AUNQUE ME DEJABA PADECER UN POCO, ME
CONSOLABA TANTO
Cuando estaba con esta pena, se me
apareció el Señor y me acarició mucho, y me dijo que hiciera yo estas cosas y
las sufriera por amor, pues mi vida era ahora necesaria. Y desde ese momento en que me decidí a
servir con todas mis fuerzas al Señor y consolador mío, no me sentí ya apenada,
porque aunque me dejaba padecer un poco, me consolaba tanto, que no me cuesta
nada desear padecimientos. De tal manera que ahora me parece que la vida no
tiene sentido más que para sufrir y eso es lo que pido con toda mi voluntad (V
40, 20).