lunes, 13 de julio de 2015

LOS FALSOS PROFETAS. Homilía del VII domingo después de Pentecostés en la Iglesia del Salvador


VII DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Iglesia del Salvador, 12 de julio de 2015

“En muchas ocasiones y de muchas maneras, habló Dios antiguamente a nuestro padres por medio de los profetas, ahora, en esta etapa final nos hablado por medio de su Hijo.” (Hb 1,1)
El Evangelio que acabamos de escuchar se sitúa al final del largo discurso de Nuestro Señor Jesucristo conocido como el Sermón de la Montaña, donde Jesús, como Nuevo Moisés, como el verdadero Profeta, el último Profeta, el Profeta definitivo interpreta la ley dada a los antiguos: “No he venido a abolir la ley y los profetas, sino a darle plenitud.” (Mt 5, 17)
Jesús, sentado en la cima de la montaña, se revela como la Palabra de Dios, como el Verbo Eterno, “por el que el Padre ha establecido todas las cosas desde el principio”. (Hb 1,1)
En tiempos de Jesús existían diferentes escuelas interpretativas de la ley, la gente escogía a tal o cual rabino según le pareciese más o menos acertada su interpretación de la Escritura. Ante el mensaje de Jesús, ante su enseñanza e interpretación de la ley ya no cabe elección: solo hay un Camino, solo hay una Verdad.
Con Jesús, solo hay un sentido, una única interpretación de la ley según el proyecto originario de Dios. Repetidas veces Jesús dice: “Al principio no era así”, “Eso os lo consintió Moisés por la dureza de vuestro corazón”.

“Guardaos de los falsos profetas” (Mt 7, 15)
 En la historia de la revelación, Dios quiso hablar a su pueblo por medio de los profetas, hombres y mujeres elegidos por él para hablar en su nombre al pueblo. Pero también hubo quienes se apropiaron de la condición de profetas y sin haber recibido la misión divina se pusieron a hablar en nombre de Dios “contando sus propias fantasías, pero no Palabra de Dios.”
El profeta Jeremías dedicará varios oráculos a hablar de estos falsos profetas y pastores:

En los profetas de Jerusalén
he observado una monstruosidad:
fornicar y proceder con falsía,
dándose la mano con los malhechores,
sin volverse cada cual de su malicia.
Se me han vuelto todos ellos cual Sodoma,
y los habitantes de la ciudad, cual Gomorra.
Así dice el Señor del Universo:
No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan.
Os están embaucando.
Os cuentan sus propias fantasías,
No Palabra de Dios.
Dicen a los que me desprecian: «El Señor dice: ¡Paz tendréis!»
y a todo el que camina en terquedad de corazón:
«No os sucederá nada malo.»
Yo no envié a esos profetas,
y ellos corrieron.
No les hablé,
y ellos profetizaron. (Cfr. Jr 23)

Falso profetismo que se dio en la historia de Israel, que se dio en los inicios de la Iglesia y que se ha también en nuestros días. Es más, las cartas del Nuevo Testamento enseñan con en los tiempos finales se multiplicarán los falsos profetas, embaucadores y charlatanes. “Confiesan que conocen a Dios, pero lo niegan con sus obras”. (Tt 1, 16)

¿Cómo Dios consiente que estos falsos enviados hablen en su nombre? ¿Cómo Dios consiente que estos extravíen a su pueblo? ¿Qué explicación dar a esto?

Una primera respuesta la encontramos en el misterio de mal: Satanás, príncipe de la mentira, busca asociar a su rebelión a los hombres … Su acción maléfica afecta también a las inteligencias corrompiéndolas y ofuscándolas para entender y adherirse a la verdad… Quizás aquí esté la razón que mejor explique la situación del mundo actual: un mundo en el que el mismo orden natural establecido por Dios es rechazado y se ha invertido, donde la mentira se presenta como verdad, donde el bien se considera mal… Pensemos en los que piensan que el aborto es un avance, o la promiscuidad una forma de amor… La acción corruptora de Satanás lo invade todo: política, escuela, televisión, medios de comunicación, libros de entretenimiento y juegos, familia, ciencia…

Por otra parte, hay muchos que han recibido la misión de hablar en nombre de Dios y en cambio se han convertido en falsos profetas. Me refiero, en concreto, a los obispos, sacerdotes, religiosos, teólogos, catequistas… que ha recibido la misión de la Iglesia de enseñar al Pueblo de Dios y transmitir la fe. Llevados muchas veces por la ignorancia y falta de formación, por la búsqueda de intereses incluso económicos, llevados por la búsqueda del aprecio y la valoración social, por falsos respetos humanos, por miedo a lo que dirán o a ser rechazados o perder popularidad callan, silencian, tergiversan, amputan, modifican las verdades de fe y la Palabra de Dios.

Hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo. Pero si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciara otro evangelio contrario al que os hemos anunciado, sea anatema. Como hemos dicho antes, también repito ahora: Si alguno os anuncia un evangelio contrario al que recibisteis, sea anatema.” Gal 1, 7-9

“Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con piel de oveja, más por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos, los conoceréis.”  (Mt 7, 15)
Jesús nos muestra como hemos de guardarnos de estos falsos profetas… Guardarnos porque no se presentan como tales, sino con piel de oveja, como verdaderos profetas. Por lo que hemos de ser astutos, y no juzgar por la apariencia. Estos se presentan como amigos, cercanos, amigos de los pobres, dan limosnas, hacen ayunos y rezan, pero su corazón es torcido… Hablan de paz y misericordia, de bondad y de alegría… pero siembran todo lo contrario a su paso…
“Por sus frutos los conoceréis”, no por su apariencia; y el fruto que se le pide al profeta es la santidad. Santidad que es vida conforme a la voluntad de Dios. Nuevamente el binomio indispensable de  fe y obras. En verdad, han sido los santos los verdaderos profetas en la historia de la Iglesia. Ellos han dado fruto y frutos buenos y abundantes.
Los frutos de los que viven conforme al Espíritu son: “amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí” (Ga 5, 22).

Avancemos un poco más y escuchemos a Jesús que nos dice: “No todo el que dice  Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre.” Ante estas palabras del Divino Maestro hemos de preguntarnos a nosotros mismos si hay algo en nosotros de falsos profetas. ¿Hay coherencia entre la fe que decimos tener y nuestras obras? ¿Aquello que decimos con nuestra boca, es en verdad lo que llevamos en nuestro corazón, y los que hacemos en nuestra vida?
Todos cristiano, por la unción crismal del Bautismo, ha sido constituido profeta participando del ministerio profético de Cristo Cabeza. Todos somos profetas y hemos de dar testimonio de la verdad no solo con la palabra o la apariencia, sino con toda nuestra vida. Cada uno de nosotros, ha de ser profeta en el lugar y en las circunstancias que le ha tocado vivir:   hemos de ser “voz que clama en el desierto”, “testigos de amor de Dios”, “pregoneros de la verdad”, “apóstoles del Evangelio”, “constructores del Reino”…

Si somos sinceros con nosotros mismos y somos capaces de mirarnos interiormente, podemos constatar que hay mucho en nosotros de falsos profetas. Todavía hay mucha contradicción en nosotros entre la fe que profesamos y las obras que realizamos.
Acogiendo la exhortación del Apóstol san Pablo en la Epístola a los Romanos: “Empleemos todas nuestras fuerzas, todas nuestras capacidades, en el servicio de la justicia, en la búsqueda de la santidad…” “Hemos sido hechos siervos de Dios por el Bautismo, demos por tanto frutos de santidad llevando una vida virtuosa cuyo premio y galardón es la vida eterna.

A  María Santísima, estrella del Mar, le pedimos que nos guíe en este camino de nuestra propia vida para lleguemos a Cristo, monte de salvación,  y que con su protección y ayuda no deje que “falsos profetas” nos lleven por el error y la mentira; y que siguiendo su consejo hagamos siempre y en todo momento los que Jesús nos diga. Amén.