenitud de los tiempos en los que Dios envío
a su Hijo nacida de una mujer.”
Y, ¿qué celebramos hoy? La
concepción inmaculada de esa mujer, que el apóstol san Juan describirá en el
libro del apocalipsis como un gran portento, vestida de sol, con la luna por
pedestal, adornada con doce estrellas.
La fiesta de la Inmaculada
tiene todo su sentido litúrgico en medio del tiempo del Adviento, porque en
esta fiesta celebramos el comienzo, la aurora, el cumplimiento de la promesa de
Salvación para la humanidad. Hoy es concebida la Virgen que dará a luz al
Emmanuel. Ella es la mujer que aplastará la cabeza de la serpiente.
Es un día de gozo y de alegría,
por eso hoy la iglesia exulta con cantos, con ornamentos azules, con flores… y
nosotros hemos de llenarnos también de este gozo profundo e interior que brota
de la sagrada liturgia.
Pero preguntémonos: ¿Qué significa
que la Virgen María es Inmaculada Concepción? Lo declara solemnemente el Papa Pio
IX en la definición del dogma: “la Santísima Virgen María en el primer instante
de su concepción fue preservada de toda culpa original, por singular gracia y
privilegio de Dios omnipotente, atendidos los méritos de Nuestro Señor
Jesucristo, Salvador del género humano; ha sido revelada por Dios, y, por tanto
debe creerse firme y constantemente por todos los fieles.”
¡Sí! Aquella que va a ser Madre
de Dios, es concebida –como excepción a toda la humanidad- Inmaculada,
preservada de toda culpa original, y sin contacto alguno con el pecado.
Cantad al Señor un cantico
nuevo porque ha hecho maravillas –dice el salmista. Maravillas hizo en mí el
Poderoso, cantará nuestra Señora en su Magnificat. Y nosotros, hemos también de
cantar con la antífonas de la Iglesia: Tota pulchra es Maria. Toda hermosa eres
María y no hay en ti mancha de pecado. Tienen tus vestidos la blancura de la
nieve y tu rostro los esplendores del Sol. Tú eres la gloria de Jerusalén, tú,
la alegría de Israel, tú el honor de nuestro pueblo. Llévanos tras de ti, oh
Virgen Inmaculada, correremos al olor de tus perfumes.
Y, ¿puede haber alguien que no
se alegre en este día? ¿Podrá alguno de nosotros considerar: Dios es injusto,
hace acepción de personas; porque ha a la Virgen la ha preservado de la culpa
original y al resto de los hombres no?
Este razonamiento solo puede
nacer de un desconocimiento de nuestra nada y pecado y de la santidad de Dios.
Este razonamiento no puede brotar más que de un corazón soberbio y engreído.
Esto solo lo puede decir una mente torpe incapaz de comprender tan gran
misterio y el designio de Dios en la historia.
El beato Duns Scotto, fraile
franciscano, fue en el siglo XIII uno de los más grandes defensores de la
Inmaculada Concepción de la Virgen María.
Es conocido su argumento en esta defensa, resumido en esta expresión: Potuit,
decuit, ergo fecit. Dios podía hacerlo, convenía hacerlo, pues lo hizo.
Dios podía hacer a la Virgen
Inmaculada, porque para él nada hay imposible y su omnipotencia no conoce
límite. El que creó todo cuanto existe de la nada y aquel que ha de resucitar
del polvo de la tierra nuestros cuerpos, ¿cómo no iba a poder preservar a la
Virgen Santísima de la culpa original?
Podía hacerlo, y convenía que
los hiciese.
Convenía que la Virgen María
fuese Inmaculada porque ella era la que iba a engendrar y dar al mundo al
Cordero inocente que borrase nuestro pecado. Dios Padre quiso preparar en la
Virgen María una digna morada a su Hijo que había de encarnarse.
Convenía que la Virgen María
fuese Inmaculada pues ella es la Nueva Eva, que había de aplastar la cabeza de
la serpiente maligna, aceptando la voluntad de Dios por medio de la obediencia.
La Virgen María había de parecerse los más cerca al estado primero de nuestros
padres en el paraíso.
Convenía que la Virgen María
fuese Inmaculada, pues ella ha sido constituida como madre de la nueva
humanidad renacida por los méritos de la pasión y muerte de su Hijo. Era
necesario que aquella que había de ser Reina de los santos, fuera toda excelsa
en santidad y pureza.
Convenía que la Virgen María
fuese Inmaculada, porque había de ser Reina de los Ángeles; y no podía ser
inferior a estos en gracia.
Convenía que la Virgen María
fuese Inmaculada, porque había de ser la tesorera y dispensadora universal de
la gracia para la humanidad; y no sería propio que cumpliese tal oficio y no
tuviese la plenitud de la gracia. “Llena de gracia” le saluda el Ángel Gabriel y “bendita entre todas las mujeres” –dice su
prima santa Isabel porque es modelo perfecto para nosotros. Ella nos enseña a
ser hombres y mujeres según el deseo de Dios.
¿Quién de nosotros no se
asombra y maravilla ante la belleza inmaculada de una Madre así? ¿Cómo podemos
quejarnos si por ella nos ha venido el don más grande que podemos recibir que
es el mismo Jesucristo, Señor y Salvador nuestro? ¿Cómo no vamos a alegrarnos
si fue por su obediencia por la que nosotros recibimos la salvación y la
redención de su Hijo que nos da a través de los sacramentos? ¿Cómo no vamos a
vivir confiados en tal Madre, que nos ama como a hijos verdaderos, que quiere nuestra salvación, que está deseosa
de darnos las gracias del cielo que su Hijo le ha confiado?
Queridos hermanos:
Admiremos y contemplemos tan
gran misterio; y renovando nuestro bautismo donde rechazamos a Satanás y a sus
obras y nos adherimos a Cristo, pidamos con sincera humildad detestar y odiar
el pecado; para que a través de una vida santa, podamos llegar a la presencia
de Dios purificados de toda inmundicia, sin mancha ni arruga ni cosa semejante,
sino santos e inmaculados.