¡Alabado sea Jesucristo!
Queridos hermanos:
El cuarto mandamiento de la ley de Dios nos invita a “Honrar padre y madre”. Este mandamiento no se circunscribe solamente a las obligaciones familiares y las relaciones entre padre e hijos. El cuarto mandamiento nos impele a la obediencia a la autoridad de la Iglesia y sus pastores como también a las autoridades civiles legítimamente constituidas y a todos aquellos que en la sociedad están revestidos de cierta autoridad legal o moral...
Obediencia es una palabra y un concepto que hoy no está de moda. Hoy vivimos en el siglo de la libertad, el hombre anhela y busca ser libre, pero una libertad mal entendida porque se ha entronizado como único criterio de la existencia emancipándose y haciéndose autónoma de Dios y del mismo orden natural que Dios ha querido establecer en el mundo… El mundo moderno cada vez más se parece a ese “caos” informe del que nos habla el libro de Génesis: “la tierra estaba informe y vacía, la tiniebla cubría la superficie del abismo.”
Libertad y obediencia son presentadas muchas veces como conceptos contrarios y contrapuestos. No puedo ser libre y al mismo tiempo ser obediente. Desde la misma ley natural y desde nuestra fe cristiana sabemos que esto no es así. Es en la obediencia donde encontramos la verdadera libertad: una libertad que nos es hacer lo que quiero, sino hacer el bien en el desarrollo de mi persona, en el cumplimiento de mis deberes religiosos, familiares, sociales y laborales.
Si por el contrario, aquello que yo considero, juzgo, me apetece o quiero se convierte en el criterio último de mi vida y de mis acciones, acabo siendo esclavo de mi propia dictadura e imponiéndola a las personas de mi alrededor.
Fijaos en esos abanderados que se les llena la boca de la palabra libertad, como se comportan ante los que no piensan como ellos: insultan, descalifican, profanan, blasfeman, imponen sus criterios incluso con la fuerza o la legalidad… y estos son los amigos de la libertad. Con razón alguien dijo que no hay peor dictador que un liberal.
“Honrar padre y madre” comprende también el amor y el respeto a la Patria donde hemos nacido, nuestra querida España, a su historia, a los principios, valores y personas antepasadas que la han hecho grande, incluso dando la vida en su propia defensa.
Y si, gracias a Dios, España ha sido una nación grande y poderosa en su historia y sus hazañas, no lo ha sido al margen de su confesionalidad como nación católica. No podemos comprender nuestra historia, no podemos comprender el concepto de patria, de lo que España ha sido y es en la actualidad, al margen de su fe en Jesucristo. La historia de España, su misma identidad, está ligada de forma indisoluble al cristianismo. Borremos la fe de la historia de nuestra nación, y ¿qué nos queda? Nada, absolutamente nada. Hagamos desparecer a Dios, su Iglesia, de nuestro suelo patrio, y ¿qué sucederá? Que España dejará de existir… ¡Será otra cosa distinta!
Destruyamos las catedrales, iglesias y ermitas, todos los edificios patrocinados por la Iglesia, y ¿qué nos queda? Trozos de piedras. Hagamos desaparecer todo el patrimonio artístico de las Iglesias y de los museos diocesanos, descolguemos todas las obras de arte religioso de los museos de nuestras ciudades, y ¿qué tendremos? Paredes vacías. Quememos todo el patrimonio literario de los siglos de nuestra historia que existen en nuestras bibliotecas, todo el patrimonio musical y de todas las artes y, ¿con qué nos quedaremos? Con librerías vacías y novelas de bolsillo.
Hoy es 25 de julio, y la Iglesia en España quiere honrar y venerar al Apóstol Santiago, bajo cuyo patrocinio se encuentra consagrada nuestra Patria. Civilmente ya no es día de fiesta, pero para nosotros católicos españoles, es una gran solemnidad, es nuestro santo patrono.
Debemos honrar y festejar la fiesta de este Apóstol de Jesucristo: porque es un modelo en la obediencia a la llamada de Dios, en la prontitud de su respuesta, en el abandono de todo aquello que nos aleja o impide seguir a Jesús.
Debemos honrar a Santiago porque nos legó la fe, e incansablemente predicó en estas tierras el Evangelio de Jesucristo siendo consolado por la misma Santísima Virgen a las orillas del Ebro.
Debemos honrar y agradecer al Apóstol Santiago el haber querido que sus santos restos mortales fueran traídos a nuestra patria por sus discípulos y que en Compostela -como el grano de trigo enterrado- hace florecer la fe en aquellos que desde todos los puntos del mundo peregrinan hasta su sepulcro.
Debemos honrar y venerar al Apóstol porque a lo largo de la historia con su intercesión y ayuda se ha mantenido la fe en nuestra patria, hemos podido defendernos de los enemigos de la Religión y de España, hemos podido realizar la ingente obra de la Evangelización de América.
Debemos honrar y acudir a su intercesión para que lo que hemos recibido y ha hecho grande a nuestra patria no quede ahora en el olvido; y para que la fe de nuestro pueblo que tanto le costó sembrar a nuestro Apóstol no sea arrancada y desterrada de la sociedad, de las familias, de los corazones de los niños y de los jóvenes.
Dos mil años después de su martirio, honramos y veneramos al Apóstol Santiago porque dejó entrar a Dios en su vida, no cerró la puerta de su corazón a la llamada del Divino Pescador que lo invitó a seguirle. Una hermosa lección para el hombre moderno: Santiago es grande y recordado hoy porque no excluyó a Dios de su vida. Quien dice que Dios se opone a su libertad es un pobre necio, pues solo en la obediencia a Dios nos hacemos verdaderamente libres, pues en esa obediencia encontramos la verdad que nos realiza como personas.
El relato de su vocación es conocido por todos. Jesús, pasando por la orilla del lago de Galilea se encontró a Santiago, el hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, los cuales estaban trabajando en la barca, remendando las redes. Al instante los llamó; y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, se fueron tras El. (Mc 1, 19-20)
Santiago obedeció a la llamada de Dios, pero ese camino de obediencia no fue fácil. Ser cristiano y “obedecer a Dios antes que a los hombres” a veces nos resulta costoso y difícil. Podemos experimentar interiormente la tentación del abandono y de indiferencia cuando nuestros planes no coinciden con los de Dios, cuando Dios nos lleva por caminos inesperados o que no nos gustan, cuando el Señor quiere acrisolar nuestra fe por medio del sufrimiento… Puede venir a nuestro corazón la tentación de lo absurdo ¿y esto para qué? ¿y qué más da?
Santiago no fue ajeno a esta tentación y prueba. El Evangelio de hoy nos muestra como Santiago acompañado por su madre y su hermano, el Apóstol San Juan, se presentan ante Jesús y la madre le pide al Señor que haga sentar a su derecha y a su izquierda a cada uno de sus hijos, como los primeros ministros… Ni Santiago, ni Juan, ni la buena Santa Salomé, su madre, habían comprendido el camino de Jesús: estaban pensando en categorías mundanas. Él no rechaza su petición, sino con su pedagogía divina los invita a crecer y madurar en su vocación: ¿Podéis beber del cáliz que yo he de beber, y ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado? Y ellos le dijeron: Podemos.
La respuesta de estos dos apóstoles es el “sí”: la obediencia a la voluntad de Dios que se nos presenta y que, aunque no coincide con nuestras expectativas o nos agrada del todo o nos produce cierto temor por sus consecuencias, sabemos que es el camino para la verdadera libertad.
Y el momento de beber el cáliz y de ser bautizado llegó cuando Herodes Agripa comenzó a perseguir a los primeros cristianos y nuestro Apóstol fue el primero de ellos en dar testimonio con su propia sangre de la fe en Jesucristo.
Pero fijaos, el Señor no rechazó la petición de sus Apóstoles, sino que le dio el verdadero cumplimiento, un cumplimiento que supera la misma petición de Salomé: Vosotros, los que me habéis seguido, -sí, lo que habéis bebido mi mismo cáliz y os habéis bautizado con mi mismo bautismo, vosotros os sentaréis también sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. (cfr. Mt 19, 28)
Con razón la Iglesia hoy canta: Oh Astro brillante de España, Apóstol Santiago. Santiago ha sido recompensado por el Señor por su obediencia hasta el martirio, y ahora glorioso en el cielo, sentado a la derecha del Cordero Inmaculado, goza de la verdadera libertad y brilla como estrella refulgente para todos nosotros.
Oh Astro brillante de España, Apóstol Santiago, acudimos a tu intercesión, para que como tú, también nosotros sepamos seguir al Señor por el camino de la obediencia, que comprendamos que ella va el verdadero uso de nuestra libertad, y así merezcamos sentarnos en la mesa de la bodas eternas en el reino de la vida y de gracia.
Así lo pedimos. Que así sea.