domingo, 28 de abril de 2024

OS conviene a vosotros que yo me vaya, porque si no me fuere no vendrá a vosotros el Consolador. CATENA AUREA DE SANTO TOMAS DE AQUINO

 


IV DOMINGO DE PASCUA

CATENA AUREA DE SANTO TOMAS DE AQUINO

 

Jn 16, 05-11        "Y ahora voy a Aquél que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta ¿a dónde vas? Antes, porque yo os he dicho estas cosas, la tristeza ha ocupado vuestro corazón, mas yo os digo la verdad: que conviene a vosotros que yo me vaya, porque si no me fuere no vendrá a vosotros el Consolador: mas si me fuere, os lo enviaré, y cuando El viniere argüirá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, ciertamente porque no han creído en mí; y de justicia, porque voy al Padre y ya no me veréis; y de juicio, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado". (vv. 5-11)
 

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 78

Como los discípulos aún no eran perfectos, les asaltó la tristeza; y el Señor, reprendiéndoles, les alentó diciendo: "Y ahora voy a Aquel que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta ¿a dónde vas?" Y era que como habían oído que cualquiera que los matara creería hacer un servicio a Dios, se acobardaron de tal manera que no le hablaban palabra. Por eso dice: "Porque os he dicho esto, la tristeza se ha apoderado de vuestro corazón", etc. No es pequeño consuelo saber que Dios conocía su gran tristeza por su abandono, por los trabajos que les había dicho que habían de pasar, y que no sabían si los podrían soportar varonilmente.
 

San Agustín, in Ioannem, tract., 94

O bien porque anteriormente le habían preguntado a dónde se iría, y les había respondido "que ellos no podrían ir a donde El iría", ahora que les asegura que se va, ninguno le pregunta a dónde, y por esto dice: "Y ninguno de vosotros me pregunta ¿dónde vas?" etc. Al irse el Señor al cielo no le preguntaron con palabras, sino que le acompañaron con su mirada. Pero veía el Señor el efecto que en sus corazones hacían sus palabras. Puesto que no tenían aún el consuelo interior del Espíritu Santo que habían de recibir, temían perder lo que exteriormente veían en Cristo. Además, puesto que el Señor siempre decía la verdad, no cabía que dudasen de que los iba a dejar. Así pues, el humano cariño los entristecía, y por esto les dijo: "Porque os he dicho esto, la tristeza se ha apoderado de vuestro corazón", etc. Pero El conocía qué era lo que más les convenía, porque la visión interior con que el Espíritu Santo había de consolarles, era mejor. Por esto añadió: "Pero os digo, en verdad, que os conviene que yo me vaya", etc.
 

Crisóstomo, ut supra

Como si dijera: Aunque os contristéis mil veces, os conviene oír que es útil que yo me aparte de vosotros. Y la razón por qué conviene, la manifiesta diciendo: "Si no me ausentara, el Paráclito no vendrá a vosotros".
 

San Agustín, De Trin, 1, 9

Esto lo dijo, no porque medie desigualdad entre el Verbo de Dios y el Espíritu Santo, sino porque la presencia del Hijo del hombre entre ellos, era un obstáculo a la infusión de sus dones, porque el que había de venir no era menor, pues no se anonadó como el Hijo tomando forma de siervo ( Flp 2), y convenía que desapareciese de los ojos de ellos la forma de siervo, en la que sólo consideraban a Cristo a quien veían. Por lo que dice: "Si yo marcho, os lo enviaré".
 

San Agustín, in Ioannem, tract., 94

Acaso, estando El aquí, ¿no podía enviarlo? Sabemos que vino y permaneció sobre El en el bautismo, y aun sabemos que nunca se separó de El. ¿Por qué, pues, el decir "Si no me fuere, el Paráclito no vendrá a vosotros", sino porque no podéis recibir el Espíritu Santo, cuando persistís en no conocer a Cristo sino según la carne? Separándose Cristo corporalmente, vino a ellos espiritualmente, no sólo el Espíritu Santo, sino que también el Padre y el Hijo.
 

San Gregorio, Moralium, 8, 17

Como si claramente dijera: Si no sustraigo mi cuerpo de vuestras miradas, no alimentaré invisiblemente vuestro espíritu con el Consolador Espíritu Santo.
 

San Agustín, De verb Dom. Serm. 60

Esta bienaventuranza nos trajo el Espíritu Santo: que, separada de nuestros ojos de carne la forma de siervo que tomó en el vientre de la Virgen, pueda contemplarle la agudeza de nuestra inteligencia purificada en la misma forma de Dios, con la que es igual al Padre, conservando al mismo tiempo aquella en que se dignó aparecer en carne.
 

Crisóstomo, ut supra

¿Qué es lo que aquí dicen los que no opinan del Espíritu Santo como se debe? ¿Es normal que se vaya el señor para que venga el siervo? 1 Mas para demostrar cuál sea la utilidad de la venida del Espíritu Santo, añade: "Y cuando vendrá argüirá al mundo de pecado" etc.
 

San Agustín, in Ioannem, tract., 95

¿Por ventura Cristo no arguye al mundo? O ¿acaso porque Jesucristo no habló más que con la nación judía, no argüirá al mundo? Pero el Espíritu Santo ¿no arguyó acaso, no sólo a una nación, sino a todo el mundo por medio de sus discípulos esparcidos por todo el orbe? ¿Y habrá quien se atreva a decir que es el Espíritu Santo y no Cristo quien arguye por medio de los discípulos de Cristo, cuando clamaba el Apóstol: "¿Acaso queréis experimentar si es Cristo el que en mí habla?" ( 2Cor 13,3). Cristo es, pues, quien arguye a los que arguye el Espíritu Santo. Pero dijo "El argüirá al mundo", como si dijera: El derramará la caridad en vuestros corazones. Así, pues, depuesto todo temor, tendréis libertad para reprender. Después explica lo que había dicho, del siguiente modo: "De pecado ciertamente, porque no creyeron en mí". Y citó este pecado como el mayor de todos, porque perseverando éste los demás son retenidos, y desapareciendo éste todos son perdonados.
 

San Agustín, De verb Dom. Serm. 61

Pero hay gran diferencia entre creer que es Cristo y creer en Cristo, pues que es Cristo, hasta los demonios lo creyeron. Pero cree en Cristo quien espera en El y le ama.
 

San Agustín, in Ioannem, tract., 95

Es acusado el mundo de pecado, porque no cree en Cristo, al mismo tiempo que los creyentes son acusados de justicia, porque la comparación entre los fieles es la reprobación de los infieles. "Y de justicia, porque voy al Padre", y dado que el sentido de la palabra infidelidad se acostumbra a usar en el sentido que expresa la pregunta: ¿cómo creemos aquello que no podemos ver?, conviene, pues, definir en qué consiste la justicia de los que creen. Y esto queda expresado en la frase: "Porque voy al Padre, ya no me veréis". Bienaventurados, pues, los que no ven y creen. Porque los que vieron a Cristo no merecieron alabanza por su fe, porque creían lo que veían, esto es, al Hijo del hombre, pero sí en cuanto creían lo que no veían, esto es, al Hijo de Dios. Pero cuando desapareció de su presencia la forma de siervo, entonces se verificó completamente la palabra: "El justo vive de la fe" ( Rom 1,17). Consistirá, pues, vuestra justicia, de la que acusará al mundo, en que creeréis en mí, a quien no veréis; y cuando me viereis como ahora, no me veréis del modo que estoy con vosotros, esto es, no me veréis mortal, sino eterno. Al decir, pues, "ya no me volveréis a ver", profetizó que en adelante ya nunca le verían.
 

San Agustín, De verb Dom. serm. 61

O de otro modo: ellos no creyeron que iba al Padre y éste fue su pecado. Pero del Señor fue la justicia. Porque si fue misericordia el venir del Padre a nosotros, fue justicia el volver al Padre, según aquellas palabras del Apóstol: "Porque Dios le exaltó" ( Flp 2,9). Pero si vuelve solo al Padre, ¿qué bien nos resulta a nosotros? No va solo, porque Cristo es uno con todos sus elegidos, así como la cabeza con el cuerpo. El mundo es acusado de pecado en aquellos que no creen en Cristo, y de justicia en los que resucitan como miembros de Cristo. Sigue: "De juicio, pues, porque el príncipe de este mundo ya está juzgado". Esto es, el diablo, príncipe de los inicuos, que en su corazón no viven sino en este mundo, al que aman. En esto mismo que el diablo fue echado fuera, juzgado está, y éste es el juicio del cual el mundo es acusado, porque se lamenta en vano del diablo, el que no quiere creer en Cristo; y juzgado, esto es, echado fuera, le es permitido atacarnos desde fuera para ejercitar nuestra virtud y vencerle en el martirio, no sólo los varones, sino que también las mujeres, los niños, y hasta las tiernas doncellas.
 

San Agustín, in Ioannem, tract., 95

Juzgado está, porque fue condenado irrevocablemente al fuego eterno. En este juicio está condenado el mundo, porque está juzgado con su príncipe, a quien imita en soberbia e impiedad. Crean, pues, los hombres en Cristo, para que no sean acusados del pecado de infidelidad, con el cual son retenidos todos los demás pecados; pasen al número de los fieles para que no sean argüidos de justicia por aquellos a quienes, justificados, no imitan; y guárdense del futuro juicio para que no sean condenados con el príncipe del mundo, a quien imitan.
 

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 78

O de otro modo: acusará al mundo de pecado, esto es, desechará toda excusa y probará que pecaron los que no creyeron en El, cuando vieron que el Espíritu Santo derramaba sus dones inefables a la invocación de su nombre.
 

San Agustín, De quaest. Nov. et vet testam, qu. 89

También el Espíritu Santo acusa al mundo de pecado, porque el nombre del Salvador, que es reprobado por el mundo, obra maravillas. El Salvador, después de guardada la justicia, no temerá volver a Aquel que le envió, y por su regreso probará de dónde vino, y por eso dice: "Y de justicia, porque voy al Padre".
 

Crisóstomo, ut supra

Ir al Padre será un argumento de que observaba vida irreprensible, para que no pudieran decir: "Este hombre es pecador y no es de Dios" ( Jn 9,24). También porque combatía al enemigo (porque de ser pecador no lo hiciera) no podrán decir que soy seductor y tengo demonio. Y por cuanto fue en fin condenado por mí, sabrán que pueden hollarle con sus pies, y verán manifiestamente mi resurrección porque mi enemigo no pudo impedirla.
 

San Agustín, ut supra

Viendo los demonios subir las almas de los infiernos a los cielos, conocieron que el príncipe de este mundo había sido ya juzgado como reo en la causa del Salvador, y condenado a perder lo que retenía. Esto, en verdad, se vio manifiestamente en la ascensión del Salvador, y fue manifestado claramente a sus discípulos en la venida del Espíritu Santo.
 

Notas

1. No debe entenderse como una subordinación del Espíritu Santo al Padre y al Hijo. El Espíritu Santo, "con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria" (Símbolo niceno-constantinopolitano).

               

12-15          "Aún tengo que deciros muchas cosas: mas no las podéis llevar ahora. Mas cuando viniere aquel Espíritu de verdad, os enseñará toda la verdad. Porque no hablará de sí mismo: mas hablará todo lo que oyere, y os anunciará las cosas que han de venir. El me glorificará; porque de lo mío tomará y lo anunciará a vosotros. Todas cuantas cosas tiene el Padre, mías son. Por eso os dije: que de lo mío tomará, y lo anunciará a vosotros". (vv. 12-15)
 

Teofilacto

Como había dicho el Señor "Os conviene que yo vaya", lo explica más diciendo: "Todavía tengo que deciros muchas cosas, pero no podéis comprenderlas".
 

San Agustín, in Ioannem, tract., 97

Todos los herejes se valen de esta palabra para encubrir sus atrevidas invenciones (aun las que más horror causan a la humana razón) apoyándose en esta sentencia evangélica; como si sus sistemas se hallaran comprendidos en aquello mismo que los discípulos no pudieron entonces comprender y les hubiera inspirado el Espíritu Santo aquello que el espíritu inmundo se avergüenza de enseñar y predicar públicamente. Pero hay cosas malas que no puede soportar el decoro humano, y otras buenas que no sabe comprender la limitada razón del hombre. El mal es el que reside en los espíritus impuros y el bien el que aparta a aquel de todo ser viviente. ¿Quién, pues, de nosotros se atreverá a creerse de aquellos que comprenden las cosas que otros no pueden alcanzar? Y, por tanto, ni aun de mí debe esperarse que las diga. Pero alguno dirá: mas ahora hay muchos que pueden oír lo que entonces Pedro no podía comprender. Así por ejemplo, muchos pueden ser coronados por el martirio, especialmente después de enviado el Espíritu Santo, lo que entonces, cuando el Espíritu no había venido aún, Pedro no podía. Concedamos que muchos puedan por esta razón, enviado ya el Espíritu Santo, comprender lo que no pudieron los discípulos antes de la venida del Espíritu Santo. ¿Acaso sabemos qué es lo que Jesucristo no quiso decir? ¿Puede alguno de nosotros decir qué es lo que calló? Me parece muy absurdo que el Señor no pudiera haber comunicado a los discípulos aquellos altísimos misterios que hallamos luego en los escritos apostólicos, así como es absurdo también que de haberlo hecho el Señor, no quedara recogido en dichos escritos. Los heresiarcas no pueden tolerar en las Santas Escrituras nada de lo que confirma la fe católica y condena sus errores, como de los maniqueos, sabelianos y arrianos, así como nosotros no podemos sufrir sus vanas teorías. Porque ¿qué es no poder tolerar una cosa sino el no tener paciencia para sufrirla? ¿Y qué fiel hay, aunque sea catecúmeno, que antes de recibir el Espíritu Santo por el bautismo no lea y oiga con gusto, aunque no lo entienda, lo que ha sido escrito después de la Ascensión del Señor? Dirá tal vez alguno: ¿No hay varones espirituales que en materia de doctrina oculten algo a los que son carnales y lo comuniquen a los que son espirituales? En verdad que no hay ninguna necesidad de que se oculte como secreta la doctrina a los fieles que no la pueden comprender, y se la enseñe a los de mayor capacidad, pero de ningún modo los hombres espirituales deben callar por la fe católica las cosas espirituales a los mundanos. Porque a todos se deben predicar, pero sin discutirlas tan difusamente que para hacerlas comprender a los que no tienen capacidad, más pronto les fastidien con sus sermones que les hagan comprender la verdad. Y tampoco se sospecha qué secretos serían los que pudiéndose enseñar no pudieran ser comprendidos por los discípulos, a no ser que aquello mismo que en materia de religión cualquiera de los hombres comprendamos, quisiera el Señor decírnoslo en la misma forma que habla a los ángeles. Porque entonces, aun los hombres espirituales, como aun no eran los apóstoles, ¿cómo lo podrían comprender? Porque aun aquello que puede saberse de la creación es mucho menos que el creador, y sin embargo, ¿quién no lo invoca? Siendo así que todos le reconocen ¿quién es que lo comprenda como es? ¿Quién, viviendo en carne mortal, puede comprender toda la verdad? Cuando dice el Apóstol: "en parte sabemos" ( 1Cor 13,9), pero es porque el Espíritu Santo hace que lleguemos a la plenitud de su conocimiento, de la que el mismo Apóstol dice: "Entonces cara a cara"; no como en esta vida, sino hasta la perfección, según el Señor nos prometió diciendo: "Pero cuando viniere el Espíritu de verdad, os enseñará y os ilustrará en toda verdad". De cuya promesa sacamos en consecuencia que su plenitud nos está reservada para la otra vida. Pero entre tanto el Espíritu Santo enseña espiritualmente a los fieles cuanto cada uno es capaz de comprender, y excita en sus corazones mayores deseos.
 

Dídimo, l. 2, tom. 9, inter op. S. Hieron

También puede decir esto, porque los que le oían no habían comprendido todo lo que después podrían padecer por su nombre, comunicándoles algunas cosas y reservando aquellas de mayor importancia que no podrían comprender sin que su cabeza y Maestro les precediera en la enseñanza hasta morir en la cruz. Aun tomando por tipo la ley y las figuras que la simbolizan, no podían conocer la verdad. Pero cuando viniere el Espíritu de verdad os conducirá a toda verdad transportándoos con su doctrina y su misión de la letra que mata, al Espíritu que vivifica, en el cual está fundada toda la verdad de la Escritura.
 

Crisóstomo, ut supra

Porque, pues, había dicho ahora no podéis comprender (luego entonces podréis), y como el Espíritu Santo os guía en toda verdad, para que los oyentes no crean que es mayor el Espíritu Santo, añadió: "Porque El no hablará por sí mismo".
 

San Agustín, in Ioannem, tract., 99

Esta palabra es semejante a la que dijo de sí mismo: "No puedo hacer nada por mí mismo, sino que como oigo juzgo" ( Jn 5,30); pero decimos que esto puede entenderse respecto a su naturaleza humana. Pero, como el Espíritu Santo no ha venido a ser creatura asumiendo la naturaleza humana 1, ¿de qué modo hemos de entender esto? Debemos entender que El no existe por sí mismo. Pues, el Hijo es engendrado por el Padre, y el Espíritu Santo procede 2. Pero la diferencia entre engendrar y proceder, en este asunto, sería demasiado larga de explicar, y de dar ahora alguna definición ésta podría ser juzgada de precipitada. "Hablará todo lo que oyere". Pues, para el Espíritu Santo oir es saber; y saber es ser. Puesto que no es por sí mismo, sino que es por quien procede y le viene la esencia. De ese mismo modo tiene la ciencia, y la capacidad de oír, que es nada menos que la ciencia que posee. El Espíritu Santo, pues, siempre oye porque la ciencia que posee es eterna. Así, pues, de quien El procede, oyó, oye y oirá.
 

Dídimo, ut supra

"No hablará por sí mismo" esto es, sin mí y sin la voluntad mía y de mi Padre; porque El no existe por sí mismo, sino por el Padre y por mí. El existir y el hablar le viene del Padre y de mí. Yo hablo la verdad, esto es, le inspiro lo que hablo y así es el Espíritu de verdad. Decir, sin embargo, y hablar en la Trinidad no es según nuestro modo de entender, sino según la forma incorporal de las naturalezas, y especialmente de la Trinidad, que inspira su voluntad en el corazón de los creyentes que son dignos de oír su voz. El Padre hablando y el Hijo escuchando, significan el consentimiento que resulta de la identidad de naturaleza. Pero el Espíritu Santo, que es Espíritu de verdad y de sabiduría no puede, cuando habla el Hijo, oír lo que no sabe antes, en atención a lo que sale del Hijo, esto es, la Verdad procediendo de la Verdad, el Consolador emanando del Consolador, Dios Espíritu de verdad procediendo de Dios Padre e Hijo. En fin, para que nadie le separe de la voluntad y unión del Padre y del Hijo, está escrito: "Pero lo que oirá, hablará".
 

San Agustín, De trin. 2, 13

De aquí no se concluye que el Espíritu Santo sea menor, porque se ha dicho que procede del Padre.
 

San Agustín, in Ioannem, tract., 99

Ni tampoco llame la atención el que se use el verbo en tiempo futuro, porque la palabra "oirá" es eterna, porque eterna es la ciencia. Y en aquello que es eterno sin principio ni fin, no se falta a la verdad en cualquier tiempo que se use el verbo. Pues aunque aquella naturaleza inmutable no admita el fue ni el será, sino que tan sólo es, sin embargo, no faltamos a la verdad cuando decimos fue, es y será. Fue, porque nunca faltó; será, porque nunca faltará; es, porque siempre es.
 

Dídimo, ut supra

El Espíritu de verdad concede a varones santos conocimiento cierto de sucesos futuros, por lo que los profetas, llenos de este mismo Espíritu, anunciaron como si estuvieran viendo lo que después había de suceder. Por eso dice: "Os anunciará lo que ha de venir".
 

Beda

Es cierto que muchos, llenos de la gracia del Espíritu Santo, conocieron lo que había de venir. Pero porque muchos brillan en virtudes y, sin embargo, no saben lo que ha de suceder, suele entenderse esta palabra: "Os anunciará lo que vendrá". Esto es, os recordará los gozos de la patria celestial. Pero a los Apóstoles les predijo desgracias como las que padecerían por confesar a Jesucristo; pero también los premios que por estos males recibirían.
 

Crisóstomo, in Ioannem, hom. 77

De este modo levantó el espíritu de los discípulos. Porque como nada es tan grato al género humano como el saber las cosas futuras, les libró de este cuidado anunciándoles que serían peligrosas, para que no incurrieran en falta por su descuido. En seguida, para enseñarles qué quiere decir lo que El llamó toda verdad, a la que os guiará el Espíritu Santo, añadió: "El me glorificará".
 

San Agustín, in Ioannem, tract., 100

Infundiendo en el corazón de los creyentes la caridad y haciéndolos espirituales, les declaró de qué modo el Hijo es igual al Padre, a quien antes tan sólo habían conocido en carne, y le consideraban hombre como a los demás hombres. En verdad que llenos de confianza y depuesto el temor a impulsos de la caridad anunciaron a Cristo a los hombres, y así se extendió su fama por todo el orbe de la tierra. Pues lo que habían de hacer guiados por el Espíritu Santo, fue lo mismo que el Espíritu Santo dijo que harían.
 

Crisóstomo, ut supra

Y porque el Señor había dicho "Uno es vuestro Maestro, Cristo" ( Mt 23), a fin de que recibieran al Espíritu Santo, añadió: "Porque de mí lo recibirá".
 

Dídimo, ut supra

Recibir aquí, según la divina naturaleza, debe entenderse: a la manera que el Hijo dando no se priva de lo que da, ni favorece a otro en daño propio, así el Espíritu Santo no recibe lo que antes no tuvo; porque si recibió lo que primero no tenía, trasladando a otro el don, se quedaba sin él. Conviene entender que el Espíritu Santo recibe del Hijo lo que constituye su naturaleza, y que no son dos sustancias: una que da y otra que recibe, sino una sola sustancia. Del mismo modo, el Hijo recibe del Padre la misma sustancia que en ambos subsiste: ni es el Hijo otra cosa que todo aquello que recibe de su Padre, ni el Espíritu Santo es otra sustancia que la que recibe del Hijo.
 

San Agustín, ut supra

El Espíritu Santo no es, como afirman ciertos herejes, menor que el Hijo, porque el Hijo reciba del Padre y el Espíritu Santo del Hijo, como naturaleza de diferente grado. Resolviendo, pues, la cuestión, añade: "Todo lo que tiene el Padre es mío".
 

Dídimo, ut supra

Como si dijera: aunque el Espíritu de verdad proceda del Padre, sin embargo, por cuanto todo lo que tiene el Padre es mío, también el Espíritu es mío, y de mí recibe 3. Debe cuidarse, sin embargo, de que al decir esto, no se juzgue que se trata de alguna propiedad que posee el Padre diferente del Hijo. Lo que tiene el Padre según su sustancia (esto es: eternidad, inmutabilidad, bondad), de la misma manera lo tiene el Hijo. Lejos de nosotros los lazos de los dialécticos, que dicen: luego el Padre es el Hijo 4. Porque si dijesen: "todo cuanto tiene Dios es mío", tendría la impiedad motivo para hablar así; pero diciendo "Todo lo que tiene el Padre es mío", al pronunciar el nombre Padre se declaró Hijo, porque el Hijo no usurpó la paternidad, aunque por gracia de adopción sea padre de muchos santos.
 

San Hilario, De Trinit. lib. 8

El Señor no nos dejó en la duda de si el Espíritu Paráclito procedía del Padre o del Hijo. Pues, recibe del Hijo aquel que es por El enviado, y procede del Padre 5. Y preguntó: ¿es lo mismo recibir del Hijo que proceder del Padre? Ciertamente que se considerará una misma cosa recibir del Hijo como si se recibiese del Padre, porque el mismo Señor dijo que todo lo que tenía el Padre era suyo. Al afirmar esto y añadir que ha de recibir de lo suyo, enseñó que las cosas recibidas venían del Padre, y que eran dadas, sin embargo, por El, porque todas las cosas que son de su Padre son suyas. Esta unión no admite diversidad ni diferencia alguna de origen entre lo que ha sido dado por el Padre y lo que ha sido dado por el Hijo.
 

Notas

1. "El Hijo Unigénito de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres" ( Catecismo de la Iglesia Católica, 460).

2. "El Espíritu Santo procede del Padre en cuanto fuente primera y, por el don eterno de Este al Hijo, del Padre y del Hijo en comunión" ( Catecismo de la Iglesia Católica, 264). "La fe apostólica relativa al Espíritu fue confesada por el segundo Concilio Ecuménico en el año 381 en Constantinopla: 'Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre'. La Iglesia reconoce así al Padre como 'la fuente y el origen de toda la divinidad'. Sin embargo, el origen eterno del Espíritu Santo está en conexión con el del Hijo: 'El Espíritu Santo, que es la tercera persona de la Trinidad, es Dios, uno e igual al Padre y al Hijo, de la misma substancia y también de la misma naturaleza. Por eso, no se dice que es sólo el Espíritu del Padre, sino a la vez el Espíritu del Padre y del Hijo'." ( Catecismo de la Iglesia Católica, 245).

3. "La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu 'procede del Padre y del Hijo ( filioque)'. El Concilio de Florencia, en el año 1438, explicita: 'El Espíritu Santo tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio y por una sola espiración... Y porque todo lo que pertenece al Padre, el Padre lo dio a su Hijo único, al engendrarlo, a excepción de su ser de Padre, esta procesión misma del Espíritu Santo a partir del Hijo, éste la tiene eternamente de su Padre que lo engendró eternamente'." ( Catecismo de la Iglesia Católica, 246).

4. "Las personas divinas son realmente distintas entre sí. 'Dios es único pero no solitario'. 'Padre', 'Hijo', 'Espíritu Santo' no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: "El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo". Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: "El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede". La Unidad divina es Trina". ( Catecismo de la Iglesia Católica, 254)

5. En el libro II, 29 de su De Trinitate, San Hilario, ha señalado que el Espíritu Paráclito (" Patre et Filio auctoribus") procede del Padre y del Hijo.