viernes, 24 de julio de 2015

EL DESCANSO Y LAS VACACIONES DEL CRISTIANO. Homilía en la Conmemoración mensual del Padre Pio (Julio 2015)


CONMEMORACIÓN MENSUAL DEL PADRE PÍO. 
Julio 2015
El descanso y las vacaciones del cristiano

¡Alabado sea Jesucristo!
Queridos hermanos:
Una vez más, acudimos como cada mes, a esta escuela de piedad y devoción en torno al Padre Pío de Pietrelcina. Desde su humilde y remoto convento, nuestro querido P. Pío hizo una gran labor de dirección espiritual de la que muchísimas personas de todos los lugares del mundo. El Padre Pío, ahora glorioso en el cielo, sigue intercediendo por nosotros y con su propia vida y enseñanzas sigue siendo para nosotros un padre espiritual, un consejero, y un guía en nuestro camino de fe. Nosotros, con nuestra asistencia mensual, queremos a acogernos a él, escuchar sus palabras que nos hablan de Dios y caminar con su ayuda hacia la eternidad.
Estamos en tiempo de verano, tiempo de vacaciones… Un tiempo en el que los días son más largos, en los que sale más habitualmente de la rutina, se aprovecha más para visitas a la familia y amigo, se pasa más tiempo en familia…. 
El verano es también el momento en el que se celebran las fiestas de los pueblos: ocasiones para el encuentro, para el descanso, para la diversión y el recreo…. También cada vez más –por desgracia- se multiplican las fiestas del neopaganismo -la nueva religión que se está imponiendo sin que nos demos cuenta-: El laicismo, el mundo sin Dios. 
Desde la fe cristiana podemos hacer una breve reflexión sobre este tiempo de vacaciones y sobre la necesidad del descanso, ley que Dios ha impuesto en nuestra propia naturaleza.
No pensemos que es una reflexión inútil: vivimos inmersos en un mundo capitalista y utilitarista, donde el criterio de juicio es el dinero, la producción, el enriquecimiento… Quizás, en ningún tiempo como hoy, se ha vivido de forma general en un hiperactivismo que absorbe a la misma persona, impidiendo la profundización y la asimilación del misterio de Dios y de la propia existencia… ¡Hacer, hacer, hacer…! No podemos pararnos a pensar y a meditar. ¡Eso no nos sirve de nada!¡Eso no da dinero! Este activismo y aceleramiento de la vida, tiene consecuencias de las que todavía no somos muy conscientes pero que cada vez se hacen más patentes en las enfermedades mentales y físicas, y el mismo “stress” al que se ve sometido el hombre moderno.
En el lenguaje poético del relato de la Creación, vemos como Dios trabaja y al terminar cada día su obra, descansa. Al séptimo día, concluida la creación del cielo y la tierra, nos dice el libro del Génesis que Dios descansó  de todo el trabajo que había hecho.
Al crear al hombre e imponerle la ley del trabajo, Dios mismo estableció en nuestra naturaleza la necesidad de descansar con la ley del sueño. ¡Aunque quisiéramos, no aguantaríamos tres días sin dormir nada! La misma tierra y la naturaleza tienen impuesta esta ley y que podemos observar en los diferentes periodos ciclos por los que pasa durante el año.
Cuando Dios libera a Israel de la esclavitud de Egipto y hace la alianza con él, establece por medio de Moisés el descanso semanal del sábado, y también las fiestas y celebraciones en las que el pueblo había de cesar su trabajo y rendir el culto debido a Dios.
Jesús mismo en el Evangelio, aparece descansando. ¡Acordémonos en la barca, cuando se formó la tempestad en el lago, el buen Jesús estaba dormido! Él mismo en diferentes ocasiones invita a sus apóstoles a ir a un lugar retirado y tomar descanso después de los trabajos apostólicos. Él mismo, en la noche trágica de su Pasión, disfruta como tantas otras veces en el Evangelio, de la compañía de sus amigos en torno a una mesa.
Dios es infinitamente sabio. ¿Por qué razón quiso establecer en nosotros esta necesidad de descanso? Dios ha querido establecer en la naturaleza humana el descanso para que el hombre no se confundiese creyéndose dios, y así, viendo se criatura y limitado, lo reconociese como Dios, el que siempre es y eternamente existe, sin cambio ni distinción, Dios eterno e inmutable.
Nosotros no somos dioses, no podemos hacer todo lo que queremos, no somos omnipotentes, nos faltan las fuerzas y el agotamiento nos vence cada día… En la humildad de reconocernos criaturas pobres y limitadas, cantamos y confesamos que solo Dios es Omnipotente, que él ha hecho todas las cosas y todo nos los da, en su providencia amorosa, para nuestro bien.
Reconocernos criaturas es lo que ha de dar sentido a toda nuestra vida y que el Padre Pio expresa de esta manera tan hermosa: “Vivamos con el corazón orientado siempre hacia Dios, que nos ha creado y nos ha puesto en este mundo para conocerle, amarle y servirle en esta vida y después gozar de él eternamente en la otra.”
Esa “orientación del  corazón siempre hacia Dios” de la que nos habla el Padre Pío, ha de ser la motivación y el principio que rija cada acción, cada pensamiento, cada proyecto. Ha de ser el principio de cada día de nuestra vida, de cada mes, de cada año, de cada estación, del trabajo y también del tiempo de descanso y de vacaciones. “Ya comáis, ya bebáis, ya durmáis, hacedlo todo en nombre del Señor” –dice el Apóstol.
Vivamos con el corazón orientado siempre hacia Dios”, porque Dios no se va de vacaciones y en la vida espiritual y en la santidad no hay vacaciones entendidas como un “no hacer nada”. Con razón la cultura romana entendía las vacaciones como un cambio de ocupación. El cristiano no puede dejar de hacer el bien en toda ocasión y circunstancia. El cristiano no puede, no debe, desorientar su corazón hacia algo o alguien que no sea Dios, pues esto es el pecado, que nos aparta de él. “Hagamos –nos dice el Padre Pio- hagamos el bien mientras disponemos del tiempo, y daremos gloria a nuestro Padre del cielo, nos santificaremos a nosotros mismos, y daremos buen ejemplo a los demás.”
Por tanto; si queremos vivir el descanso y el tiempo de vacaciones “con el corazón orientado siempre hacia Dios”, hemos de intentar poner en práctica el mandamiento más importante de la ley de Dios: Amarlo a el sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. 
1.Amar a Dios sobre todas las cosas: santificando el domingo y los días de precepto, cuidando la vida de oración, frecuentado los sacramentos, aprovechando para leer y meditar la Palabra de Dios, profundizando en la fe leyendo obras espirituales y vidas de santos… dedicándole más tiempo –no menos- que cuando tenemos que cumplir las obligaciones del trabajo.
2. Amar al prójimo como a nosotros mismos: amando a los de la propia casa, disfrutando y valorando el hermoso don de la familia, visitando a aquellos que están más lejos, compartiendo más tiempo con ellos, practicando las obras de misericordia, dando gracias a Dios también cuando en nuestro viajes conocemos lugares nuevos... Con respeto a este amor al prójimo nos dice el mismo Padre Pio: No os neguéis de ningún modo y por ningún motivo a practicar la caridad con todos; más aún, si se os presentan ocasiones propicias, ofrecerla vosotros mismos. Mucho agrada esto al Señor y mucho os debéis esforzar por hacerlo.
Acudiendo a la intercesión de la Virgen y de San Pio de Pietrelcina, pidamos la gracia de vivir siempre con nuestro corazón orientados hacia Dios. Tengamos una intención especial también por tantas personas que por diversas razones no pueden disfrutar de un tiempo de descanso y vacaciones, para que siempre encuentren el consuelo de Dios que nos concede el descanso y el sosiego a nuestras almas y la ayuda fraterna de los hermanos. Que así sea.