viernes, 28 de junio de 2024

DÍA VIGÉSIMO NOVENO. MES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS CON SANTA MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE

 


DÍA VIGÉSIMO NOVENO

 

MES  DEL

SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

extractado de los escritos de la

B. MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE

 

ORACIÓN PARA COMENZAR  TODOS LOS DÍAS:

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, adoremos su majestad infinita, y digamos con humildad:

 

OFRECIMIENTO AL PADRE ETERNO.

Oración de Santa Margarita María Alacoque

 

Padre eterno, permitid  que os  ofrezca el Corazón de Jesucristo,  vuestro  Hijo muy  amado, como se ofrece Él mismo, a Vos  en sacrificio. Recibid  esta ofrenda por mí, así como por todos los deseos, sentimientos, afectos  y actos de este Sagrado Corazón. Todos son  míos, pues Él se inmola por mí,  y yo no quiero tener en adelante otros deseos que los suyos. Recibidlos para concederme por  sus méritos todas las gracias que me son necesarias, sobre todo la gracia de la perseverancia  final. Recibidlos como otros tantos actos de amor, de adoración y alabanza que ofrezco a vuestra  Divina Majestad, pues por el Corazón de Jesús sois dignamente honrado y glorificado. Amén.

 

Se meditan los textos dispuestos para cada día.

 

DÍA VIGÉSIMO NOVENO

 

Puro goce de las almas abrasadas en el amor del Sagrado Corazón de nuestro Señor Jesucristo

No puedo hallar consuelo, placer ni reposo mayor, que, entre las cruces, humillaciones y sufrimientos, con que mi divino Salvador no ha cesado jamás de honrar a su indigna esclava.

No deseo vivir más que para tener la dicha de sufrir. Lo único que puede regocijar mi corazón y mi espíritu, es hablar de esto con las personas que amo; no tengo otra cosa que decir, porque todo lo que no trata de esto, me sirve de suplicio, y ninguna otra gracia hallo comparable a la de llevar la cruz, por amor, con Jesucristo. Mas no creáis, que porque hablo así del sufrimiento, sufro mucho. ¡Ay! no, no he sufrido aún nada y por consecuencia nada he hecho por mi Dios. Pretender amar a Dios sin padecer, no es más que una ilusión; pero tampoco puedo comprender, cómo dicen que se sufre, cuando se ama verdaderamente al Sagrado Corazón de Jesús; puesto que Él cambia las mayores amarguras en dulzuras, y hace gustar grandes delicias en medio de las mayores penas y humillaciones. Mas si el sólo deseo de amar ardientemente a este divino Corazón produce este efecto, qué efectos producirá en los corazones que le aman verdaderamente y que su mayor sufrimiento es que no sufren bastante, o mejor dicho, que no le aman bastante? En verdad, yo creo, que todo se cambia en amor para un alma, en la cual se ha encendido ya este divino fuego, y que no tiene otro ejercicio ni otro empleo, que el de amar padeciendo. Amemos, pues, a nuestro divino Maestro; pero amémosle sobre la cruz, puesto que cifra sus delicias en encontrar un corazón lleno de amor, sufrimiento y silencio.

No, nada es capaz de agradarme en el mundo, más que la cruz de mi divino Maestro; pero una cruz en todo semejante a la suya, es decir, pesada, ignominiosa, sin dulzura, sin consuelo, sin alivio. Que los demás se tengan por dichosos, en subir con mi divino Salvador sobre el Tabor; en cuanto a mí, me contento con no saber otro camino, que el del Calvario. Por eso no encuentro atractivos más que en la cruz. La parte que he elegido, será estar sobre el Calvario hasta mi último suspiro, en medio de los golpes, los clavos, las espinas y la cruz, sin más placer, sin más consuelo, que el de no tener ninguno. ¡Qué dicha la de poder sufrir siempre en silencio, y morir por fin entre toda suerte de miserias del cuerpo y del espíritu, en el olvido y en el desprecio! porque no me satisfaría lo uno sin lo otro ¡Ay, qué sería de mi sin eso en este valle de lágrimas, donde llevo una vida tan criminal, que no me considero sino como un compuesto de miserias! Esto es lo que me hace temer, hacerme indigna de la dicha infinita de llevar la cruz, para ser semejante a mi Jesús padeciendo. Yo os ruego, que si tenéis un poco de caridad conmigo, pidáis a este amable Salvador que no se canse del mal uso que he hecho hasta ahora del precioso tesoro de la cruz, privándome de la dicha de sufrir; porque esta es la única dulzura que encuentro en mi penoso destierro. Mas veo que me satisfago demasiado, hablando de mis sufrimientos, y no obstante, no sé hablar de otra cosa; porque la ardiente sed que tengo de padecer, me sirve de un tormento, que no acierto a expresar. A pesar de esto, conozco, que no sé ni sufrir ni amar; lo que me hace ver que cuanto digo, es un efecto del amor propio y de un secreto orgullo, que vive en mí. ¡Ay! ¡Cuánto temo, que todos estos deseos de sufrir sean artificios del enemigo, que quiera entretenerme con sentimientos vanos y estériles.

Confieso que me deleito tanto hablando de la dicha de sufrir, que me parece escribiría sobre esto volúmenes enteros, sin poder conseguir llenar mis deseos.

Si comprendiesen el deseo que tengo de padecer y ser despreciada, no dudo que la realidad no hiciese a todo el mundo, que me saciase en este punto.

Verdaderamente creo, que no se comete injusticia alguna al hacerme sufrir, porque nadie puede llegar a procurarme tantos sufrimientos, como merezco.

Cuanto más sufro, más se me aumenta la ardiente sed que tengo de sufrir. Hasta he llegado a temer, que encuentro demasiada satisfacción en mis sufrimientos. En fin, he resuelto abandonarme sobre esto, y someterme completamente a la bondad infinita de mi soberano Maestro, moderando este deseo ardiente que tengo de padecer, abandonándole el cuidado de todo.

Cuando veo aumentarse mis padecimientos, me parece sentir en mi la misma alegría, que sienten los avaros y ambiciosos, al ver aumentar sus tesoros.

Quisiera ver todos los instrumentos de suplicio, empleados en martirizarme y darme que sufrir por Jesucristo.

Me parece que querría tener mil cuerpos para padecer por, Él, y millones de corazones, para adorarle y amarle. ¡Qué sería de mi si la cruz me faltase, puesto que sólo ella me hace esperar la misericordia de mi Salvador! Ella es mi tesoro en el adorable Corazón de Jesús; ella causa todo mi placer, es objeto de mi alegría y de mi deseo. Si estuviese un momento sin padecer, me creería abandonada de Dios.

Habéis de saber, que sin la cruz y el Santísimo Sacramento, yo no podría vivir ni soportar lo largo de mi destierro en este valle de lágrimas; en el que no deseo disminuyan mis sufrimientos. Cuanto más abatido está mi cuerpo, mayor y más verdadera es la alegría que experimenta mi espíritu, y la libertad que adquiere, para dedicarse y unirse a mi Jesús en la cruz, no deseando nada tanto, como llegar a ser una perfecta copia de este Salvador crucificado.

 

Valor heroico de la Beata en medio del sufrimiento

Para grabar más profundamente su divina semejanza en su fiel esposa, el divino Maestro se dignó hacerla participante de su corona de espinas.

Una vez yendo a comulgar, dice ella, la santa hostia me parecía como un sol brillante, cuyo resplandor no podía soportar. Nuestro Señor se hallaba en medio, teniendo una corona de espinas. Poco tiempo después de haberle recibido, me la puso en la cabeza, diciéndome: «Recibe, hija mía, esta corona, como señal de la que te será dada bien pronto, para conformarte conmigo». Yo no comprendí entonces el significado de estas palabras; pero lo supe bien pronto por los efectos que se siguieron; fueron estos: recibí en la cabeza dos golpes tan violentos, que me pareció desde entonces tenerla rodeada de punzantes y dolorosas espinas, cuya sensación me durará mientras viva; por lo que doy muchas gracias a Dios que hace favores tan señalados a su indigna víctima. Confieso que me siento más deudora con nuestro Señor por esta preciosa corona, que si me hubiese obsequiado con todas las diademas de los más grandes monarcas de la tierra; mucho más porque nadie me la puede quitar, y que me pone muchas veces en la dichosa necesidad de pasar las noches en vela, entretenida amorosamente con este único objeto de mi amor. No puedo apoyar la cabeza en la almohada, a imitación de mi buen Maestro, que no podía apoyar la suya en el lecho de la cruz; esto me hace experimentar una dicha inconcebible y grandísimos consuelos, al verme en algo conforme con Él

 

La Beata suplica la ayuden a dar gracias a Dios por el beneficio del sufrimiento

Bendecid y dad gracias por mí a nuestro soberano Maestro, porque me honra tan liberal y amorosamente con su preciosa cruz, no dejándome ni un instante sin padecer. Tengo el consuelo de no tener más caricias ni consuelos de parte de las criaturas, que los de las cruces y humillaciones. Nunca me he visto más rica que ahora. Os digo estas palabritas con el fin de que me ayudéis a dar gracias al Sagrado Corazón, y le pidáis, que me conceda la de aprovecharme de tan precioso tesoro. Aun cuando estuviese en mis manos, que las cosas sucediesen de otro modo, quitaría únicamente lo que puede ocasionar la ofensa de Dios, y por lo demás querría siempre, todo lo que permite para humillarme, lo cual forma mi dicha toda en el adorable Corazón de mi Jesús.

Dios sea bendito, que me concede tantas gracias, gratificándome con su cruz, que es mi gloria. ¿Qué devolveré yo al Señor por los grandes bienes que me ha hecho? ¡Ay Dios mío! cuán grandes son vuestras bondades para conmigo, permitiéndome comer en la mesa de los santos, de los mismos manjares con que los habéis alimentado a ellos; nutriéndome abundantemente con el alimento delicioso de vuestros favorecidos y más fieles amigos, a mí, que no soy más que una indigna y miserable pecadora.

 

Oración al herido Corazón de Jesucristo

¡Oh amoroso Corazón de nuestro Señor Jesucristo! ¡Oh Corazón, que ablandáis los corazones más duros que la piedra; ¡que abrasáis los espíritus más fríos que el hielo, y enternecéis las entrañas más impenetrables que el diamante! Herid, pues, amable Salvador mío, herid mi corazón con vuestras. sagradas llagas, y embriagad mi alma con vuestra sangre, de tal suerte, que de cualquier lado que me vuelva, no pueda ver más que a mi divino Crucificado, y que cuanto mire, lo vea todo teñido con vuestra preciosa sangre ¡Oh mi buen Jesús! no halle reposo, hasta haberos encontrado a Vos, que sois mi centro, mi amor, mi felicidad.

¡Oh Corazón divino! que nos habéis probado vuestro amor sobre la cruz hasta el exceso, y vuestra misericordia, dejando abriesen vuestro Corazón para dar entrada a los nuestros, recibidlos ahora, abrazadlos con los lazos de vuestra ardiente caridad, para que se consuman por la vehemencia de vuestro amor.

 

PARA FINALIZAR

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Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

Santa Margarita María de Alacoque, ruega por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

 

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¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!

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Ave María Purísima, sin pecado concebida.