jueves, 27 de junio de 2024

DÍA VIGÉSIMO OCTAVO. MES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS CON SANTA MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE

 


DÍA VIGÉSIMO OCTAVO

 

MES  DEL

SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

extractado de los escritos de la

B. MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE

 

ORACIÓN PARA COMENZAR  TODOS LOS DÍAS:

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, adoremos su majestad infinita, y digamos con humildad:

 

OFRECIMIENTO AL PADRE ETERNO.

Oración de Santa Margarita María Alacoque

 

Padre eterno, permitid  que os  ofrezca el Corazón de Jesucristo,  vuestro  Hijo muy  amado, como se ofrece Él mismo, a Vos  en sacrificio. Recibid  esta ofrenda por mí, así como por todos los deseos, sentimientos, afectos  y actos de este Sagrado Corazón. Todos son  míos, pues Él se inmola por mí,  y yo no quiero tener en adelante otros deseos que los suyos. Recibidlos para concederme por  sus méritos todas las gracias que me son necesarias, sobre todo la gracia de la perseverancia  final. Recibidlos como otros tantos actos de amor, de adoración y alabanza que ofrezco a vuestra  Divina Majestad, pues por el Corazón de Jesús sois dignamente honrado y glorificado. Amén.

 

Se meditan los textos dispuestos para cada día.

 

DÍA VIGÉSIMO OCTAVO

 

Cómo el Sagrado Corazón puede inspirar nos amor a la Cruz

«Todas las cosas hallan reposo en su centro; por esto mi corazón todo abismado en el suyo que es el humildísimo Corazón de Jesús, tiene una ardiente sed de humillaciones, desprecios y olvido de todas las criaturas; no hallándome nunca satisfecha más que cuando estoy conforme con mi Esposo crucificado» No comprendo cómo una esposa de Jesús crucificado, puede no amar la cruz y huirla, puesto que al mismo tiempo desprecia a Aquel que la ha llevado por nuestro amor, haciendo de ella el objeto de sus delicias». Después de Él mismo, nada estimo tanto como el don de su preciosa cruz. Si se conociese el precio de ella, no sería tan huida y rechazada de todos; muy al contrario: sería de tal manera amada y estimada, que no se hallaría placer más que en la cruz, y nuestro solo deseo sería morir entre sus brazos, despreciadas y abandonadas del mundo entero. Pero para esto es preciso que el puro amor sacrifique y consuma nuestro corazón, como lo ha hecho con el de nuestro divino Maestro.

Un corazón que ama de veras podrá quejarse en la cruz, o mejor dicho, en el Corazón de Jesucristo, donde todo se cambia en amor

La cruz es el trono de los verdaderos amantes de Jesucristo. Verdad es que yo no soy de este número, pues padezco por mis pecados; pero no importa, con tal que padezcamos con Jesucristo y por su amor, según sus designios, esto basta.

Quiero aprender en el Sagrado Corazón de Jesús a sufrirlo todo, sin quejarme de cuanto me hagan, puesto que nada le es debido al polvo más que ser pisado.

Soy pobre en todo sentido ¡gracias a Dios! y no deseo más riqueza que la del puro amor a los sufrimientos, desprecios y humillaciones. En una palabra, Jesús, su amor y su cruz, hacen la felicidad de la vida.

La cruz, los desprecios, los dolores y las aflicciones, son los verdaderos tesoros de los amantes de Jesucristo.

Sometámonos con alegría a las órdenes de nuestro Soberano y confesemos que, por más que sus pruebas nos parezcan duras, Él es bueno y justo en todo lo que hace, y merece en todo tiempo alabanza, amor y gloria.

Quien dice puro amor, dice puro sufrimiento. Debemos amar nuestras penas y unirnos a los designios, que Dios tiene sobre nosotros.

En verdad no sé qué decir a los que amo, si no les hablo de la cruz de Jesucristo; y cuando me preguntan, qué gracias me hace nuestro Señor a mí, indigna pecadora, no sé responder más, que hablando de la dicha que hay en sufrir con Jesucristo; porque no veo nada más precioso en esta vida para los que le aman, que padecer por su amor. La cruz es un tesoro inapreciable. La cruz es mi gloria, el amor me conduce a ella, el amor me posee, el amor me basta.

 

La Beata recuerda haber querido separar en su infancia la santidad del sacrificio

«Mi divino Maestro me hacía ver desde entonces la belleza de las virtudes, sobre todo la de los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, y me decía que practicándolos, se alcanza la santidad; me decía esto, porque yo en mis oraciones le pedía siempre ser santa. No leía más libros que la vida de los Santos, y al abrirlos, me decía a mí misma: es preciso que escoja una, a la cual pueda imitar fácilmente, y obrando como ella, seré santa también. Pero ¡Dios mío! no conocía yo entonces lo que me habéis dado a entender después, y es que vuestro Sagrado Corazón habiéndome dado la vida sobre el Calvario a costa de tantos dolores, esta vida que me disteis, no podía sostenerse más que con el alimento de la Cruz, la cual debía formar mi manjar el más delicioso.

 

La Beata, aunque embriagada en el amor de la cruz, no dejó de sentir sus espinas

La Beata nos refiere de esta manera una visión, con la que nuestro Señor la favoreció poco tiempo después de su profesión, cuando acababa de exclamar: «¡Qué es esto, Dios mío, me dejareis vivir siempre sin sufrir!»

«Entonces me fue mostrada, dice ella, una gran cruz, de la cual no podía ver el fin; estaba toda cubierta de flores. Al mismo tiempo mi Soberano me dirigió estas palabras: «He aquí el lecho de mis castas esposas, donde te haré agotar las delicias de mi amor; poco a poco caerán estas flores y no te quedará más que las espinas, que hoy te oculto a causa de tu flaqueza; ellas te harán sentir de una manera tan viva sus heridas, que te será preciso toda la fuerza de mi amor, para soportar los dolores». Estas palabras me causaron gran regocijo, pensando que no había jamás bastantes sufrimientos, humillaciones ni desprecios, para apagar la sed ardiente que yo sentía y que no hallaría nunca mayor sufrimiento, que el que experimentaba mi alma, no pudiendo sufrir todo lo que quería; porque su amor no me daba descanso ni de día ni de noche. Mas estas dulzuras me afligían. Yo ansiaba la cruz desnuda de todo. Sin la cruz, añade, no podía vivir ni hallar placer alguno, ni celestial ni aun divino; porque todas mis delicias consistían en verme conforme con mi Jesús padeciendo. No tardó la Beata en experimentar los efectos de la promesa de nuestro Señor. He aquí cómo se expresa: «Me encontraba algunas veces tan oprimida de dolores, que, al empezar un ejercicio, creía no poder continuar en él hasta el fin; terminado uno, empezaba el que seguía con las mismas angustias, diciendo: «¡Oh Dios mío! concededme la gracia de poder permanecer hasta que se termine». Y daba gracias a mi Soberano, porque media de esta manera mis momentos por el reloj de sus sufrimientos, para marcar todas las horas de mi vida con alguna pesada cruz. Según este espíritu, por el cual me creo conducida, querría verme siempre abismada en toda suerte de humillaciones, sufrimientos y contrariedades. La naturaleza no se satisface con esto; pero el Espíritu que me dirige, no puede Sufrir, que tenga otro placer, que el de no tener ninguno.

Nuestro Señor se complace en tenerme en un estado tal de sufrimientos continuos, que me desconozco a mí misma, sintiendo mis fuerzas tan agotadas, que me cuesta un extremo esfuerzo poder arrastrar este miserable cuerpo de pecado. Paréceme que me hallo encerrada en un escuro calabozo, rodeada de cruces, que abrazo continuamente. ¡Si supieseis el mal uso que hago de este bien tan grande, sobre todo de esas preciosas y queridas humillaciones y abyecciones, acompañadas de opresiones de corazón, abandonos y angustias, casi de todas clases! Algunas veces me parece, que mi alma está reducida a la agonía, y ya en el último extremo; no obstante, el placer que encuentro, al verme anegada en este océano de amargura, la estimo mucho, por creerla la más tierna caricia de mi divino Esposo.

Me siento ansiosa continuamente de sufrir, más con repugnancias espantosas de la parte inferior; lo que hace, que mis cruces sean tan pesadas y dolorosas, que sucumbiría mil veces bajo su peso, si el adorable Corazón de mi Jesús no me fortificase y asistiese en todas mis necesidades. Mi corazón, no obstante estos sufrimientos continuos, siempre tiene nuevas ansias de sufrir.

 

Unión a Jesús inmolado

Oh dulce Jesús, único amor de mi corazón, dulce suplicio de mi alma y agradable martirio de mi carne y de mi cuerpo; la sola gracia que os pido, para honrar vuestro estado de sacrificio en el Santísimo Sacramento es, que yo viva y muera víctima de vuestro Sagrado Corazón, por medio de un amargo disgusto de todo lo que no sea Vos; víctima de vuestra alma santísima, por medio de todas las angustias de que la mía es capaz; víctima de vuestro cuerpo, por el alejamiento de cuanto pueda satisfacer el mío y por el odio de una carne criminal y maldita.

 

 

PARA FINALIZAR

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Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

Santa Margarita María de Alacoque, ruega por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

 

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¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!

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Ave María Purísima, sin pecado concebida.