COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DÍA
VI DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Forma Extraordinaria del Rito Romano
En
la escena de la multiplicación se señala también la presencia de un muchacho
que, ante la dificultad de dar de comer a tantas personas, comparte lo poco que
tiene: cinco panes y dos peces (cf. Jn 6, 8). El milagro no se produce de la
nada, sino de la modesta aportación de un muchacho sencillo que comparte lo que
tenía consigo. Jesús no nos pide lo que no tenemos, sino que nos hace ver que
si cada uno ofrece lo poco que tiene, puede realizarse siempre de nuevo el
milagro: Dios es capaz de multiplicar nuestro pequeño gesto de amor y hacernos
partícipes de su don. La multitud queda asombrada por el prodigio: ve en Jesús
al nuevo Moisés, digno del poder, y en el nuevo maná, el futuro asegurado; pero
se queda en el elemento material, en lo que había comido, y el Señor, «sabiendo
que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él
solo» (Jn 6, 15). Jesús no es un rey terrenal que ejerce su dominio, sino un
rey que sirve, que se acerca al hombre para saciar no sólo el hambre material,
sino sobre todo el hambre más profunda, el hambre de orientación, de sentido,
de verdad, el hambre de Dios.
Queridos
hermanos y hermanas, pidamos al Señor que nos ayude a redescubrir la
importancia de alimentarnos no sólo de pan, sino de verdad, de amor, de Cristo,
del cuerpo de Cristo, participando fielmente y con gran conciencia en la
Eucaristía, para estar cada vez más íntimamente unidos a él. En efecto, «no es
el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros, sino que somos
nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente.
Cristo nos alimenta uniéndonos a él; “nos atrae hacia sí”» (Exhort. apost.
Sacramentum caritatis, 70). Al mismo tiempo, oremos para que nunca le falte a
nadie el pan necesario para una vida digna, y para que se acaben las
desigualdades no con las armas de la violencia, sino con el compartir y el
amor.
Benedicto XVI