COMENTARIO AL EVANGELIO
-.2 de julio.- LA VISITACIÓN DE NUESTRA SEÑORA
FORMA EXTRAORDINARIA DEL RITO ROMANO
En
la Virgen María que va a visitar a su pariente Isabel reconocemos el ejemplo
más límpido y el significado más verdadero de nuestro camino de creyentes y del
camino de la Iglesia misma. La Iglesia, por su naturaleza, es misionera, está
llamada a anunciar el Evangelio en todas partes y siempre, a transmitir la fe a
todo hombre y mujer, y en toda cultura.
«En
aquellos días —escribe el evangelista san Lucas— se levantó María y se fue con
prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá» (Lc 1, 39). El viaje de
María es un auténtico viaje misionero. Es un viaje que la lleva lejos de casa,
la impulsa al mundo, a lugares extraños a sus costumbres diarias; en cierto
sentido, la hace llegar hasta confines inalcanzables para ella. Está
precisamente aquí, también para todos nosotros, el secreto de nuestra vida de
hombres y de cristianos. Nuestra existencia, como personas y como Iglesia, está
proyectada hacia fuera de nosotros. Como ya había sucedido con Abraham, se nos
pide salir de nosotros mismos, de los lugares de nuestras seguridades, para ir
hacia los demás, a lugares y ámbitos distintos. Es el Señor quien nos lo pide:
«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis
mis testigos… hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8). Y también es el
Señor quien, en este camino, nos pone al lado a María como compañera de viaje y
madre solícita. Ella nos tranquiliza, porque nos recuerda que su Hijo Jesús
está siempre con nosotros, como lo prometió: «Yo estoy con vosotros todos lo
días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).
El
evangelista anota que «María permaneció con ella (con su prima Isabel) unos
tres meses» (Lc 1, 56). Estas sencillas palabras revelan el objetivo más
inmediato del viaje de María. El ángel le había anunciado que Isabel esperaba
un hijo y que ya estaba en el sexto mes de embarazo (cf. Lc 1, 36). Pero Isabel
era de edad avanzada y la cercanía de María, todavía muy joven, podía serle
útil. Por esto María va a su casa y permanece con ella unos tres meses, para
ofrecerle la cercanía afectuosa, la ayuda concreta y todas las atenciones
cotidianas que necesitaba. Isabel se convierte así en el símbolo de tantas
personas ancianas y enfermas, es más, de todas las personas que necesitan ayuda
y amor. Y son numerosas también hoy, en nuestras familias, en nuestras
comunidades, en nuestras ciudades. Y María —que se había definido «la esclava
del Señor» (Lc 1, 38)— se hace esclava de los hombres. Más precisamente, sirve
al Señor que encuentra en los hermanos.
Pero
la caridad de María no se limita a la ayuda concreta, sino que alcanza su
culmen dando a Jesús mismo, «haciendo que lo encuentren». Es de nuevo san Lucas
quien lo subraya: «En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el
niño en su seno» (Lc 1, 41). Nos encontramos así en el corazón y en el culmen
de la misión evangelizadora. Este es el significado más verdadero y el objetivo
más genuino de todo camino misionero: dar a los hombres el Evangelio vivo y
personal, que es el propio Señor Jesús. Y comunicar y dar a Jesús —como
atestigua Isabel— llena el corazón de alegría: «En cuanto llegó a mis oídos la
voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno» (Lc 1, 44). Jesús es el
verdadero y único tesoro que nosotros tenemos para dar a la humanidad. De él
sienten profunda nostalgia los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, incluso
cuando parecen ignorarlo o rechazarlo. De él tienen gran necesidad la sociedad
en que vivimos, Europa y todo el mundo.
A
nosotros se nos ha confiado esta extraordinaria responsabilidad. Vivámosla con
alegría y con empeño, para que en nuestra civilización reinen realmente la
verdad, la justicia, la libertad y el amor, pilares fundamentales e
insustituibles de una verdadera convivencia ordenada y pacífica. Vivamos esta
responsabilidad permaneciendo asiduos en la escucha de la Palabra de Dios, en
la unión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones (cf. Hch 2, 42).
Pidamos juntos esta gracia a la Virgen santísima.