COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DÍA
III DOMINGO DE CUARESMA
Forma Extraordinaria del
Rito Romano
¿En qué consiste esta profunda sanación que Dios obra a través de Jesús? Se
trata de una paz verdadera, completa, fruto de la reconciliación de la persona
con sí misma y en todas sus relaciones: con Dios, con los demás, con el mundo.
En efecto, el Diablo siempre está tratando de arruinar la obra de Dios,
sembrando la división en el corazón humano, entre el cuerpo y el alma, entre el
hombre y Dios, en las relaciones interpersonales, sociales, internacionales, e
incluso entre el hombre y la creación. El mal siembra la guerra; Dios crea la
paz. De hecho, como dice san Pablo: Cristo “es nuestra paz: el que de dos
pueblos hizo uno, derribando el muro divisorio, la enemistad, a través de su
carne”. Para llevar a cabo esta obra de reconciliación radical Jesús, el Buen
Pastor, ha debido convertirse en Cordero, "el Cordero de Dios… que quita
el pecado del mundo". Sólo así ha podido llevar a cabo la maravillosa
promesa del Salmo: "Bondad y amor me acompañarán todos los días de mi
vida, / y habitaré en la casa de Yahvé / un sinfín de días".
Benedicto XVI, 22 de
julio de 2012.
Ante la exclamación de una mujer que entre la muchedumbre quiere exaltar el
vientre que lo ha llevado y los pechos que lo han criado, Jesús muestra el
secreto de la verdadera alegría: "Dichosos los que escuchan la Palabra de
Dios y la cumplen". Jesús muestra la verdadera grandeza de María, abriendo
así también para todos nosotros la posibilidad de esa bienaventuranza que nace
de la Palabra acogida y puesta en práctica. Por eso, recuerdo a todos los
cristianos que nuestra relación personal y comunitaria con Dios depende del
aumento de nuestra familiaridad con la Palabra divina. Finalmente, me dirijo a
todos los hombres, también a los que se han alejado de la Iglesia, que han
abandonado la fe o que nunca han escuchado el anuncio de salvación. A cada uno
de ellos, el Señor les dice: "Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y
me abre, entraré y comeremos juntos".
Benedicto XVI, Exhortación apostólica post sinodal Verbum domini, n. 124.