miércoles, 26 de junio de 2024

DÍA VIGÉSIMO SÉPTIMO. MES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS CON SANTA MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE

 


DÍA VIGÉSIMO SÉPTIMO

 

MES  DEL

SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

extractado de los escritos de la

B. MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE

 

ORACIÓN PARA COMENZAR  TODOS LOS DÍAS:

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, adoremos su majestad infinita, y digamos con humildad:

 

OFRECIMIENTO AL PADRE ETERNO.

Oración de Santa Margarita María Alacoque

 

Padre eterno, permitid  que os  ofrezca el Corazón de Jesucristo,  vuestro  Hijo muy  amado, como se ofrece Él mismo, a Vos  en sacrificio. Recibid  esta ofrenda por mí, así como por todos los deseos, sentimientos, afectos  y actos de este Sagrado Corazón. Todos son  míos, pues Él se inmola por mí,  y yo no quiero tener en adelante otros deseos que los suyos. Recibidlos para concederme por  sus méritos todas las gracias que me son necesarias, sobre todo la gracia de la perseverancia  final. Recibidlos como otros tantos actos de amor, de adoración y alabanza que ofrezco a vuestra  Divina Majestad, pues por el Corazón de Jesús sois dignamente honrado y glorificado. Amén.

 

Se meditan los textos dispuestos para cada día.

 

DÍA VIGÉSIMO SÉPTIMO

 

Amar padeciendo, es toda la ciencia del alma que quiere conformarse con Jesucristo

¡Si supieseis las instancias que me hace mi Soberano para que le ame con un amor conforme a su vida de sufrimiento!

Nada nos une tanto con el Sagrado Corazón de Jesús, como la cruz, que es la prenda más preciosa de su amor.

El mayor bien que debemos anhelar, es el de ser conformes a Jesucristo en padecer, y debemos tan sólo desear la vida, por tener la dicha de sufrir por amor, pero nunca debemos elegir la clase de sufrimientos.

Procuremos no tener más reflexiones, que aquellas que nos enseñen a llevar bien nuestras cruces con un silencio amoroso; porque la cruz es un precioso tesoro que debemos tener oculto, para que no nos sea arrebatado. No encuentro nada que más dulcifique la amargura de la vida, como amar siempre padeciendo. Suframos pues, amorosamente sin quejarnos, y tengamos por perdidos los momentos pasados sin padecer.

¡Dios mío! si supiésemos cuanto perdemos con no aprovecharnos de las ocasiones de sufrimiento, estaríamos más atentas, para no perder un solo momento de sufrir. Es preciso no hacerse ilusiones; si no nos aprovechamos mejor de las penas, humillaciones y contradicciones, perderemos las gracias del Sagrado Corazón de nuestro Señor Jesucristo, que quiere consideremos como nuestros mejores amigos y bienhechores, a todos aquellos que nos hacen sufrir, o nos proporcionan alguna ocasión de padecer ¡Oh, cuán buena es la cruz en todo tiempo, en todo lugar! Abracémosla con amor, sin preocuparnos de qué clase de madera está hecha, ni con qué instrumento fue fabricada. Debe bastarnos que es cruz y que nos es presentada de parte del Sagrado Corazón de nuestro Señor.

No estudiemos en la escuela del Sagrado Corazón otra ciencia, que la del amar y sufrir por el amor de aquel, que tanto amó la Cruz por nuestro amor, que quiso morir entre sus brazos; y cuando hayamos adquirido esta ciencia con toda perfección, sabremos y haremos todo cuanto Dios desea de nosotros.

Esto no quiere decir que pidamos los sufrimientos, porque lo más perfecto es, nada pedir, nada rehusar; sino abandonarse al puro amor, para dejarnos crucificar y consumir, según su deseo.

Me preguntáis que misterio de los de la Pasión amo más; os digo sencillamente, que la crucifixión; manteniéndome con la Virgen Santísima al pie de la Cruz, y bajo de sus pies, para unirme a cuanto hizo y padeció por nosotros nuestro Señor.

Escribiendo a su hermano, cura del Bosque de Santa María, la Beata le dice: Ayudadme con vuestros sacrificios, para que aprenda a sufrir bien, puesto que creo que esto es cuanto Dios quiere de mí; que le ame padeciendo y que no me ha puesto en el mundo más que para esto; así es, que no estoy ni un momento sin sufrir, sin que por esto me canse, pues su misericordia hace, que cada vez esté más ansiosa de su cruz.

 

La Cruz es un magnífico obsequio de las tres divinas Personas

«Mi divino Esposo, prodigándome siempre sus gracias, añadió esta más: Se me representaron las tres adorables personas de la Santísima Trinidad y llenaron mi alma de grandes consuelos. Yo no puedo expresar lo que sucedió, pero sé, que el Eterno Padre me ofreció una Cruz erizada de espinas, y acompañada de todos los instrumentos de la Pasión, y me dijo: Ten, hija mía, te hago el mismo obsequio que a mi muy amado Hijo. Y yo, me dijo Jesucristo, te crucificaré en ella como yo lo estuve y te haré fiel compañía». La persona adorable del Espíritu Santo me dijo, que, siendo todo amor, me consumiría purificándome.

«Se me aparecieron bajo la figura de tres hombres vestidos de blanco, todos resplandecientes de luz y con la misma grandeza y belleza. Mi alma fue inundada de una paz y alegría inconcebibles. La impresión que causaron en mí estas tres divinas personas no se borrará de mi mente jamás».

 

La Beata alienta a las almas que se hallan bajo el peso de la Cruz

Encomendándoos al Señor, escribía a un alma probada, me ha venido este pensamiento: «Que sea fiel en su camino, sufriéndolo todo sin quejarse; puesto que no puede ser del número de las perfectas amigas de mi Corazón, sin ser antes probada y purificada en el crisol del sufrimiento. Sufrid, pues y contentaos con el agrado divino, al cual debéis estar siempre inmolada y sacrificada con una firme esperanza y confianza, de que el Sagrado Corazón no os abandonará; porque está más cerca de vosotros cuando sufrís, que cuando gozáis».

A otras escribía: Se nos ha dado la vida para sufrir y se nos dará la eternidad para gozar. La cruz es la herencia de los elegidos en esta vida. Aunque Dios quiera salvarnos, es preciso que contribuyamos de nuestra parte; de otro modo no hará nada sin nosotros. Ved porque es preciso resolverse a sufrir. Este es el tiempo de sembrar con fruto, para recoger una cosecha abundante en la eternidad. No os desaniméis; vuestras penas, padecidas con paciencia, valen mil veces más que toda otra austeridad. Os afligís de vuestras penas interiores y yo os aseguro que de aquí debéis sacar vuestro mayor consuelo, con tal que las sufráis con paz, sumisión y abandono al Sagrado Corazón de nuestro Señor, que no nos las da más que por el exceso del amor que nos tiene, el cual quiere que conozcáis, para que podáis agradecerlo. Primeramente, pretende de vosotros purificaros por medio de estas penas, de los afectos que habéis tenido por las criaturas contrarios a la pureza de su divino amor. Además, quiere haceros merecer la corona, que os ha destinado, al daros esa pequeña parte de las amarguras, que sufrió durante toda su vida mortal; y sois bien dichosa, sean cuales fuesen vuestras penas, en tener esta conformidad con Él. Hay que añadir que las dulzuras interiores, no producen en nosotros más que vanos entretenimientos y complacencias, y nunca un amor puro y sólido. Mirad, pues, si le estáis obligados por usar esta conducta con vosotros.

Las penas interiores, recibidas con amor, se asemejan a un fuego que purifica y va consumiendo insensiblemente en el alma, todo lo que desagrada al divino Esposo; así que estoy segura, que los que las han experimentado, confesarán que se adelanta mucho con ellas, sin advertirlo. De tal suerte esto es así, que si se nos diese a elegir, un alma fiel no reflexionaría siquiera, sino que abrazaría presurosamente esta querida cruz, aunque no hallásemos en ella más ventajas que la de hacernos conformes a nuestro Señor crucificado; pudiendo asegurar que se sufre más por poco amor que se tenga, al verse en medio de las dulzuras, y por consiguiente lejos de Aquel, que por nuestro amor se ha cargado de afrentas. Y de sufrimientos por nosotros, que viéndose conformes a Él; si no nos sucede esto, digamos más bien que no le amamos, y que nos amamos más a nosotros mismos, porque el amor no puede sufrir la desemejanza en los amantes, y no halla descanso hasta que hace al amante conforme al objeto amado; de otra suerte, no llegarían nunca a esa unión, que requiere la conformidad.

El amable Corazón de Jesús, mortifica y vivifica cuando y conforme le agrada, sin que nos sea lícito preguntar el porqué. Debe bastarnos que Él lo hace, porque así le agrada, y someternos amorosamente; besando la mano que nos hiere, separándonos de las personas, que nos son más queridas, con el fin de que seamos más completas y únicamente suyas.

Dios nos despoja de todos estos consuelos y apoyos humanos, porque quiere ser el mismo el único y verdadero amigo de vuestro corazón, que quiere poseer Él solo, sin mezcla ni obstáculo.

Para seros todo en todas las cosas, no quiere que tengáis más apoyo que Él; ¡Su santo Nombre sea bendito! ¡Hágase su santa voluntad! ¡Basta de miramientos sobre nosotros mismos! sufrir o gozar, todo debe sernos indiferente, con tal que se cumpla, lo que agrada al divino Corazón. Amar y sufrir en silencio, es el secreto de los amantes de Jesucristo.

 

Oración a nuestro Señor como médico Todopoderoso

¡Oh Jesús amor mío! en memoria del sacrificio que hicisteis de Vos mismo sobre la cruz, y que hacéis ahora en el Santísimo Sacramento, os suplico aceptéis el que os hago de todo mi ser, inmolado y sacrificado a vuestros adorables designios y a vuestra voluntad. Recibidme en espíritu de penitencia y de sacrificio ¡Oh médico celestial de mi alma y soberano remedio de mis males! Yo me presento a Vos como un enfermo desahuciado por todos, menos por vuestro adorable Corazón, que es el único que conoce mis males y que puede curarlos. Esto es lo que deseo de Vos y lo espero de vuestra bondad, puesto que os habéis hecho un remediador universal en este Sacramento. Mi frialdad en vuestro amor ha sido la causa de todas mis enfermedades; pero podéis, si queréis, curarme, porque estoy pronta a sufrir todo por conseguirlo. Cortad, quemad, destruid; con tal de amaros y salvarme, me someto a todo. Por mi parte estoy dispuesta, a emplear el hierro y el fuego, por una entera mortificación y crucifixión de mí misma, para curar las heridas, que el orgullo y el amor propio han causado a mi alma ¡Oh mi caritativo médico! tened piedad de mis debilidades y libradme de ellas por la gloria de vuestro nombre. Así sea.

 

PARA FINALIZAR

***

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

Santa Margarita María de Alacoque, ruega por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

 

***

¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!

***

Ave María Purísima, sin pecado concebida.